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27 de enero de 1945, con el terror en el alma

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Hace 61 años, en enero de 1945, Auschwitz fue liberado. Algunas de las personas que conmemoran este evento son testigos sobrevivientes; su número disminuye rápidamente y pronto se habrán extinguido. Para algunos, Auschwitz es una noción histórica, un símbolo del horror; para otros, es un tema impersonal de especulación académica. También existen florecientes escuelas de «pensamiento» que cuestionan la cantidad de asesinatos y más aún la existencia de cámaras de gas, insinuando que Auschwitz fue un campo de trabajo común cuyos internos murieron por causas naturales. Estas y otras preguntas están actualmente en vigencia, cuando todavía existen testigos oculares.

Auschwitz fue una red de campos y subcampos de concentración. El campo central contenía instalaciones de tortura, experimentación pseudomédica y ejecución. Pero la mayoría de sus internos fueron explotados como esclavos en complejos industriales cercanos hasta su colapso final. Por otro lado, Auschwitz-Birkenau, situado a un par de kilómetros del campo central, fue utilizado para exterminios masivos. Trenes que transportaban millones de personas de toda Europa llegaban allí. Sus pasajeros, aturdidos y en silencio, eran colocados en fila en el andén y marchaban hacia el punto de selección donde su destino quedaba sellado.

Las víctimas no tenían idea de lo que les esperaba. Cámaras de gas con hornos crematorios adyacentes producían, cada noche, la metamorfosis de miles de personas en humo y cenizas. Su agonía era observada por los condenados a muerte a través de las mirillas.

La estadística de aquellos asesinatos puede ser cuantificada; el terror en el alma, no. Eso fue Auschwitz-Birkenau, un producto de la mente humana.

Como la Segunda Guerra Mundial se acercaba a su fin, las instalaciones de exterminio en Auschwitz-Birkenau fueron desmanteladas por los propios nazis. Es interesante notar que la autodenominada raza maestra, consciente de la monstruosidad de sus acciones, intentó cubrir la magnitud de su crimen. Para enero de 1945, los internos que quedaban que podían caminar fueron evacuados por medio de las denominadas «marchas de la muerte», y todos aquellos que eran dejados atrás fueron ejecutados. Como el frente oriental se acercaba inexorablemente no había tiempo suficiente para cumplir el último acto sobre los condenados. Y los que no murieron de frío, enfermedad o hambre vivieron para ver la llegada del Ejército Rojo.

No existía motivo para el júbilo. Nadie aceleró la liberación de Auschwitz o de cualquier otro campo de concentración. Los soviéticos no tenían otra opción que combatir y derrotar a la maquinaria nazi, o ser destruidos. En el curso del movimiento hacia delante, los soviéticos volvieron a trazar fronteras, ocuparon y esclavizaron las tierras del Este de Europa, impusieron dictaduras comunistas e introdujeron prisiones para ciudadanos disidentes. Replicaron el modelo probado del Gulag soviético, donde muchos, millones, murieron. La liberación de lo que quedaba de Auschwitz fue un hecho fortuito.

Nadie desvió a los aliados occidentales de sus estrategias militares establecidas para avanzar en la liberación de los campos de concentración. Nada se hizo para detener las operaciones de exterminio. Es sabido que los aliados y los soviéticos poseían información sobre los atroces métodos nazis. No obstante, se juzgó que ni siquiera valía el esfuerzo bombardear las vías férreas de los trenes que cargaban seres humanos al exterminio.

Uno podría haber pensado que después de la experiencia de la Segunda Guerra Mundial la humanidad recobraría el sentido. Todavía, desde 1945, millones de hombres, mujeres y niños inocentes han sido, y continúan siendo deliberadamente esclavizados, torturados y asesinados por ciertos miembros de la comunidad mundial. Su propósito: retener o adquirir poder en nombre de la nacionalidad, la clase, el credo o cualquier doctrina o agenda. Más aún, la sociedad parece estar repleta de fanáticos que predican abiertamente la muerte de los infieles.

Mientras tanto, en confortables salones y a una distancia segura de escenas de muertes en masa, distinguidas damas y caballeros deliberan sobre si cierto caso en particular u otro caso califican como genocidio.

Al recordar a Auschwitz debemos retener en nuestras mentes que para la mayoría de las víctimas la liberación llegó demasiado tarde.

Por Tom Luke

Para LA NACION

El autor, ex funcionario de Naciones Unidas, nacido en la República Checa, fue prisionero en campos de concentración entre 1942 y 1945.

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