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La tragedia de Once. Las condenas son posibles cuando las víctimas y sus familiares se ponen a la cabeza del reclamo

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Itongadol.- (Por Hernán Capiello) Las condenas por la tragedia de Once dejaron en evidencia que los vínculos entre empresarios y funcionarios cuando son delictivos pueden ser mortales. Que la corrupción mata. Que se paga con penas de hasta 9 años de prisión. Y que un funcionario puede terminar condenado a ocho años de cárcel y preso si el fallo queda firme, como ocurrió con Juan Pablo Schiavi o a seis años como en el caso de Ricardo Jaime . También que se puede condenar a un empresario poderoso, multimillonario, que se enriqueció al amparo de sus negocios con el Estado, como a Sergio Cirigliano.

 
Las condenas por administración fraudulenta contra Jaime,y Schiavi, del lado de los funcionarios y los Cirigiliano y sus empleados, del lado de los empresarios, evidenciaron que la falta de mantenimiento de los trenes era un buen negocio. El interés económico estuvo detrás de la tragedia, pues el desastroso estado de los trenes motivaba llamar a millonarias licitaciones que ganaban las empresas del grupo Cirigliano, mientras cobraban subsidios que no aplicaban a mantener el sistema ferroviario.
 
 
Mientras la compañía decía no tener capacidad económica para mantener los trenes sanos y a los pasajeros a salvo, sus ejecutivos alquilaban jets que no usaban, compraban joyas y artículos de lujo y auspiciaban a corredores de carrera. Era negocio no mantener los trenes. Sólo la licitación de los vagones de dos pisos del ferrocarril Sarmiento fue por mil millones de pesos. Y la ganó la empresa ferroviaria del Grupo Cirigliano.
 
El círculo diabólico se completa con la actuación de los funcionarios. Ricardo Jaime ya confesó que recibió dádivas de estos empresarios. Ahora se sospecha en què consistìa el vínculo entre ambos. El juicio no probó el pago, ni el cobro de sobornos,-no se los acusaba de eso- pero sí que los controles eran laxos, que los empresarios administraban de manera fraudulenta los fondos que recibían y que el Estado seguía pagando. Porque se inflaban gastos de administración para justificar de manera aparente la necesidad de recibir mayores subsidios.
 
La otra lección de la tragedia de Once es que la justicia puede juzgar a funcionarios del mismo signo político del gobierno que está en el poder cuando se lo propone y que al mismo tiempo puede dar una respuesta relativamente rápida. En poco más de tres años consiguió condenas. Fue necesaria decisión política, la valentía de los jueces (Claudio Bonadio en la instrucción, los camaristas que confirmaron sus fallos en distintas instancias) y el trabajo del fiscal Fernando Arrigo y equipo. Cuando la fiscalía empezó a indagar sobre la responsabilidad del ex ministro Julio de Vido, casi no llega al final del juicio, la mudaron de edificio a otro de la Armada. Sin siquiera fotocopiadora que llegó el último día del juicio. Y por supuesto fue indispensable la decisión de los jueces Rodrigo Giménez Uriburu, Jorge Tassara y Jorge Gorini, que condenaron.
 
Fue necesaria la tragedia de Once para renovar el sistema ferroviario de pasajeros en la Argentina. Otra vez, como con el caso Cromagnon, la realidad se modificó sobre las tumbas de las víctimas. Se compraron nuevos coches y se colocaron nuevas vìas mientras transcurrìan las audiencias del juicio.
 
 
La última lección de la tragedia de Once es que las condenas son posibles cuando las víctimas y sus familiares se ponen a la cabeza del reclamo. Ellos les arrancaron una respuesta a los tres poderes del Estado. Como ocurrió en el caso Cromagnon, con la causa AMIA, con los miles de casos de víctimas de accidentes de tránsito, esta vez fueron necesarios 51 muertos para que la Justicia les diera una respuesta. O al menos un consuelo.

La Nación. 

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