Itongadol.- (Por David Horovitz – Times of Israel) El 18 de octubre de 2011, Israel liberó a 1.027 presos de seguridad palestinos para conseguir la liberación de Gilad Shalit, un soldado de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) que había sido secuestrado de su base dentro del país cinco años antes y retenido por Hamás en Gaza.
El primer ministro que firmó este intercambio radicalmente desigual fue, por supuesto, Benjamín Netanyahu.
Este viernes en Doha, mediadores estadounidenses, egipcios y qataríes presentaron una ‘‘propuesta puente’’ para un acuerdo sobre un alto el fuego permanente en la Franja y la liberación de todos los rehenes israelíes retenidos por Hamás desde la masacre del 7 de octubre.
Los mediadores hicieron hincapié en que el acuerdo podría y debería ultimarse y aplicarse en cuestión de días.
A primera vista, aceptar lo que empieza a parecer una inminente exigencia final de ‘‘lo tomás o lo dejás’’ por parte de los mediadores es una obviedad para Netanyahu.
Por lo que sabemos de los principales puntos de discrepancia entre Israel y los mediadores, es evidente que la insistencia de Netanyahu en algún tipo de mecanismo que impida el regreso de las fuerzas armadas de Hamás al norte de Gaza está resultando un problema.
Por el contrario, se nos da a entender que se están proponiendo posibles soluciones en lo que respecta a su petición de una presencia israelí permanente a lo largo de la frontera entre Gaza y Egipto, por debajo y por encima de la cual Hamás importaba las armas y los materiales para su maquinaria bélica.
Sin embargo, no se habla mucho de la supuesta exigencia del primer ministro de que Estados Unidos garantice que, en principio, Israel podrá reanudar su campaña contra Hamás hasta que el grupo terrorista sea destruido.
No obstante, si Netanyahu aceptara las nuevas condiciones, se aseguraría la liberación en las primeras seis semanas del acuerdo de unos 30 rehenes vivos de la denominada categoría humanitaria: mujeres, ancianos y enfermos.
Si el acuerdo se mantiene en la segunda y tercera fases previstas, el resto de los rehenes, vivos y muertos, volverán a casa.
De concretarse, se daría un paso vital e importante hacia el restablecimiento del pacto entre los dirigentes políticos y militares de Israel, por un lado, y sus ciudadanos, por el otro, que se rompió cuando Hamás fue capaz de atravesar la valla el 7 de octubre, masacrando a unas 1.200 personas, en su mayoría ciudadanos israelíes, y secuestrar a más de 250.
Además, según la opinión generalizada, un acuerdo de rehenes por alto el fuego en Gaza podría dar lugar a una relativa calma en la frontera norte de Israel, con Hezbollah conteniendo el fuego, y a la perspectiva de una reconstrucción y el retorno de las decenas de miles de israelíes que llevan más de 10 meses desplazados internamente de sus hogares allí.
Esto, a su vez, también podría aliviar la presión sobre las tropas permanentes de las IDF y sus reservistas, permitiendo el comienzo de la reactivación económica.
La administración estadounidense, por su parte, dejó en claro su creencia de que un acuerdo podría hacer que Irán retrasara o incluso renunciara a su prometida ‘‘venganza’’ contra Israel por el asesinato del líder de Hamás Ismail Haniyeh en Teherán hace dos semanas, evitando así los previsibles futuros contraataques israelíes y una posible guerra total.
Este viernes por la noche, los medios de comunicación hebreos afirmaron una amenaza estadounidense tácita: que si Netanyahu rechazaba el acuerdo, Estados Unidos podría apoyar menos a un Estado judío que se viera inmerso en un conflicto regional.
Las negociaciones que ahora llegan a su punto álgido se basaron en una propuesta que Netanyahu y sus colegas aprobaron y transmitieron a finales de mayo, y los incesantes informes indicaron que todos los jefes de seguridad y negociadores de Israel imploraron al premier israelí desde entonces que aproveche la oportunidad de llegar a un acuerdo.
