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Llegando a un kibbutz seco, Kentura, del Desierto de Arava una tarde en agosto del 2006, Yosef Abramowitz, un activista social, educador judío y empresario multimedia de Boston abrió la puerta de su camioneta y lo golpeó una ola de calor. “El sol se estaba poniendo pero todavía quemaba, recuerdo la sensación”, dijo.
Más tarde, cuando no podía dormir, se levantó cerca de las cinco de la mañana y se paró afuera mientras salía el sol sobre las montañas de Jordania. “Ya era demasiado caluroso. Y me dije a mí mismo: ‘Todo este lugar debe trabajar de energía solar’”, recordó. Luego se enteró de que eso no era así.
Entonces Abramowitz, quien había pasado seis meses en Kentura a principios de los años ’80 como parte de un programa joven de Judea, abandonó rápidamente sus planes de pasar un tiempo sabático tranquilo con su familia, mujer e hijos, en el sudeste de Israel. En cambio, se asoció con Ed Hofland, un empresario del kibbutz, y David Rosenblatt, un inversor y estratega de Nueva Jersey, para fundar la Compañía de Energía Arava, la cual ahora lidera el desarrollo comercial energético de Israel.
Luego de más de cinco años de batallas políticas y regulatorias con las autoridades israelíes, la compañía transformó 20 hectáreas de un campo color a arena en el borde de una granja comunal. Ahora brilla con filas prolijas de paneles de fotovoltaje de China – 18.600 en total – que aprovechan el sol. No hay humo, solo un leve zumbido en los cuartos en el que la corriente de los paneles es transformada en electricidad y puede ser alimentada a una red eléctrica. Pequeñas aperturas en la valla perimetral permiten que los animales crucen el campo.
Dependiendo del tiempo del año y la cantidad de consumo de energía, este campo provee energía a al menos cinco comunidades.
Siemens, el conglomerado alemán, fue llevado como un compañero e invirtió $15 millones de dólares, y su sucursal israelí construyó el lugar. El Fondo Nacional Judío, un grupo sionista de un siglo principalmente asociado con la plantación de árboles en Israel, hizo una inversión estratégica inusual de $3 millones en un giro con el ideal nacional temprano de intentar hacer florecer al desierto.
Arava Power espera crecer para ser una empresa de $2 billones de dólares. Ese es un gran cambio para un pequeño kibbutz que había vivido principalmente de sus palmeras, productos lácteos y salarios de los miembros que trabajan afuera.