Itongadol (Por Lic. Claudio Avruj*).- En la década del 30 se instaló en Alemania el Nacionalsocialismo o Nazismo, ideología soporte del régimen político que se basó: en la supremacía de la Nación Alemana, la anulación del Pacto de Versalles, el castigo a los culpables de la derrota y de la interpretada como vergonzosa paz y en la creación de una Alemania para alemanes.
Las minorías no tenían lugar en esta nueva Alemania, y por lo tanto debían ser eliminadas. Se comenzó con los discapacitados internándolos y experimentando con ellos, y se continuó con el encierro en guetos de los judíos de los países ocupados, deportados más tarde a los campos de concentración, trabajo y exterminio. Luego en 1941, dos años después de comenzada la guerra cuando el régimen nazi controlaba gran parte de Europa con un poder significativo se sistematizo la eliminación de todos los judíos.
Las consecuencias sociales de la 2° Guerra Mundial, (además de las territoriales, políticas y económicas) son el elevado número de pérdidas humanas, el Holocausto/Shoá, y la modificación del mapa étnico europeo, con importantes desplazamientos de población, fruto de los cambios fronterizos
Como citó el entonces canciller Bielsa en ocasión del 60° Aniversario de la Liberación de Auschwitz, “La memoria ordena el sequito de la verdad. La memoria sigue a la verdad a pocos pasos de distancia, y es más paciente – incluso – que los memoriosos a quienes a veces no es la verdad lo que más los obsesiona. Se rige por otras leyes, lee los enigmas del agua, solo es espontánea cuando habla con la verdad en la intimidad, pensando en el tribunal que juzgará el pasado y el futuro. “
A lo largo de toda la guerra 55 millones de personas de diferentes países y continentes murieron. Durante la Shoá fueron asesinados 6 millones de judíos, y 5 millones es la cifra generalmente aceptada de civiles no judíos asesinados. Entre los grupos de personas asesinadas y perseguidas por los nazis y sus colaboradores se encuentran los gitanos, serbios, miembros de la inteligencia polaca, luchadores de resistencia de todas las nacionalidades, alemanes que se oponían al nazismo, homosexuales, Testigos de Jehová, limosneros, vagabundos y prostitutas.
A partir de la hecatombe que representó para la humanidad la 2° Guerra Mundial y para los judíos en especial la Shoá, Elie Wiesel nos enseña sobre los peligros de la indiferencia: El nos explica que la etimología de la palabra indiferencia es que no hay diferencia, y dice que es un estado extraño e innatural en el cual las líneas entre la luz y la oscuridad, el anochecer y el amanecer, el crimen y el castigo, la crueldad y la compasión, el bien y el mal, se funden.
La indiferencia puede ser tentadora, es mucho más fácil alejarse de las víctimas. Ser indiferente es lo que hace al ser humano inhumano. La indiferencia, después de todo es más peligrosa que la ira o el odio. La ira puede ser a veces creativa, y el odio a veces puede obtener una respuesta, en cambio la indiferencia no obtiene respuesta. La indiferencia no es una respuesta.
En un día como hoy las palabras de Wiesel deben sonar mas fuerte: “el prisionero político en su celda, los niños hambrientos, los refugiados sin hogar se sienten abandonados, no por la respuesta a su súplica, no por el alivio de su soledad, sino porque no ofrecerles una chispa de esperanza es como exiliarlos de la memoria humana, y al negarles su humanidad traicionamos nuestra propia humanidad”.
Hoy a 68 años del fin de la 2° Guerra Mundial, nuevamente somos interrogados por ese pasado que exige de nosotros el mayor de los compromisos de trabajo por una sociedad justa y respetuosa que evite la propagación del mal, el olvido, la impunidad y el desprecio por la vida. No puede pasar desapercibida esta efeméride, máxime cuando entre nosotros conviven aún veteranos de guerra, sobrevivientes de los campos y los ghettos e inmigrantes de todos los países de Europa que llegaron aquí justamente por el desplazamiento que la guerra propició.
Recordar esta fecha implica ser sensible a las lecciones que la Segunda Guerra Mundial no deja y nos interroga como sus herederos. Es que debemos saber que mucho menos dolor nos hubiese causado si en aquellos años no hubiese primado la indiferencia, que la enorme historia de dolor y muerte que nos acompaña hubiera sido menos cruel si no hubiésemos sido indiferentes, y que por sobre todas las cosas, el mundo que nos toca construir será mucho mejor si en verdad no nos permitimos ser indolentes.
Dijo el poeta ruso Leonid Leonor, recordando la resistencia al oprobio de la guerra y el nazismo: “hemos defendido no solo nuestras vidas y nuestra propiedad, sino también la propia noción del ser humano”.
Se trata pues de esto, dignificar cada día la dimensión de lo humano, vivir para la paz, educando en el respeto, en el compromiso con los derechos humanos, pararse de lleno con coraje para comprender lo que la historia nos enseña sobre lo que el odio es capaz de hacer, acerca del horror de la guerra pero fundamentalmente de lo bello que nos da el encuentro, el respeto y reconocimiento del semejante.
Nos corresponde educar, estamos obligados a no ser indiferentes.
*Presidente Museo de la Shoa
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