RESUMEN: Hubo una época en que el mundo se unió en contra de Galileo, quien desafió las enseñanzas sagradas al afirmar que la Tierra no era ni plana ni era el centro del universo, sino que giraba alrededor del sol. El reconocimiento por parte del Presidente Trump de Jerusalén como la capital de Israel también fue una simple declaración de hechos, uno que los árabes y musulmanes insisten que Occidente simplemente debe dejar que desaparezca por sí mismo. “Eppur si muove“, dijo Galileo: la tierra se mueve así uno lo reconozca o no. Lo mismo aplica al hecho que la capital de Israel es Jerusalén.
El “Proyecto Resolución 5 de la Asamblea General de las Naciones Unidas A/ES-10/L.22” fue aclamado triunfalmente como “aprobado” por los aplausos de los beneficiarios, a pesar de quedarse corto en una mayoría de dos tercios (66.32% en lugar de 66.67%; para ser más exactos, pero ¿quién realiza los cálculos?).
Además de los nueve países que votaron en contra y los 35 que se abstuvieron, 21 se encontraban ausentes. Mejor, juzgaron, estar lejos de los procedimientos que el arriesgarse a ser intimidados, culpados o criticados por aquellos a quienes admiran pero que debieron traicionar, o por aquellos a quienes desprecian pero no pueden confesarles sus verdaderos sentimientos.
El sueño del Profeta Mahoma de un universo totalmente convertido e islamizado en su totalidad sigue vivo. Sin embargo, en la vida real, ni los imperios desmantelados de larga data ni los pactos mundiales de hoy que se hacen pasar por ligas, organizaciones solidarias o conferencias han sido capaces de alcanzar la tal utopía reduccional. Incluso los verdaderos creyentes violentos que, como protectores auto-asignados de los fundamentos del Islam, masacran a seres humanos en nombre del Misericordioso y Compasivo no han logrado convertir estas obsesiones en una realidad. Los reclamos tienen su base en negaciones (Ibrahim y no Abraham, Haram ash-Sharif y no el Monte del Templo, Al-Quds y no Jerusalén) y represalias (contra los kurdos de todas las castas, así como también a todos los “malvados” coptos, cristianos, judíos, ateos y todos los demás que han logrado sobrevivir el destino de los armenios, griegos, bahá’ís, yazidíes y similares). Los supervivientes de las represalias aún pudieran sobrevivir dentro de las políticas islámicas, pero debe recordarse lo que las “represalias” pueden implicar bajo un “gobierno” islámico y cuán fácil y despiadadamente pueden resurgir sin previo aviso.
La migración económicamente motivada hacia una proliferación demográfica y a una participación política en gobernanza con los países que la acogen, lo más eficazmente posible para forzar un cambio desde dentro, son algunos de los patrones institucionalizados que gradualmente han reemplazado la invasión, las conversiones forzadas, masacres instigadas por falsos rumores y otras limpiezas étnicas de antaño. El Islam está trabajando para promover sus propios intereses y prioridades dentro del seno de la civilización occidental, utilizando mentalidades ancestrales y visiones agotadas del mundo para endosar afirmaciones que no solo son históricas y geográficamente falsas sino también retóricamente engañosas.
Los recientes flujos migratorios, motivados a veces por problemas económicos y algunas veces también por motivos ocultos; los adoctrinamientos fundamentalistas subsidiados externamente desde los “centros” a las “periferias” y los segmentos cada vez más vociferantes de las comunidades formalmente migrantes, si bien solo nominalmente naturalizadas, son solo algunos de los factores que contribuyen a la difusión de prejuicios locales, preferencias politizadas y prioridades ad hoc, sobre todo con la complicidad de los políticos visitantes del viejo país. Las prioridades exportadas por los países emisores fueron ejemplificadas vívidamente por los incidentes recientes en los que Ankara intentó abordar a las minorías turco musulmanas “binacionales naturalizadas” en Holanda, Alemania, los Estados Unidos y Grecia.
¿Qué motivo tuvo la iniciativa “humanitaria” del Mavi Marmara, si no un arma táctica de doble filo guiada por un propulsor inflamable propenso a provocar un enfrentamiento militar entre antiguos aliados y amigos como lo son Turquía e Israel?
El impulso de islamizar la política mundial se manifiesta a sí mismo en una amplia gama de estructuras, funciones, procesos y contextos no islámicos. La propia autenticidad de la Organización de Cooperación Islámica (OCI) y la legitimidad de la reivindicación indirecta de la soberanía del “Estado de Palestina”, cualquiera que esta sea y donde sea, merece un análisis más detallado.
