L a historiadora más famosa de Austria, Brigitte Hamann, vive cerca de la Heldenplatz de Viena, donde los vieneses celebraron con júbilo la llegada del Führer al Anschluss de 1938. Autora de dos libros sobre Hitler («La Viena de Hitler» y «Winifred Wagner») tiene ahora un nuevo proyecto: escribir sobre el médico judío de la familia Hitler en Linz, Eduard Bloch, quien atendió a Adolf cuando se resfriaba y a su madre Klara cuando cayó enferma con un cáncer de mama mortal. Un diario que los descendientes de Bloch le dieron a Hamann impulsó libro que se refiere a los escasos judíos «nobles» que gozaron de la dudosa protección de la elite nazi. –Norman Mailer escribió una novela sobre la infancia de Hitler y lo muestra como el diablo en acción. –El es un novelista. Puede escribir lo que quiera. Pero en realidad, Hitler era un chico muy bueno y atento con su mamá. –¿Y con su médico? –Se ha dicho que el odio de Hitler por los judíos comenzó durante su infancia porque Bloch no pudo salvar a su madre y porque le cobraba mucho las visitas. Eso no es cierto. Hitler quería mucho al anciano y lo respetaba. Incluso le demostró su agradecimiento con dos postales pintadas por él, que Bloch conservó para documentar la estima de Hitler. –¿Hitler vio alguna vez a su médico siendo ya canciller? –No. Después de todo, no podía invitarlo. Pero cuando Hitler hizo su entrada triunfal en Linz y habló en la plaza, Bloch lo vio desde su ventana. Siempre decía que le había parecido que Hitler lo miraba. Sabemos que a Bloch la Gestapo lo protegía por órdenes de Hitler. El médico fue el único judío en Austria que pudo conservar su departamento y conseguía cupones para ropa y otras cosas. Y, sobre todo, pudo quedarse en Linz todo lo que quiso. –¿Sobrevivió? –Sí. En 1941, el doctor Bloch y su mujer llegaron a Nueva York donde murió en abril de 1945. –¿Qué decía B loch de lo que llegó a ser su paciente cuando fue adulto? –No podía entenderlo; recordaba a un niño educado y modesto y con una excelente madre. –Se sabe que Hitler era aburrido en sus conversaciones. ¿Y cuando hablaba de temas que le interesaban como la ópera también? –Si. Seguía siendo aburrido. Las veladas después de la ópera eran una prueba para todos. Imagínese, él siempre dormía hasta las 12; a las cuatro empezaba la ópera y a la noche estaba de lo más animado y conversador. Solía quedarse hablando hasta las cuatro de la mañana, bebiendo su jugo de manzana. Todos luchaban por mantenerse despiertos en la Villa Wahnfried junto al fuego. ¡Era una tortura! –Winifred Wagner era una de las pocas personas a las que Hitler trataba familiarmente. ¿Por qué esa amistad se acabó al iniciarse la guerra? –Ella siempre estaba sentada a la máquina de escribir, redactando cartas. Quería salvar gente. Creo que él se cansó. Pero ése es el aspecto interesante de su carácter multifacético: por un lado ella era antisemita. Por otro, salvó a muchos judíos. –En uno de sus libros usted revela que el hijo de ella, Wieland Wagner, el famoso director escénico modernizador del festival después de la guerra, dirigía un pequeño campo de concentración en Bayreuth, que estaba dedicado al desarrollo del llamado «Wunderwaffe», un misil de largo alcance. –Wieland no quería ir a la guerra y estaba a salvo con este trabajo en el campo de Bayreuth. No era un trabajo regular; iba allí unas pocas horas por semana para trabajar en conceptos de iluminación con los detenidos que eran electricistas. La iluminación fue la esencia del trabajo de Wieland como d irector escénico. Todos en Bayreuth sabían que Wieland era un nazi de alto rango. Pero nadie quería sacrificarlo.
Clarin