Lea Kovensky (51) es un símbolo del renacer: a cada paso alguien la saluda, la abraza efusivo y le dice «la admiro por su coraje». Los silencios que dicen todo invaden cada uno de los saludos.
Salir a fumar un cigarrillo en la planta baja le salvó la vida: la onda expansiva le pasó por encima y fue la primera testigo de la oscuridad que envolvió todo después del estallido.
Mil veces contó la escena: a su lado estaba su compañera Claudia. Ambas, sin decir nada, se tomaron de las manos y caminaron buscando una salida entre escombros y cuerpos.
Lea es un símbolo de los sobrevivientes que siguen trabajando en la Embajada. «Nunca la dejé. La reconstrucción fue parte de mi propia reconstrucción, y la continuidad es parte de mi continuidad», afirma.
La mujer contiene la emoción y dice que la primera pregunta que apareció fue «para qué» se salvó. Y encontró respuestas: «Se puede vivir de otro modo con fe pero convencida de que la creencia en el Dios que cada uno tiene no es motivo ni para separarnos ni para matarnos».
Algunos se acercan y la escuchan silenciosos. Lea habla desde la sabiduría que le dio haber caminado el abismo entre la vida y la muerte para «renacer desde la corriente del nuevo humanismo». Esto implicó «poder hacerme cargo de mi propia discriminación, darme cuenta que yo también discriminaba», asegura.
Hoy dice convencida: «La diversidad es la que tiene que unirnos. Nos enriquese, nos hace crecer y eso es lo que nos va a hacer salir adelante». Suspira y cuenta: «A eso apuesto y por eso trabajo prácticamente en todos los días de mi vida». Para exorcizar horrores y fantasmas.
Clarin