Itongadol.- (Por John Spencer – Foreign Affairs) Al leer las noticias de la actualidad, en ocasiones parece que Israel está teniendo dificultades en su guerra contra Hamás. Los combates en la Franja de Gaza se prolongaron durante más de diez meses, sigue sin alcanzarse un acuerdo de paz y se cierne la amenaza de una escalada regional.
Además, más de 100 rehenes secuestrados el 7 de octubre aún no fueron liberados, y decenas de ellos se dan por muertos.
Por el otro lado, decenas de miles de palestinos murieron y Gaza se enfrenta a una grave crisis humanitaria. Los críticos de la estrategia militar israelí argumentan que la devastación causada generó un aumento de apoyo a Hamás y fortaleció al grupo.
Según esta perspectiva común, la continuación de la guerra por parte de Israel sólo sirvió para encerrar un ciclo de violencia mortal.
Sin embargo, en la avalancha de comentarios es fácil perder de vista lo que significa ganar la guerra que Israel está librando.
La guerra es la persecución de objetivos políticos mediante la fuerza. Una guerra tiene un principio y un final, por lo que su progreso puede evaluarse en función de lo cerca que esté cada parte de alcanzar sus objetivos políticos. Según esta medida, es Israel, y no Hamás, quien tiene ahora la ventaja.
Hamás inició la guerra cuando invadió el sur de Israel el 7 de octubre. El grupo lanzó más de 4.000 cohetes contra zonas civiles, y más de 3.000 militantes de Hamás y civiles palestinos cruzaron a territorio israelí.
Al final del ataque, unos 1.200 civiles, soldados y extranjeros israelíes habían muerto y 251 rehenes habían sido llevados a la Franja.
Hamás, por su parte, nunca declaró formalmente sus objetivos políticos para la actual oleada de combates, pero el objetivo general del grupo es la destrucción de Israel, no una solución más moderada al conflicto palestino-israelí, como una solución de dos Estados.
Sus objetivos para el atentado del 7 de octubre eran probablemente múltiples: desencadenar una serie de ataques de otros grupos militantes contra Israel, detener el proceso de normalización árabe-israelí y abrir una brecha entre Israel y su principal aliado, Estados Unidos.
A pesar de esto, tras el devastador contraataque israelí, los objetivos de Hamás son claros: sobrevivir a los ataques, mantener el poder y conservar el apoyo palestino e internacional.
Israel definió sus propios objetivos de guerra de forma más explícita, declarando formalmente una guerra de autodefensa contra Hamás al día siguiente del ataque del 7 de octubre, esbozando tres objetivos estratégicos: recuperar a todos los rehenes, asegurar sus fronteras y destruir al grupo.
Tras diez meses de combates de alta intensidad, el Estado judío logró avances significativos o casi alcanzó cada uno de estos objetivos.
Más de la mitad de los rehenes regresaron del enclave costero palestino y se establecieron sólidas defensas en la frontera sur de Israel.
En estos momentos, Hamás tiene una fracción del poder militar del que presumía el 7 de octubre. El grupo ya se había visto obligado a gobernar desde la sombra antes de que Israel asesinara a su líder político, Ismail Haniyeh, en Teherán el mes pasado, asestando un duro golpe a la capacidad de Hamás para gobernar en Gaza.
La degradación por parte de Israel de la fuerza militar y política de Hamás la sitúa en condiciones de avanzar hacia una fase posterior al conflicto en algunas zonas de la Franja de Gaza. Aunque en estos momentos sólo sea posible reducir significativamente la intensidad de los combates en una pequeña parte del territorio, Israel debe demostrar a sus electores en la Franja, en la comunidad internacional y dentro del propio Israel que tiene un plan político más amplio para seguir a sus logros militares.
En ese sentido, los líderes israelíes deben comprender y comunicar claramente que el enfoque de la guerra debe empezar a cambiar.
Si Israel no aprovecha esta oportunidad para asegurarse un nuevo liderazgo en Gaza que sustituya a Hamás, perderá su ventaja actual y acabará la guerra derrotado.