Gran parte de la comunidad judía y la sociedad porteña se vieron alarmados por el insulto propiciado por Gustavo Sala en su tira cómica que publicó Página/12. Todos sabemos que fue de mal gusto, que fue una humillación para víctimas y sobrevivientes, que constituyó lisa y llanamente una expresión discriminatoria y por sobre todo que nada tuvo de humor. En lo personal creo que si bien fue un paso el pedido público de disculpas del diario (gesto poco habitual en estos tiempos) no fue suficiente. Que sin lugar a dudas la justicia debe actuar cuanto antes frente a toda manifestación discriminatoria sea contra quien sea.
Pero todo esto seguramente ya lo sepamos. Sala no es el primero ni el último que banaliza la Shoá. Las expresiones de odio y discriminación son lamentablemente muy habituales en estos tiempos. La cuestión reside en qué respuesta debemos dar ante estos acontecimientos. La denuncia pública y judicial son necesarias pero, a mi entender, no suficientes. A veces las mejores respuestas no son palabras o discursos sino acciones. Contundentes como para conmover incluso hasta las piedras.
Hace poco más de un mes sucedió algo que pocos se hicieron eco y comunicaron. Moisés Borowicz, a los 87 años de edad realizó su ceremonia de Bar Mitzvá. Lo destacable no reside en su edad, sino en el hecho de que Moisés cuando cumplió 13 años (edad en la que los varones judíos se asumen como Bar Mitzvá) se encontraba, junto a su familia, en el medio de los bosques de Polonia escapando de los nazis. Moisés no tuvo Bar Mitzvá ni adolescencia. Trasladado, explotado y forzado a trabajar en las peores condiciones jamás imaginadas sobrevivió a más de siete campos de concentración nazi. Toda su familia, como la mayoría de las personas que alguna vez había conocido perecieron.
Moisés de manera clandestina arribó a la Argentina. Clandestina no porque quería hacer algo ilegal, sino porque la mayoría de los países civilizados que se habían manifestado en contra de los horrores del nazismo, poco estaban dispuestos a abrir las puertas a sus pocos sobrevivientes. Aquí se casó, enviudo y volvió a casarse. Tuvo hijos y nietos y sólo más de treinta años después se animó a hablar y a contar su testimonio. Hasta se animó a escribir un libro. Pero algo le quedaba pendiente. Nunca había podido realizar su ceremonia de Bar Mitzvá. Hasta que un 10 de diciembre en el Centro Hebreo Ioná pudo hacer este sueño realidad.
Moisés como muchos otros sobrevivientes demostró que no solo "sobrevivieron" sino que frente a la muerte apostó una y otra vez a la vida. Frente a la humillación, la brutalidad y la inhumanidad demostró que todos los seres humanos tenemos derecho a la dignidad. Y que la mejor respuesta para quienes quieren destruir, es seguir, sin miedo, construyendo.
Hace poco conocí en los Estados Unidos a jóvenes judíos que organizaban viajes humanitarios a Ruanda, donde existió un atroz genocidio en 1994 a partir de los enfrentamientos entre hutus y tutsis. Nuevamente frente al silencio y complicidad de la comunidad internacional. El testimonio más sorprendente que escuché es cómo los ruandeses al saber que los jóvenes que los ayudaban eran judíos asombrados manifestaban en sus rostros una agradable sorpresa. "Ustedes vivieron un genocidio como el nuestro, ustedes también fueron perseguidos" expresaban los ruandeses. Y sus ojos cambiaban cuando escuchaban que les decían "sí, pasamos un genocidio como ustedes, pero nos repusimos, seguimos adelante, construimos nuestra nación y pudimos superarlo como ustedes también podrán hacerlo".
La mejor respuesta frente a cualquier Sala que se cruce requiere debate, discusión y denuncia pero por sobre todo requiere de acción. La demuestran aquellos y aquellas que, como Moisés, víctimas del nazismo, del terrorismo de estado, de las persecuciones en Sudán o Ruanda, pudieron ver la cara del horror para anteponerse y apostar una y otra vez hacía la vida. Elegir día a día la vida será siempre la mejor respuesta.
* Director de Sinagoga y educación no formal del Centro Hebreo Ioná
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