La acumulación de armas y la militarización del Estado de Israel se puede interpretar como respuesta al desamparo de entonces. Los judíos no deben estar «nunca más» expuestos, impotentes y sin Estado, ante sus enemigos y ser llevados «como ovejas al matadero». Esa es la lección central de Auschwitz para cualquier alumno israelí.
Bernhard Dov Lemel, de 75 años, que vive con su esposa en Jerusalén, fue trasladado en junio de 1943, siendo adolescente , de 13 años con su familia a Auschwitz-Birkenau. Mientras sus padres y dos hermanos pequeños fueron llevados a las cámaras de gas inmediatamente después de su arribo, el «ángel de la muerte», el médico de las SS Josef Mengele, se llevó al joven al grupo de prisioneros aptos para trabajar. Tras pasar cuatro meses trabajando como «chico de los recados» en Auschwitz, durante los cuales fue testigo de crueldades indescriptibles y de experimentos con humanos, un médico lo llevó con un grupo de otros 11 niños al campo de Sachsenhausen, para realizarle experimentos sobre la hepatitis.
Tras la disolución del campo, en abril de 1945, Lemel sobrevivió a una marcha de la muerte, de doce días, en dirección al Báltico. «La liberación la viví en un estado de completo agotamiento en Schwerin», cuenta este hombre sobre cuyo antebrazo puede leerse , tatuado, el número 125442. Desde allí, regresó a su ciudad natal, Bendzin, a sólo pocos kilómetros de Auschwitz.
Junto con su único hermano superviviente, al que reencontró allí, Lemel viajó a París. Tras recibir formación militar en Marsella, en 1948 se apuntó como voluntario en la lucha por la independencia de Israel.
«Había pasado por el infierno, y sin embargo estaba dispuesto de todo corazón a sacrificarme», dice el ex tirador de precisión. Para el abuelo de siete nietos, «la mejor venganza contra los nazis es que a pesar de todo fundamos una familia».
Al igual que para Lemel, los horrores del pasado siguen vivos para los supervivientes del Holocausto Seew Schani (77 años) y Batia Gurfinkel (76). «Cuando nos encontramos, siempre hay un momento en que hablamos del tema», dice Schani que, en 1927, nació como Wilhelm Szainowicz en Cracovia.
Gurfinkel es la última superviviente de una gran familia ultraortodoxa con diez hijos de Bendzin. Perdió a casi todos sus parientes en Auschwitz y pasó por diferentes campos de trabajo.
Ambos lamentan que tras su llegada a Israel se toparan con la total falta de comprensión de parte de los «sabras», los judíos nacidos en Israel. Los dos se manejaron de manera diferente con los terribles recuerdos. Schani, que vivió la liberación en Bergen-Belsen, nunca contaba a sus dos hijos sus experiencias en el campo de concentración, para protegerlos.
«Había una barrera psicológica y no queríamos que nos vieran como pobres víctimas». Sólo cuando,en 1995, viajó por primera vez a Cracovia con su familia, todo volvió a surgir. «Lloré terriblemente y mi hijo estaba muy asustado. Pero con el tiempo me quedé satisfecho, porque mis hijos comprendieron lo que había vivido».
Gurfinkel, en cambio, compartió con sus tres hijos «desde la más tierna infancia», lo que le había pasado a ella y a su familia, aunque de forma suavizada, «más bien como una especie de historia de aventuras». Para ella era imposible quedarse callada. «¿Qué podía haber dicho cuando surgían preguntas como dónde está el abuelo, dónde la tía?». A pesar de todo, sigue creyendo en Dios, mientras que Schani comenta amargado: «Siempre me pregunto: ¿Dónde estaba Dios entonces?».
A los dos les produce mucho enojo cuando el Holocausto es utilizado por los políticos israelíes.
Según la federación que agrupa a los supervivientes del Holocausto, a nivel mundial,quedan vivos unos 130.000 judíos que estuvieron en campos de concentración y guetos, de los cuales unos 30.000 fueron prisioneros en Auschwitz.
Los herederos deben luchar contra la fuerte traumatización de las víctimas. Numerosos estudios demustran que la conmoción espiritual puede perdurar hasta la segunda y la tercera generación.
Fte Cidipal