Mucho se ha elogiado el rápido anuncio palestino sobre las elecciones a la presidencia de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) el 9 de enero, en el marco de un por ahora muy ordenado traspaso de poder al liderazgo interino.
Los elogios llegan también de Israel, que observa muy de cerca los sucesos en la casa vecina.
Pero el apoyo de Israel al proceso electoral palestino no es simplemente cuestión de favorecer la democratización en Ramala y Gaza, Jenín y Hebrón, sino prácticamente una necesidad.
Sin un líder legítimo del lado palestino que cuente con el apoyo del pueblo, no será posible llegar jamás a un entendimiento que conduzca realmente a un cambio y eventualmente a la paz. Eso lo saben las dos partes.
«En los últimos sucesos en la Autoridad Palestina veo una oportunidad histórica, en cuyo marco podremos avanzar con el proceso de paz», declaró recientemente el primer ministro israelí, Ariel Sharon, quien pocos días más tarde se refirió a 2005 como «el año de la gran oportunidad que no puede ser desperdiciada».
Candidato favorito
Pero la gran promesa, según Israel, no radica simplemente en la realización misma del acto electoral.
Cabe suponer que si el candidato preferido por el momento no fuera el oficialista Mahmoud Abbas (más conocido como Abu Mazen, del grupo al-Fatah), podríamos escuchar tonos menos entusiastas del lado israelí.
Pero siendo él, quien cuando se desempeñó como primer ministro condenó terminantemente el terrorismo y llegó a afirmar que la «militarización de la intifada» había sido un craso error -postura que hace poco reiteró en una entrevista al periódico árabe londinense A-Sharq al-Awsat-, la esperanza de los israelíes parece tener buen respaldo.
Sin embargo, todos son conscientes aquí de que no basta con la buena voluntad de Abu Mazen y de que, para poder concretar sus buenas intenciones, necesitará fuerza y capacidad de imponerse a quienes se le opongan.
Israel espera la victoria de Abbas, aunque nadie cree que de llegar a convertirse en presidente de la ANP se convierta súbitamente en un gran sionista.
Él negociará como palestino, no como israelí, y exigirá sus propias reivindicaciones.
Pero en Israel parecen comprender, en su mayoría, que Abbas está genuinamente convencido de que la violencia, especialmente los atentados suicidas contra civiles israelíes, han resultado perjudiciales para los propios palestinos.
Éste es el fundamento principal del deseo de verlo como ganador en las elecciones del 9 de enero.
¿Reconciliación?
Los demás candidatos son considerados grises e irrelevantes, aunque oficialmente nadie se pronuncia en favor ni en contra de nadie.
Cabe suponer que la situación sería otra si hubiera un candidato de los grupos integristas, declaradamente opuestos a todo proceso negociador con Israel.
De todos modos, está claro que también existe otra cara en la moneda. La eventual victoria de Abu Mazen podría ser el comienzo de la reconciliación.
Esto significa que en adelante habría con quién hablar y ya no podría aplicarse la postura oficial israelí en los tiempos de Arafat de que «no hay interlocutor».
Israel tendría que hacer concesiones para poder llegar a un arreglo con los palestinos y éstas no podrían empezar y terminar con la retirada de la Franja de Gaza.
A eso seguramente se refirió Sharon cuando recientemente dijo -a diferencia de la posición que mantenía al respecto en el pasado- que el repliegue de Gaza permitirá llegar a un punto que conduzca a la reanudación del proceso de paz.
Promesas
Por ahora, los israelíes parecen comprender que no pueden limitarse a presentar exigencias a los palestinos y que deben ayudarlos a cambiar las reglas del juego.
Por eso se prometió abierta y oficialmente -lo han hecho Sharon, su canciller Silvan Shalom y su ministro de Defensa Shaul Mofaz- aliviar la situación de modo tal que las elecciones palestinas puedan llevarse a cabo sin impedimento alguno.
El punto clave aquí es levantar puestos de control en las carreteras, cancelar restricciones y permitir, en resumen, una libre movilización de votantes de un lado a otro.
Dos de los ocho candidatos a presidente -Mustafá Barghouti y Bassam al-Salhi- afirman que han sido retenidos en puestos militares, alegando el primero que fue golpeado por soldados israelíes, lo cual el portavoz militar desmintió.
La retención por corto tiempo fue un hecho y si se repite algo así -incluso si los retenidos en cuestión carecen de los permisos necesarios para entrar a Jerusalén- la tensión no logrará disiparse.
Menos que menos cuando los retenidos son oficialmente candidatos.
Del lado israelí todavía hay quienes sólo vaticinan cuadros negros, como la derecha nacionalista que no confía tampoco en Abu Mazen, o la extrema izquierda convencida de que Sharon no cumplirá con sus promesas de retirada y arruinará lo que pueda lograrse en las elecciones palestinas.
Pero, en general, el tono que se oye en Israel es optimista. Cauteloso, pero optimista.
Jana Beris
La NAcion