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El perro de la señora rubia, del gobernador Gioja. Por Martha Wolff

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 Estoy cansada de escuchar sobre Hitler, su política y su odio en boca de dirigentes y ciudadanos argentinos que no tienen la mínima noción de lo que fue el Holocausto. En vez de llevarlos a recorrer el Museo de la Shoá habría que llevarlos a Auschwitz o cualquier otro campo de exterminio para que sepan lo fue ese infierno.

Con respecto al perro de la señora rubia, ese comentario habla de lo informado que está el gobernador Gioja de ese episodio. Lástima que no contó sobre el amor que el Führer tenía por el suyo, al que amaba y acariciaba porque era uno más de los que dominaba y obedecía, mientras despreciaba a los judíos hasta asesinarlos y  transformarlos en cenizas y cadáveres.
Acerca de los dientes de oro que recogían los nazis y otras pertenencias de los judíos para su botín, el gobernador Gioja debería aclarar si lo que se va a extraer será en beneficio de su pueblo sanjuanino o de otros… ya que los nazis se enriquecieron con lo les que quitaban mientras morían de hambre los judíos y los pueblos en guerra.
Lástima que el gobernador Gioja no los comparó con los bienes de los desaparecidos que en la época del proceso militar se llevaron en las redadas de los que secuestraban, torturaban y hacían firmar sus pertenencias para enriquecimiento de los capos de alto mando y sus secuaces.
¿Por qué se compara tan fácilmente con Hitler cuando se trata de bárbaros? Debe ser por ignorancia.
En la visita que propongo como castigo a todo aquel que hable de aquel nefasto ser que fue Hitler, le obligaría que al regresar cuente por los medios oficiales lo que vieron: vitrinas que son montañas de valijas de los prisioneros con sus números y nombres; sus artefactos ortopédicos; sus cabelleras; sus utensilios y mínimos artículos de limpieza; sus zapatos que ya nunca más caminaron, sus ropas… En fin, las pertenencias mínimas que les dejaron llevar. Todo está escenográficamente diseñado; las pequeñas riquezas de los 6.000.000 judíos capturados se avalanchas contra el vidrio pidiendo socorro desde el recuerdo. También que cuenten sobre los recorridos a las miserables barracas y cámaras de exterminio con sus hornos; la casa donde vivía el jerarca nazi con su familia e hijos con niñeras bien tratados mientras 1.000.000 de niños judíos morían bajo un cielo gris de cenizas y un olor nauseabundo de los cuerpos incinerados.
Esta lección de muerte sería buena para valorar la vida, ya sea por lo que se dice tan fácilmente y por lo que se le hace al pueblo sanjanuino en pos del oro que nunca verán.

Martha Wolff – escritora y realizadora cinematográfica.

 

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