Me siento bien.
No sufro de ninguna enfermedad.
No tuve intervenciones quirúrgicas importantes.
Practico deportes de manera diaria.
Me alimento de un modo sano.
Disfruto mi tarea, a la que generalmente se le asigna un orden de lo espiritual. Me gusta confrontarme de manera cotidiana con situaciones vitales, que implican la alegría y también la despedida. Pero es el sentido de la labor, aquella que crea el riesgo de incrementar el propio sentido de la omnipotencia. Esta sensación no es exclusiva de mi oficio. Conozco también de otros.
Al cumplir 62 años descubro que, de manera oficial, pertenezco a un grupo de riesgo, motivado por el orden de lo etario. Cuando el domingo escuché que el límite era de 65 años, sentí que la exclusión me daba una esperanza joven. Pero cuando lo redujeron a 60, la cosa cambió. Si bien en lo personal me considero normalmente sano, ya pertenezco por decreto a otra categoría. Por primera vez percibo el gran atentado a mi ser todopoderoso. Y de modo mágico y con cierto placer, descubro que abandonar la omnipotencia en el orden físico es paralelamente un excelente ejercicio del alma. Porque implica de manera existencial el reconocimiento de que más allá de cómo me sienta, transito otra categoría de la dimensión humana: Aquella que enseña el hondo sentido de la fragilidad y, paradójicamente de la responsabilidad.
En este sentido, apelo a los tantos omnipotentes como yo a bajar nuestras expectativas y observar las disposiciones establecidas por las autoridades del ministerio de salud, tanto a nivel nacional, provincial y municipal.
Se nos exige que nos guardemos en casa y que salgamos solo para lo indispensable.
Se nos pide que
disfrutemos de la lectura, de las películas y del hábito de las conversaciones diarias.
Esperemos que esta turbulencia pase de manera rápida para poder volver a llevar nuestra vida cotidiana parecida a como lo hacíamos antes de la pandemia. Con la diferencia y el deseo que nuestra omnipotencia disminuya y nos permita ser conscientes y disfrutar, reconociendonos en nuestra nueva edad y en sus alcances. La edad de la sabiduría. Para saber lo que hemos plantado y lo que podemos cosechar.
Dany Goldman
Fuente: La Nación