Inicio Opinión Opinión I En la retirada de Gaza en 2005 »los enemigos de la Izquierda eran los sionistas, no los palestinos que disparaban contra Israel»

Opinión I En la retirada de Gaza en 2005 »los enemigos de la Izquierda eran los sionistas, no los palestinos que disparaban contra Israel»

Por M S
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En los últimos siete meses, debido a la negativa de la izquierda a reconocer la legitimidad de la victoria electoral de la derecha y su derecho a llevar a cabo su plan de reforma del sistema judicial, Israel se encuentra en una profunda crisis interna.

Itongadol.- (Por Caroline B. Glick – Jewish Press) La lengua hebrea -la lengua del pueblo judío- carece del concepto de historia. El término más parecido a historia es zijaron, o «memoria». Aunque ambos conceptos -historia y memoria- se refieren a acontecimientos pasados, se relacionan con esos acontecimientos y con la naturaleza del tiempo en sí, de maneras totalmente distintas.

El concepto de historia implica pensar en el tiempo de forma lineal. En cambio en la memoria, el tiempo es circular. La historia es el estudio de acontecimientos que sucedieron en el pasado. La memoria es un proceso de absorción de acontecimientos pasados en el presente y el futuro.

Para los judíos, la memoria es un concepto colectivo, nacional. Por ejemplo, recordamos el Éxodo de Egipto no como un acontecimiento histórico que sucedió a otras personas hace 3.400 años. Lo recordamos como un acontecimiento que le ocurrió a nuestro pueblo.

Y el imperativo de la memoria judía no es simplemente aprender de los acontecimientos del pasado. A los judíos se nos ordena revivirlos, rememorarlos y experimentar el recuerdo como si hubiéramos estado allí, y enseñárselo a nuestros hijos para que el recuerdo se traslade al futuro.

Esta semana se conmemoraron dos días de memoria nacional. Uno ocurrió hace 2.000 años. El otro ocurrió hace 18 años. El primer día -el noveno del mes judío de Av, o Tisha B’Av, que celebramos el jueves según el calendario hebreo- es el día de luto nacional por la destrucción del Primer y del Segundo Templo de Jerusalem.

El viernes, 10 de Av, es el día en que el gobierno de Ariel Sharon expulsó por la fuerza a 10.000 judíos de la Franja de Gaza y del norte de Samaria.

Los medios de comunicación, en general, prefieren omitir este día. Se menciona de pasada o con reportajes sobre familias concretas que fueron expulsadas pero se ignora deliberadamente nuestra memoria colectiva de aquellos acontecimientos y lo que nos enseñan como pueblo.

Durante los últimos siete meses, debido a la negativa de la izquierda a reconocer la legitimidad de la victoria electoral de la derecha y su derecho a llevar a cabo su plan de reforma del sistema judicial, Israel se encuentra en una profunda crisis interna.

Aunque los acontecimientos de hoy no tienen precedentes en muchos sentidos, su paralelismo más cercano -o más bien, su antecedente- son los sucesos que precedieron a las expulsiones del Diez de Av.

En 2003, Ariel Sharon llevó al Likud (el actual partido oficialista de Israel, liderado por Netanyahu) a una aplastante victoria en las elecciones a la Knesset (el Parlamento israelí). El oponente de Sharon era el jefe del Partido Laborista, Amram Mitzna. En plena guerra terrorista palestina, Mitzna se presentó con una plataforma de retirada unilateral de Gaza. Sharon, en cambio, se presentó con una plataforma contraria a toda retirada.

Sharon sabía bien (como la mayoría de los israelíes) que una retirada unilateral de Gaza sería desastrosa. Durante las elecciones, Sharon acuñó la frase Din Netzarim k’Din Tel Aviv. Traducida a grandes rasgos significaba: «Como vaya Netzarim (la comunidad más aislada y vulnerable de Gaza), así irá Tel Aviv».

En diciembre de 2004, Sharon asombró al país cuando anunció que adoptaba la plataforma electoral de Mitzna. «Para finales de 2005», declaró, «no habrá judíos en Gaza».

¿Un medio para mejorar la seguridad de Israel?

Lo que siguió fueron ocho meses de luchas internas y rencor sin precedentes en la historia de Israel, es decir, hasta estos últimos siete meses. Entre diciembre de 2004 y agosto de 2005, los medios de comunicación llevaron a cabo una campaña continua de incitación y demonización de los judíos de Gaza.

