El reciente fallo que denuncia un complot desde el Estado para desviar, entorpecer y confundir la investigación fue un acto desde la Justicia que viene a echar luz sobre lo que muchas veces se preguntó: ¿por qué la investigación no avanza? ¿cuál fue la poderosa razón que bloqueó una y otra vez el camino a la verdad? Es probable que ahora, con la decisión de liberar a los imputados, comience la investigación a los investigadores. Pero, otra vez, la cuestión central —los autores y cómplices del brutal golpe terrorista— puede quedar postergada en la necesaria búsqueda de responsabilidades de quienes hicieron mal las cosas o actuaron en la ilegalidad.
Si el Estado está tan comprometido con ese complot, como lo dice el tribunal, queda claro que el camino de la represión ilegal de la dictadura militar sigue pavimentado y abierto.
Ya lo dijimos antes pero hay que repetirlo: el ataque a la AMIA fue un ataque a la sociedad argentina. Y la gravedad de esa agresión debiera haber sido un estímulo para la unidad con un solo objetivo: demoler la impunidad, conocer la verdad, mostrar que los argentinos pueden encontrar a los culpables. Pero desde el mismo día del atentado, la supervivencia en el poder, la impericia, el ocultamiento, las operaciones de intoxicación de inteligencia, cierto sentimiento racista, fueron construyendo un entramado con un final cantado.
En cada aniversario, se reclamó por una investigación firme, clara y decidida. Hoy, ese clamor volverá a hacerse sentir.
Diez años después no tenemos respuestas, no tenemos nada. Una verdadera vergüenza.