SEVILLA.- El pianista y director de orquesta Daniel Barenboim avanza por el terreno de la música en un tema en el que, desde el punto de vista político, tropezaron George Bush, Colin Powel, la Unión Europea y Naciones Unidas: promover la convivencia en armonía de árabes e israelíes.
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Esta noche debutará en España su West Eastern Divan (WED), la orquesta que integran 78 jóvenes procedentes, mayoritariamente, de Israel y de países árabes. Bajo su afamada batuta, tocarán juntos en señal de que la armonía es posible. Y con el anhelo de que el mensaje llegue a los compatriotas de una y otra frontera que hoy se matan en las esquinas.
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«La sociedad no puede ir a remolque de los políticos. Tiene que tomar la iniciativa. ¿Por qué tenemos que esperar a los políticos para iniciar el diálogo entre los pueblos?», dice Barenboim, mientras se pasea, sereno, por los pasillos de la Hacienda de Lantana, un sólido edificio situado en la localidad de Pilas, a 35 kilómetros de esta ciudad. Allí, donde antes funcionó un seminario, instaló su original taller musical.
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Con un puro en la mano -su compañero en los momentos de distensión- el maestro argentino-israelí habla de compromiso y es el primero en ponerlo en práctica. Director de la Opera de Berlín y de la Sinfónica de Chicago, es requerido en todo el mundo y su agenda incluye compromisos a años vista. Sin embargo, dedica tiempo y energía a este proyecto humanitario que -dice- «no cambiará los problemas políticos, pero sí a todos los que los sufrimos».
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Entre las gruesas vigas de madera de la casona y los jardines que luego se convierten en olivares, todo fluye con el bullicio de violines, tubas y pianos. Pero Barenboim inició el proyecto más silenciosamente, hace tres años, con el escritor y crítico palestino Edrawd Saïd, hoy, candidato al premio Nobel de la Paz. ¿La idea? «Permitir que la música otorgue a jóvenes israelíes y de países del Cercano Oriente la posibilidad de compartir una pasión, que es algo más fuerte que compartir ideas. Lograr que un chico árabe y otro judío se sienten ante el mismo atril y toquen la misma nota al mismo tiempo es hacer que compartan algo positivo por primera vez», dice Barenboim.
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Los jóvenes músicos lo ven con admiración tanto en lo musical como en lo humano. Y, secretamente, hablan de él como un Quijote que se gana todo su respeto. «No lucha contra los molinos de viento sino contra los radicalismos», dice un árabe de ojos inquietos que integra el cuerpo de cuerdas. Viene de un país donde el contacto con israelíes está prohibido, pero en Lantana convive con ellos y hasta se atreve a comer de su plato.
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Con edades que oscilan entre los 13 y los 26 años, los músicos dedican casi todo el día a estudiar y a ensayar. «Tener a Barenboim como maestro es un privilegio», se escucha por allí, entre una hilera que avanza en bermudas, zapatillas y remeras con leyendas curiosas que se convirtieron en el mejor regalo de intercambio.
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Los pocos momentos libres son para la piscina, a la que se lanzan de cabeza en procura de un poco de alivio contra el agobiante calor sevillano.
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En el borde, judíos y musulmanes hablan de la experiencia que comparten.
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«Cosas como éstas harán que un día llegue la paz duradera», dice uno. «Sin el intercambio cultural, la paz será sólo un pedazo de papel», acota una violinista.
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Los une la música, de modo que todos llegaron allí tras una selección que incluyó, primero, el envío de una grabación personal. Y luego, una audiencia para evaluar habilidades. En zapatillas, pantalón blanco y camisa de jean, Barenboim comparte el trabajo junto con otros diez maestros procedentes de las dos orquestas que dirige y que se sumaron al proyecto.
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«Lo que hacemos es música. Pero hay cosas que todos tenemos que asumir con una responsabilidad propia. Los músicos tenemos algo que es a la vez racional e intuitivo, es poner la cabeza, el corazón y el estómago en un mismo equilibrio y que sirve para comunicarse con otros», dice Barenboim.
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Y lo primero que hace es llamar las cosas por su nombre, sin temor a las definiciones. Presenta a sus músicos y dice quién es judío, musulmán o cristiano con la misma naturalidad y convicción con la que, hace dos años, enfrentó en un teatro de Israel al público enardecido que consideró menoscabada su conciencia moral porque su orquesta acometió una partitura de Wagner.
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Lleva tres semanas ensayando. Esta noche, su joven orquesta debutará en la plaza de toros de la ciudad malagueña de Ronda. Mañana será en el teatro de La Maestranza, en esta ciudad. Por calidad, el WED quizá no sea de los mejores conjuntos que siguen su batuta. Pero nadie duda de que será un concierto difícil de olvidar.
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