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The Jerusalem Post. Opinión | Donald Trump no es amigo de los judíos

Por M S
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Itongadol.- (Por Amy Neusten* – The Jerusalem Post) La semana pasada Newsweek informó que el ex presidente estadounidense y candidato republicano, Donald Trump, declaró -por enésima vez- que «él es el mejor candidato para los votantes judíos», advirtiendo que cualquier judío que vote por Kamala Harris necesita que le «examinen la cabeza».

Si bien no es ningún secreto que Trump llevaba tiempo pregonando ese mito -asignando libremente etiquetas de enfermedad mental y deterioro cognitivo a cualquier judío que vote a la candidata demócrata-, de lo que no se habló hasta el momento es de cómo manipuló a los progresistas del Partido Demócrata para derribar las posibilidades del gobernador de Pensilvania, Josh Shapiro, de ser elegido como compañero de fórmula de Harris para la vicepresidencia, en lugar de Tim Walz, gobernador de Minnesota.

El reportero político nacional de The Bulwark, Marc Caputo, publicó un artículo titulado «El mundo de Trump alimentó una campaña de susurros contra Shapiro», citando a un asesor de la campaña de Trump que dijo: «Donde pudimos, amplificamos a los izquierdistas en Twitter. Alimentamos a Shapiro [investigación de la oposición] en los medios de comunicación. Hicimos lo que pudimos para crear más ruido y descontento».

La campaña de Trump tuvo éxito en su sabotaje de Shapiro. Cabe mencionar que no era difícil fomentar el antisemitismo en este incendiario mundo posterior al 7 de octubre, marcado por las furiosas protestas antiisraelíes en los campus universitarios estadounidenses y en las calles de la mayoría de las metrópolis del mundo.

Podría decirse que se trata de una estrategia política y que las opiniones centristas de Shapiro -apoyo a los programas de vales escolares, oposición a un alto el fuego en la guerra entre Israel y Hamás, entre otras-, corrían el riesgo de restar votos a la candidatura Trump, motivo por el que el ex presidente recurrió a la astucia para evitar que Shapiro consiguiera la candidatura.

Sin embargo, en un nivel más profundo, las maniobras de Trump tuvieron un efecto mucho mayor. Lo que podría causarle la pérdida del apoyo que tuvo hasta el momento de ciertos sectores de la comunidad judía.

Hacía 24 años que no se elegía a un estadounidense de origen judío como compañero de fórmula para la vicepresidencia. Por eso, cuando Shapiro fue nombrado recientemente como uno de los tres finalistas -sin duda a la cabeza del reducido grupo de aspirantes-, entre los judíos de Estados Unidos y de todo el mundo abundaron los mismos sentimientos de exultación que cuando el senador estadounidense Joseph Lieberman (ya fallecido) había sido elegido compañero de fórmula de Al Gore para la vicepresidencia.

Con los rumores de que Shapiro encabezaba la lista de posibles nominados, pensamos que por fin habíamos roto la barrera. Hablé con amigos, vecinos y familiares sobre este sueño hecho realidad. Sentíamos un enorme orgullo.

Lamentablemente, fue una terrible decepción cuando Shapiro fue descartado, y eso fue algo que muchos de nosotros en la comunidad judía tuvimos que procesar.

También era evidente que el siniestro papel de Trump no terminaba ahí. Poniendo el dedo en la llaga, el equipo Trump inmediatamente tildó a Harris de antisemita y cobarde por pasar por no elegir al gobernador de Pensilvania como su compañero de fórmula.

La estrategia de Trump es maquiavélica. En primer lugar, incitó a los progresistas a rechazar a Shapiro, causando estragos en el Partido Demócrata y planteando una seria amenaza a la unidad entre los votantes demócratas. En segundo lugar, luego de que Harris tuviera que tomar la mejor decisión para mantener unido al partido, Trump arremetió contra la campaña de su rival señalando que se acobardaba ante los «antisemitas» de la izquierda progresista.

Tras enterarme que Shapiro no sería el compañero de fórmula de Harris, publiqué una carta de lector en el sitio web del Mundo Judío de San Diego:

«Para los que tengan edad de recordar, me acordé inmediatamente de cómo se sintió mi familia… cuando el presidente Lyndon Johnson engañó al juez asociado del Tribunal Supremo Arthur Goldberg para que dejara su puesto en el Tribunal Supremo de EE.UU. para servir como embajador de EE.UU. ante la ONU, con el pretexto de que lo necesitaban urgentemente para poner fin a la guerra de Vietnam. Todo el mundo en la comunidad judía sabía que conseguir que Arthur Goldberg abandonara su eminente puesto en el Tribunal Supremo de EE.UU. era librar al Tribunal de un judío».

Continuando en mi post, escribí: «Es un hecho que, con todos nuestros avances, seguimos manteniendo el estatus de siervos en Estados Unidos. Somos un accesorio, un ayudante, pero nunca el primer lugar. Lucho por encontrar respuestas a por qué la sociedad estadounidense permite que los judíos asciendan, pero aprieta rápidamente la «válvula de cierre» justo antes de ascender a los niveles más altos de liderazgo. En Josh Shapiro vimos liderazgo, empuje, carisma y simpatía, todas las cualidades que… le habrían permitido romper el techo de cristal». 

En definitiva, dado que la campaña de Trump veía a Shapiro como una amenaza potencial para su victoria electoral en noviembre, eligieron descarrillar de manera arrogante el destino de un potencial candidato de origen judío en la fórmula demócrata.

Como resultado, gran parte de la comunidad judía estadounidense volvió a tener esos sentimientos tan familiares de ser empujados a un lado -consignados al estatus de «outsider»-, es decir, nunca capaces de lograr la inclusión en los lugares tradicionalmente codiciados que permanecen cerrados a los judíos.

Después de todo, en nuestros 250 años de historia como nación, ningún judío fue presidente o vicepresidente. Sé con certeza que la semana pasada me sentí profundamente herido como miembro de la comunidad judía. Y solo por esa razón, no puedo perdonar a Trump. ¿Y cómo puede hacerlo cualquier otro judío?

*Amy Neusten es doctora en Filosofía, socióloga y autora/editora de 16 libros académicos. 

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