No importaba que literalmente no hubiera nada de cierto en su constante afirmación de que los judíos de Gush Katif -el mayor bloque de comunidades de Gaza a lo largo de la frontera con Egipto- eran fanáticos peligrosos. No importa que cuando se produjeron las expulsiones, un tercio de los cadetes del curso de formación de oficiales masculinos de las IDF eran residentes de Gush Katif. No importa que los agricultores de Gush Katif fueran los más innovadores y exitosos del país, o que prácticamente no hubiera delincuencia allí.

Durante ocho meses, los medios de comunicación sometieron al público a algo parecido a un programa de lavado de cerebro. Se hizo creer a los israelíes que los 8.500 judíos de Gaza eran asesinos demoníacos y parásitos que obligaban a los soldados israelíes a morir sólo para protegerlos.

Con el apoyo activo del Tribunal Supremo dirigido por el entonces presidente Aharon Barak, el Ministerio de Justicia emitió órdenes para sofocar las protestas pacíficas y deslegitimar la oposición a las expulsiones. La policía interceptó colectivos que transportaban manifestantes a protestas legítimas y autorizadas y los obligó a regresar.

Más de 6.000 israelíes fueron detenidos por protestar contra las expulsiones previstas, una media de 22 al día. Como explicó el entonces defensor público jefe Inbal Rubenstein en una audiencia en la Knesset tras las expulsiones, la fiscalía estatal, con la connivencia activa y el apoyo de los jueces del Tribunal Supremo, pisoteó deliberadamente los derechos civiles básicos de los manifestantes.

Se los acusó colectivamente sin aportar al tribunal pruebas contra ningún sospechoso concreto. Permanecieron en prisión preventiva a la espera de juicio -en muchos casos durante meses- sin que se aportaran pruebas de la infracción cometida. Menores de tan sólo 13 años fueron encarcelados durante meses sin que se presentaran cargos contra ellos.

Con el apoyo de Barak, los fiscales justificaron sus acciones diciendo que era necesario denegar derechos civiles básicos a los manifestantes como «forma de disuasión», para evitar que otros se unieran a las protestas.

Las expulsiones y la retirada se presentaron a la opinión pública como un medio para mejorar la seguridad de Israel. Gaza sin judíos se convertiría en una nueva Singapur, insistió el principal asesor de Sharon, Dov Weisglass. La decisión de adoptar el plan de Mitzna fue tomada por Sharon y sus asesores políticos sin consultar a las Fuerzas de Defensa de Israel.

El hecho obvio -sobre el que Sharon hizo campaña electoral apenas unos meses antes- de que entregar Gaza a los terroristas palestinos pondría en peligro Tel Aviv fue tachado de demagogia.

Al final, Gaza se convirtió en Afganistán. Treinta días después de la retirada, los palestinos iniciaron su guerra de proyectiles contra Israel, que ya lleva 18 años, lanzando cohetes sobre una de las ciudades más próximas a su frontera, Sderot.

En los 18 años transcurridos desde la retirada, Gaza pasó de ser una molestia táctica a una amenaza estratégica. Los palestinos de todos los grupos terroristas que operan en la Gaza controlada por Hamás lanzan cohetes, morteros y misiles. Su alcance abarca la mayor parte de Israel.

Israel se vio obligado a librar media docena de guerras contra Hamás desde 2005 y a realizar innumerables ataques aéreos. Irán se convirtió en el principal patrocinador estatal de los grupos terroristas palestinos de Gaza.

El Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán suministra misiles, morteros y dinero a Hamás y a las fuerzas terroristas de la Yihad Islámica palestina. Ellos, a su vez, cumplen las órdenes de Irán.

¿Quién establece la agenda nacional?

De esta manera, 18 años después del 10 de Av de 5765, la principal pregunta que debe responderse es ¿por qué? ¿Por qué Sharon ordenó la operación? ¿Por qué la izquierda la deseaba tanto?

Estas preguntas se refieren directamente a nuestra situación actual. En lo que respecta a la izquierda, la respuesta fue dada por destacados escritores tanto antes como inmediatamente después de las expulsiones. Y no tenía nada que ver con la seguridad. Tenía que ver con las mismas cuestiones que hoy constituyen el núcleo de las protestas de la izquierda.

Seis semanas antes de las expulsiones, Haaretz (un reconocido diario israelí) publicó un editorial explicando sus motivos.

«La desvinculación de la política israelí de su combustible religioso es la verdadera desvinculación actualmente en la agenda. El día después de la retirada, la situación del sionismo religioso será diferente. La verdadera cuestión no es cuántos proyectiles de mortero caerán, ni quién vigilará la Ruta Filadelfia [que conecta Gaza con Egipto], ni si los palestinos bailarán en los tejados de [la aldea] Ganei Tal. La verdadera cuestión es quién establece la agenda nacional».

