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Editorial de Pepe Eliaschev por el atentado a la AMIA

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 Itongadol.- La idea de resaltar una fecha para resignificarla, rodearla de contenido y enriquecer su peso específico, es atendible y perfectamente legítima. No siempre la estrategia de las efemérides, sin embargo, es un acto de sinceridad. La efeméride está rodeada de un culto por el protocolo y, sobre todo, por una reverencia por las evocaciones formales, aniversarios, décadas, siglos, nacimientos y muertes. Este no es el caso.

Este 18 de julio, como sucede hace ya diecinueve años en la Argentina, se vuelve a recordar, no solamente un episodio atroz, sino, mucho más grave todavía. Como si aquella gravedad no fuera suficientemente importante, se va a volver a subrayar la impunidad subsistente tras lo que fue, puntualmente, el mayor atentado terrorista de la historia argentina. Es tan conocido el episodio, ha sido tan transitado a lo largo de los años, que hasta me siento incómodo subrayando que ese día fue demolida la sede de la comunidad judía argentina, en la calle Pasteur 633, producto de un atentado terrorista que dejó un saldo mortal de 85 personas, más centenares de heridos.
La Argentina no se ha recuperado de aquella tragedia, no sólo por su proyección horrorosa, sino porque, al cabo de diecinueve años, no hay un solo condenado, ni un procesado. Obra maestra de impunidad: vinieron, prepararon, organizaron, diseñaron, ejecutaron y se fueron. Es probable que varios de los asesinos de los que participaron de aquella jornada incluso ya hayan perdido la vida en otros episodios terroristas, en otras partes del mundo.
Este es el primer dato que pido tener en cuenta: la impunidad. La impunidad a lo largo de varios gobiernos, porque desde aquella mañana trágica de 1994, han pasado por la Casa Rosada los presidentes Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y ahora Cristina Fernández de Kirchner.
Corresponde subrayar algunos datos centrales, que después de diecinueve años, siguen llamando poderosamente la atención. El primero de ellos, a mi juicio, es la pasión nacional por insistir en lo que sería el aspecto local, nativo, criollo del atentado, que existió, sin duda. Pero esa insistencia va en desmedro de las responsabilidades de los ejecutores materiales, puntuales, explícitos, vale decir, quienes organizaron y ejecutaron el atentado terrorista. Hemos hablado durante años de policías, de servicios de inteligencia, de jueces, hasta de banqueros. Todo eso, casualmente, en desmedro de lo importante, como se hizo en cambio, en los atentados del terrorismo islamista en Madrid, Nueva York y Londres. En estos casos, los gobiernos identificaron a los autores, los buscaron y capturaron a varios de los culpables propiamente dichos, o sea los terroristas.
La Argentina, en cambio, se ha divertido mucho durante diecinueve años, hablando de conexiones locales y del papel encubridor de la policía de la provincia de Buenos Aires, territorios inmundos y detestables, poblados de gángsters y personas de doble, triple y cuádruple lealtad. Pero todo esto se hizo relativizando la búsqueda central, obsesiva y permanente que tendríamos que haber desarrollado en torno de los ejecutores, al punto de haber llegado, diecinueve años después, a un “memorándum de entendimiento” con la República Islámica de Irán.
Simultáneamente, hubo un ejercicio interminable de chapucería seudo-periodística y profusa intervención y manipulación de los servicios de “inteligencia”. Se ha hablado durante años de conexiones extranjeras, como si Siria fuese un régimen autónomo de la verdadera potencia regional que domina esa parte del mundo, Irán. En estos últimos veinte años, Siria ha estado bajo la influencia directa de Irán, y, en particular, la milicia chiita Hizbalá, que ocupa gran parte del sur del Líbano, responde estratégica, política y financieramente al régimen islamista de Teherán. Sin embargo, en la Argentina, políticos, periodistas y analistas han hablado permanentemente de una supuesta “conexión siria” que diluiría la responsabilidad de Irán, una distracción baladí y absolutamente superficial.
