Más allá de los elogios a la Justicia argentina y de la ausencia de hostilidad hacia el Gobierno que ayer se respiró durante el acto por los 15 años del brutal atentado a la embajada de Israel en 1992, hay un dato que nadie puede soslayar. Una herida que hace aún más doloroso el recuerdo de los muertos entre los escombros de aquel edificio diplomático de la calle Arroyo. Y es que, en todo este tiempo que pasó, no se ha encontrado a ningún culpable.
Ningún rastro. Ninguna certeza. Ni una sola persona presa. Al Estado argentino apenas le ha alcanzado para mantener abierta la investigación y apuntar tibiamente la mirada hacia Irán, el país al que, en estos tiempos, también le apuntan Israel y EE.UU.
CLarin