En otras palabras, Haaretz, hablando en nombre de la izquierda, declaró que era razonable socavar la seguridad nacional de Israel para mantener el poder de la izquierda de fijar la política nacional. El mejor medio para preservar ese poder, argumentaba el diario israelí, era destruir el sionismo religioso mediante un programa de expulsión y demonización.

El consejo editorial de Haaretz no estaba solo. Los creadores de opinión, desde Dan Margalit y Ari Shavit hasta Yair Lapid, se subieron al movimiento antirreligioso utilizando sus posiciones destacadas en los medios de comunicación para avivar el odio contra los 8.500 judíos de Gaza y sus partidarios.

Margalit pidió la imposición de un numerus clausus contra los sionistas religiosos que sirven en las IDF. Debe limitarse estrictamente el número de israelíes religiosos que pueden servir como oficiales.

Lapid insistió en que los judíos de Gaza no eran sus hermanos y que no tendría ningún problema en ir a la guerra contra ellos.

Shavit escribió que los judíos de Gaza no merecían ninguna protección de las IDF porque, en lo que a él respecta, ni siquiera eran israelíes.

Así que, para la izquierda, los sionistas religiosos -y los sionistas en general, para el caso- eran sus enemigos, no los palestinos que disparaban sus morteros contra Israel. El objetivo de las expulsiones era derrotarlos para preservar el poder de la izquierda de dictar la política nacional.

¿Y Sharon? La respuesta al enigma de qué le motivó nos lleva de nuevo precisamente al punto en el que nos encontramos hoy.

Justo antes de las elecciones de 2003, una fiscal llamada Liora Glatt-Berkowitz filtró a Haaretz que Sharon y sus hijos estaban siendo investigados por soborno. Cuando fue descubierta, Glatt-Berkowitz dijo que había esperado inclinar las elecciones hacia la izquierda publicando la información.

La mayoría de las personas implicadas en la ejecución del plan de expulsión que no formaban parte del círculo íntimo de Sharon coinciden en que la investigación por soborno convenció a Sharon de dar el paso que sabía que devastaría la seguridad de Israel.

Sharon comprendió que la fiscalía y los tribunales estaban dominados por ideólogos de la izquierda dura. Para convencerles de que no fueran tan duros con él y sus hijos, adoptó sus políticas y les ayudó a destruir a sus enemigos: sus votantes.

Moshe Ya’alon era Jefe del Estado Mayor de las IDF cuando Sharon anunció el plan de retirada y expulsión. Ya’alon es ahora uno de los líderes de la insurrección antigubernamental de la izquierda. Pero en el pasado veía las cosas de forma muy distinta.

En sus memorias de 2009, Ya’alon expresó: «No tengo ninguna duda de que la decisión de Sharon derivó de consideraciones externas. Cuando tuvo problemas personales debido a las investigaciones criminales contra él, Sharon decidió dar vuelta la situación con un paso dramático que contradecía flagrantemente su visión del mundo y no encajaba con su comprensión de la realidad».

La mayoría de los historiadores creen que la destrucción del Segundo Templo no era inevitable en un principio. Los judíos no podían vencer a los romanos en una batalla frontal. Pero tenían suficientes reservas de alimentos en Jerusalem para resistir años de asedio, durante los cuales tal vez podrían agotar a los romanos mediante el desgaste.

Sin embargo, la destrucción se hizo inevitable cuando un pequeño grupo de fanáticos llamados los Sicarii quemaron todos los almacenes de alimentos. Los Sicarii creían erróneamente que los judíos podían derrotar a los romanos, pero la única forma de conseguirlo era no dejarles otra opción que luchar. Por lo tanto, quemaron la comida.

La pregunta en Israel ahora es ¿quiénes son los Sicarri de hoy? La izquierda insiste en que el gobierno de Netanyahu lo es porque insiste en aplicar el programa de reforma judicial con el que se presentó. La derecha insiste en que la élite izquierdista que incendia el país en un intento de preservar su poder y sus privilegios protegidos por el sistema judicial son los Sicarri.

Al preservar la memoria de los acontecimientos del Diez de Av de 5765, encontramos la respuesta a la pregunta sobre el Nueve de Av.: Los judíos que quieran prevenir la destrucción del Estado de Israel deben recordar ese tiempo y ese día, y vivir de acuerdo a sus lecciones.

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