Un elemento particularmente tenebroso que se ha patentizado en estos últimos años es el copamiento que el Gobierno llevo a cabo en el seno de algunos familiares de algunas víctimas de la AMIA. Son grupos minoritarios, porque, tras 85 muertos, las familias que hoy, diecinueve años después, siguen bregando por la justicia, ya son muy pocas. Sin embargo, el Gobierno operó desde el primer día, con Néstor Kirchner y sobre todo ahora con Cristina Kirchner, con gran audacia e inescrupulosidad, penetrando, comprando, copando e invitándolos a Nueva York, a varios familiares que han terminado esta semana vergonzosamente regalándole una camiseta de Rácing a la Presidente, apenas cuarenta y ocho antes de un nuevo aniversario de la tragedia.
La frutilla de la torta ha sido lo que denuncié en marzo de 2011, el pacto clandestino y secreto firmado por el gobierno argentino con la República Islámica de Irán. Han pasado 140 días, al día de hoy, de que el Congreso Nacional convirtió en ley ese memorándum de entendimiento con Irán. En estos 140 días, la Argentina no ha recibido formalmente un solo mensaje, acreditación o señal de parte de los iraníes de que efectivamente aprobaban ese tratado, que -de todos modos- es nulo de toda nulidad. Es una de las tragedias políticas más grandes de la historia democrática argentina, y, sin embargo, se lo “sacó” prácticamente a punta de pistola, se obligó a que se votara en pleno verano. queriendo convencer a la ciudadanía argentina que luego de ese pacto con Irán vendría realmente la justicia.
El papel de la comunidad judía argentina en estos últimos años, y específicamente su dirigencia formal, es de una mediocridad clamorosa. Estoy siendo generoso con la palabra, por no decir algo peor. Ha sido una conducción, sobre todo la de la DAIA, que, en definitiva y salvo alguna que otra excepción muy particular, ha estado políticamente de rodillas ante el actual gobierno, alegando que una posición más fuerte o enérgica podría implicar, supuestamente, problemas para la comunidad judía argentina. Esas dirigencias de la AMIA y de la DAIA han estado muy por debajo de sus responsabilidades y muy por debajo de lo que se esperaba de ella.
La Argentina ha ingresado, y no solo en relación con Irán, en un realineamiento internacional que queda claramente demostrado con lo que acaba de suceder con Evo Morales. La Presidente se costeó hasta Bolivia para darle su solidaridad al presidente Morales por el censurable episodio acontecido en Europa, cuando a su avión no se le permitió aterrizar en ciertos aeropuertos. Fue algo negativo, pero no fue una tragedia. Sin embargo, la Presidente se tomó un avión y se fue a Bolivia a “solidarizarse” con Morales.
Morales recibió en La Paz al ministro de Defensa de Irán, uno de los imputados en la tragedia de la AMIA y uno de los sujetos por los cuales hay un pedido de captura de Interpol a nivel internacional. ¿Nuestro país le exigió acaso disculpas alguna vez a Morales por haber recibido a un prófugo de la justicia argentina? ¿En que consistieron las excusas de Morales con la Argentina por este agravio? Dijo que recibió al jerarca iraní porque “no sabía” que lo buscaba la justicia argentina.
Todos estos datos llevan a una conclusión amarga. Este 18 de julio vuelve a sonar el shofar, ese viejo milenario instrumento judío para llamar a la reflexión y sobre todo la memoria. Vuelve a repetirse el nombre de los 85 muertos, vuelve a reinar el silencio de la gente en una mañana fría y destemplada. Volvemos a estar tristes, pero rápidamente nos habremos olvidado. Porque la única realidad es que diecinueve años después, la tragedia de la AMIA sigue siendo el sinónimo de impunidad.
  
Editorial de Pepe Elisachev en Radio Mitre

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