La OCI (Organización de Cooperación Islámica) posee 57 estados miembros, incluyendo al “Estado de Palestina” circunscrito de improvisto. Cada uno de estos estados es musulmán, si uno es de confiar en el nombre oficial de la organización. Sin embargo, de los 57 miembros declarados musulmanes, 22 tienen distritos electorales musulmanes que oscilan entre el 80.3% y el 6.4% de su población total. Estos países son Albania (80.3%); Sierra Leona (78%); los Emiratos Árabes Unidos (76.9%); Brunei (75.1%); Kuwait (74.1%); Kazajstán (70.4%); Bahréin (70.3%); Malasia (63.7%); Burkina Faso (61.6%); El Líbano (61.3%); Chad (55.3%); Nigeria (50.4%); Guinea-Bissau (50%); Costa de Marfil (37,5%); Benín (23.8%); Camerún (18.3%); Mozambique (18%); Togo (14%); Surinam (13.9%); Uganda (11.5%); Gabón 11.2%; y Guyana (6.4%).
Con motivo de la absurda “urgencia de votar a favor de la moción árabe-musulmana”, Togo votó en contra, Camerún y Uganda se abstuvieron y Guinea-Bissau y Sierra Leona estuvieron ausentes. Uno solo puede esperarse que haya más de dónde provino aquello.
Dos preguntas surgen. Primero, ¿qué obliga a los estados que son musulmanes en un 50% o menos a declararse a sí mismos (o, lo que es peor, dejarse declarar) “musulmanes”? ¿Por qué los distritos electorales no-musulmanes sin voz ni voto en estos estados miembros (no-auténticos) de la OCI fingen indiferencia ante las mentiras oficiales sobre su verdadera identidad? Y segundo, ¿es el admitir a la ya declarada (falsa) identidad de la OCI por parte de la ONU producto de ineptitud, colusión tácita, indiferencia cómplice o duplicidad ilícita? ¿Y cuántos miembros de la OCI soportarían ser escrutados en sus historiales de derechos humanos, estatus de fronteras no resueltas o posturas de su liderazgo en la Corte Penal Internacional (CPI)?
El G-77 (un grupo de 77 naciones fundadoras “no alineadas”, cuya membrecía aumentó a 134 en el 2013) generalmente votan al unísono, con demasiada frecuencia en apoyo incondicional a las obsesivas condenas a Israel por parte de la OCI. No es de extrañar entonces que tantas resoluciones de la ONU críticas a Israel sean las acogidas por aquellos que no han reconocido ni a las naciones kurdas ni las catalanas, pero si han reconocido al inexistente “Estado de Palestina”, un estado que no puede ser engendrado sin alguna forma de reconocimiento por el democrático Estado judío de Israel. Después de todo, el Estado de Israel llegó a poseer los territorios que ahora los palestinos demandan solo después que Egipto y Jordania, perdiéndolos incondicionalmente en sus guerras de agresión, los desconocieran y abandonaran.
Uno se pregunta cómo hubiesen respondido individualmente si hubiesen votado de forma autónoma y auténtica los 134 miembros del G-77, incluyendo los 14 estados no-árabes y no-musulmanes de la OCI, que colectivamente superan los dos tercios de los 193 miembros de la AGNU. Preguntar lo mismo a los países occidentales de mentalidad imparcial, que por supuesto, están motivados únicamente por las preocupaciones humanas, requerirá por desgracia de otro ensayo.
Desde sus comienzos, la OCI ha codiciado abiertamente puestos clave de autoridad en la ONU y en las organizaciones internacionales afines. La Secretaría General de la ONU y los “estados miembros plenos”, que deberían haber sido más perspicaces, pueden haber hallado motivos para lamentar su falta de atención respecto a monopolizar el mercado de votos debido a su persistente falta de diligencia, agravada por los efectos perniciosos a información privilegiada de enorme ayuda.
El pueblo palestino nunca pensó en convertirse (ni mucho menos luchar para convertirse) en un “estado” mientras estuvo bajo el yugo de una variedad de entidades “ocupantes extranjeras”, el último de los cuales fue el Reino Hachemita de Transjordania, una entidad árabe musulmana rebautizada como Jordania debido a su anexión arbitraria de lo que ahora se le denomina “Cisjordania”. Los palestinos constituyen familias tribales rivales, mentalidades, valores guía y puntos de vista globales y luchan por presentarse como una entidad nacional única ante los ojos del mundo. Estos han logrado pavimentar una existencia nacional virtual bajo el grandioso e implícitamente irrendentista nombre “del Estado de Palestina”, en confabulación con la Liga Árabe, la OCI y miembros cómplices dentro del grupo “no alineado” de las (eternamente) desarrollas naciones que perciben las reliquias del colonialismo, imperialismo y apartheid donde sea que estos miren. Juntos, comprenden dos tercios de la disfuncional AGNU, que sigue insistiendo en que el mundo es plano.
La miopía engendrada por una mayoría automática en la AGNU ha conducido al “Estado de Palestina” a envalentonarse al punto de imaginar que puede darse el lujo de rechazar ofrecimientos de coexistencia pacífica realista a voluntad. Alentados en aborrecer a Israel, este cree que también puede descartar a los Estados Unidos y eso pudiera ser una apuesta peligrosa.
*José V. Ciprut es analista de conflictos, científico de sistemas sociales y economista político internacional.