Al parecer, consideran, entre otras cosas, que una retirada de seis semanas de las IDF de la Ruta Philadelphi a lo largo de la frontera entre Gaza y Egipto es un periodo demasiado corto para permitir un rearme significativo de Hamás.
En la misma línea, los jefe de seguridad israelíes sostienen que enfrentarse una vez más a un resurgimiento de Hamás en el norte de la Franja sería mucho menos peligroso y prolongado que el conflicto inicial de alta intensidad en la zona.
Los especialistas argumentan que, si bien Israel puede tener que seguir luchando contra Hamás durante mucho, mucho tiempo si se regenera sin cesar, no hay más tiempo para los rehenes, muchos de los cuales murieron en cautiverio.
Frente a todo esto, Netanyahu sigue insistiendo en que la guerra no terminará hasta que se alcancen todos sus objetivos, es decir, que se devuelvan todos los rehenes y se desmantele Hamás.
De ahí sus repetidas afirmaciones, desafiando el texto publicado, de que la propuesta de Israel del 27 de mayo no prevé un alto el fuego permanente, y su insistencia, al menos en principio, de reanudar la batalla contra Hamás.
Y luego está la cuestión de su coalición. Sus dos socios de extrema derecha, el partido Sionismo Religioso, liderado por el ministro de Finanzas Bezalel Smotrich, y Otzma Yehudit, liderado por el ministro de Seguridad Nacional Itamar Ben-Gvir, se oponen firmemente a lo que consideran un acuerdo derrotista y temerario.
Lejos de poner fin a la guerra y retirar las tropas, estos ministros harían que Israel reasentara permanentemente el enclave costero palestino.
Tanto Smotrich como Ben-Gvir amenazaron en reiteradas ocasiones, de manera poco creíble, con derribar el gobierno si Netanyahu los desafía.
Los partidos moderados de la oposición, por su parte, se comprometieron a mantener a Netanyahu en el poder mediante la aplicación de un acuerdo, pero el primer ministro tiene claro sabe que no le proporcionarán ninguna red de seguridad más allá de eso.
Entre esos 1.027 presos de seguridad palestinos cuya libertad sancionó Netanyahu hace 13 años se encontraba un tal Yahya Sinwar, arquitecto de la masacre del 7 de octubre y líder general indiscutible de Hamás tras el asesinato de Haniyeh.
Sinwar llevaba 22 años en prisión, sin perspectivas de excarcelación, tras haber sido condenado a cuatro cadenas perpetuas por su implicación en el asesinato de dos soldados israelíes y cuatro presuntos colaboradores palestinos con Israel.
Es muy posible que Netanyahu hubiera tenido menos problemas para llegar a un acuerdo si Sinwar, el monstruo al que liberó, no siguiera prófugo en los túneles subterráneos de Gaza.
Pero también podría ser que Netanyahu, que sabe que gran parte de la opinión pública israelí está clamando por este acuerdo -una encuesta instantánea del Canal 12 de televisión realizada el viernes por la noche reveló que el 63% de los israelíes respaldan el acuerdo alcanzado en Doha frente a un 12% que se opone, y que sus propios votantes lo apoyan por un 42% frente a un 21% en contra-, determine que llegó el momento de sellarlo.
Puede que el premier israelí también sepa, como le dijo su próximo presidente estadounidense preferido, Donald Trump, que éste es el momento de ‘‘conseguir la victoria’’.
Y también puede ser que Netanyahu considerará que un acuerdo exitoso, si no constituye su tantas veces prometida ‘‘victoria total’’, al menos es una reivindicación de 10 meses de presión militar, una prueba de su compromiso con los rehenes, una oportunidad para salvar su legado tras la catástrofe del 7 de octubre y una potencial victoria electoral.
Podría ser.
Luego, por supuesto, quedaría la cuestión nada insignificante de lo que Hamás pretende decir y hacer.