Abordaron esta cuestión las mentes más brillantes del siglo XX. Muchos de ellos desde la exclusiva perspectiva investigativa acerca de la esencia de lo humano. Otros pretendieron utilizar dramáticamente la teoría para hallar los medios que permitan al individuo superar toda manifestación de crueldad. Después de las barbaries ocurridas durante la primera guerra mundial, y ante la perspectiva de una nueva conflagración, cuando la Liga de las Naciones invitó a Einstein en 1932, a mantener un intercambio epistolar con la persona de su predilección acerca de uno de los grandes temas de la humanidad, el gran físico eligió a Freud como interlocutor y a ‘¿Por qué la guerra?’, como tema. La respuesta de Freud se desarrolla en derredor del concepto de la pulsión de muerte, aquellas estructuras negativas del individuo que contienden con la pulsión de vida. El Eros y el Thánatos que se hallan en la constitución de lo humano y en el colectivo de la humanidad, que incorporó Freud de la mitología griega a su vocabulario psicoanalítico. Tal vez, con el propósito de enseñar que sus ideas ya subyacían esencialmente en el conocimiento humano de lo humano, desde antaño.
En 1930, ante un mundo convulsionado y peligrosamente conflictivo, concluyó Freud su famoso ensayo El malestar de la cultura, diciendo: “A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si –y hasta qué punto- el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones colectivas emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción. En este sentido, la época actual quizá merezca nuestro particular interés. Nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil exterminarse mutuamente hasta el último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena parte de su presente agitación, de su infelicidad y angustia. Sólo nos queda esperar que la otra de ambas “potencias celestes”, el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas ¿quién podría augurar el desenlace final?”
La pregunta sigue carcomiendo la mente y el corazón de todos aquellos que viven con la esperanza –tal vez no más que una ilusión- de un mundo pleno de vida y de paz.
En los textos del pasado, que han servido de guía para enaltecer la condición humana, cabe hallar respuestas a este dramático dilema. Ante la ira de Caín provocada por los celos que tuvo de su hermano Abel y que, finalmente, conllevó a su crimen, Dios le dice: está en ti dominar tu pasión (Génesis 4: 7). En Las Leyes (I, 626) Platón afirma: ‘el triunfo del hombre sobre sí mismo es el primero y el mayor de sus triunfos’, y en el libro de los Proverbios (16: 32) se lee: ‘mejor es el tardo en la ira que el héroe, y el que domina sus pasiones al que conquista una ciudad’
¿Acaso existe alguna forma de influir en esta contienda que acaece en lo íntimo de cada individuo?
En su profunda investigación acerca de Adolf Eichmann, Becoming Eichmann, David Cesarini concluye la introducción a su obra diciendo: ‘Eichmann no fue un demente, tampoco fue un robot receptor de órdenes. Fue educado para el genocidio y eligió poner en práctica lo que había aprendido. Ésta es su relevancia universal para un nuevo siglo en el que el genocidio es aún acallado y practicado. Como han de mostrarlo los capítulos siguientes, no es necesario ser anormal para transformarse en un genocida practicante’
De donde se infiere que una de las herramientas esenciales para aventar, o por lo menos menguar, el mal de la realidad humana, es la educación. No meramente la patética declamación de loas al concepto del bien y de la paz, sino que junto a ella, la clara y transparente actitud que refleja un profundo y sincero compromiso, es la enseñanza demandada y requerida. En todas las latitudes de nuestra realidad humana presente hay una carencia dramática de maestros que sirvan de paradigmas de conducta de aquellos valores que muchos declaman. El escepticismo, por múltiples y valederas razones, embarga el corazón y la mente de los jóvenes. Sin embargo, en medio de tanta insensatez, aún es percibido por muchos el clamor de los grandes maestros del pasado: “He puesto hoy cual testigos contra ustedes a los cielos y a la tierra, que la vida y la muerte he dado ante ti, la bendición y la maldición. Y elegirás la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30: 19)
Al reestablecerse un régimen democrático en el país, fue designada una comisión de investigación sobre la desaparición de las personas, cuyo informe final tiene por título dos palabras que definen al sentimiento labrado en el corazón de sus integrantes después de interminables horas de haber escuchado con atención los testimonios del horror: ¡Nunca más!
A sesenta y cinco años de la liberación de Auschwitz, mientras las manifestaciones de insensatez más ignominiosas inundan la realidad humana, los hechos históricos son negados y la lección –una vez más- no es aprendida, cabe preguntase con angustia y aflicción si junto al clamor: ¡Nunca más!, no amerita agregarse con desesperación el interrogante: ¿Nunca más?
*Rabino Dr. Abraham Skorka
Rabino de la Comunidad ‘Benei Tikva’
186