Itongadol.- (Pesach Wolocki* – The Jerusalem Post) Hace poco estuve en Estados Unidos en uno de mis frecuentes viajes para visitar comunidades cristianas y medios de comunicación para hablar sobre la guerra. Pasé el fin de semana con amigos en una gran comunidad judía. Casi todos los judíos que encontré estaban conmocionados y furiosos por los acontecimientos del 7 de octubre. Los judíos que conocí durante el Shabat (día del descanso), todos de la comunidad ortodoxa, estaban firmemente decididos a que Israel debe destruir a Hamás o arriesgarse a una derrota que socavaría nuestra seguridad nacional en los años venideros.
Tuve una conversación que nunca olvidaré. Estaba hablando con una mujer cuyo hijo había servido recientemente en una unidad de combate del ejército israelí. Me decía que, aunque su hijo había sido entrenado como soldado de combate, no quería que volviera a Israel para servir en una unidad de combate en esta guerra. Aunque comprendía su sentimiento, le contesté con suavidad, recordándole que yo tenía tres hijos y un yerno que estaban sirviendo en unidades de combate en Gaza y sus alrededores en ese momento. Pero entonces dijo algo que me dejó atónito.
«Mira», me dijo. «Soy madre. Ningún país vale la vida de mi hijo».
«No lo sé», le respondí. «Si me dijeras que todos mis hijos sobrevivirían a la guerra pero que Israel perdería, no es un trueque que esté dispuesto a aceptar».
Pensé en esta conversación el otro día mientras leía los titulares diarios aquí en Israel. Un familiar de uno de los rehenes retenidos actualmente por Hamás dijo que Israel podría tener que hacer serios compromisos para recuperar a los rehenes. El contexto era el supuesto acuerdo negociado por Egipto y Qatar para garantizar la liberación de todos los rehenes a cambio del fin de la guerra. Este representante de las familias de los rehenes criticó al Primer Ministro Benjamín Netanyahu por no aceptar el acuerdo.
Las familias de los rehenes siguen presionando al primer ministro para que acepte el acuerdo
Según la ley judía, la liberación de los cautivos es el mayor acto que se puede realizar, la mitzvá (mandamiento) que tiene prioridad sobre todas las demás. Y sin embargo, la ley judía también prohíbe el rescate de cautivos por «más de su valor». El Talmud (Libro que contiene la tradición oral, doctrinas, ceremonias y preceptos de la religión judía) explica que la razón para no pagar de más por los cautivos es no animar al enemigo a tomar más cautivos en el futuro.
En otras palabras, aunque no hay acto más noble y necesario que la redención de cautivos, se nos prohíbe redimirlos si ello significa que el peligro para la comunidad judía se exacerbará como resultado.
En los primeros días después del 7 de octubre, los dirigentes de Israel dejaron muy claro que el objetivo de esta guerra era la destrucción de Hamás, y punto. Sólo como resultado de la presión de muchas de las familias de los rehenes se añadió el rescate de los rehenes como segundo objetivo «principal». Y éste ha sido el mensaje de la oficina del portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) y del gobierno desde entonces.
Seamos claros. No existe tal cosa como tener dos objetivos «primarios». Debería ser obvio que si hay dos objetivos distintos, sólo uno puede ser «primario». Más en relación con nuestra crisis actual, ¿qué ocurre cuando los dos objetivos entran en conflicto?
En una guerra no puede haber dos objetivos primarios
Al momento de escribir estas líneas, 556 soldados de las IDF perdieron la vida desde el 7 de octubre. Estos soldados dieron sus vidas para asegurar la victoria sobre un enemigo genocida que supone una amenaza existencial para la nación de Israel. Si ese objetivo no se logra debido a los compromisos alcanzados para salvar a los rehenes, Hamás declarará la victoria. Y tendrán razón al hacerlo. Detenerse antes de destruir a Hamás para salvar a los rehenes confirmaría la estrategia de Hamás. Les diría a los enemigos de Israel que la toma de rehenes funciona, que es el camino a la derrota de Israel. Esto es exactamente contra lo que advertía el Talmud.
Cuando Abraham pasó la prueba de Dios y ofreció voluntariamente a su hijo Isaac en el altar, Abraham recibió una bendición de Dios.
«Por mí mismo he jurado, dice el Señor, que por haber hecho esto y no haber retenido a tu hijo, tu único hijo, te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena de la playa; y tu descendencia poseerá la puerta de sus enemigos. Y por tu descendencia serán benditas todas las naciones de la tierra, porque has obedecido Mi voz.» (Génesis 22:16-18)
La bendición tiene tres componentes. El primero y el tercero, las bendiciones de una descendencia abundante y de que todas las naciones serán bendecidas a través de la descendencia de Abraham, ya le habían sido dichas a Abraham con anterioridad (Gn 12:3, 15:5). La única bendición nueva que Abraham recibió como resultado de ofrecer obedientemente la vida de su hijo a Dios es que sus «descendientes poseerán la puerta de sus enemigos». En otras palabras, la lección del Lazo de Isaac es que para ganar guerras, debemos estar dispuestos a poner en juego la vida de nuestros hijos.
La situación de los rehenes es horrible. El peligro y el sufrimiento que soportan son terribles. La angustia de sus familias es una pesadilla inimaginable. Yo, como cualquier otro israelí y partidario de Israel, rezo a diario y anhelo el regreso de todos los rehenes sanos y salvos. Pero creo que hablo en nombre de muchos israelíes que se sienten incómodos pronunciando las palabras que tantos de nosotros pensamos.
Parafraseando mi respuesta a mi amiga de Estados Unidos, permítanme plantear una pregunta. Si todos los rehenes pudieran salvarse, pero eso significara que Hamás no sería derrotado, ¿es un trueque que estarías dispuesto a aceptar?
*El rabino Pesach Wolicki es educador, escritor, columnista, conferencista y orador público.