Por qué me vine a Israel?» La pregunta parece sorprenderlo. Mira hacia un costado y toma aire, como buscando palabras para aclarar sus razones. Pero después, un concepto simple cae de su boca acompañado de una sonrisa: «Necesidad, pura necesidad».
Hace apenas 14 meses que Alejandro Selisnoff, del barrio de Almagro, de 41 años, llegó a su tierra prometida. Pero la avalancha de argentinos que decidieron radicarse en Israel lo ha convertido con todo derecho en un veterano. «La mía, como la de mucha otra gente, es una emigración de necesidad. Integro el grupo de quienes, en general, no tenían otra salida que no fuera la de venirnos a Israel», explica.
Su historia es emblemática de la de los casi 6.000 argentinos que desde inicios del año pasado hasta hoy (500% más que en 2000) han llegado a esta tierra que les ofrece un cobijo que dicen no encontrar en su país de origen. Pero la situación es paradójica porque llegan en el año más duro de la reciente historia israelí: la violencia creciente en el combate perpetuo con los palestinos, atentados suicidas contra civiles y una situación económica en declive, potenciada por el mismo conflicto. La guerra forzó al cierre de empresas y negocios y el desempleo trepa hoy al 12%.
Este cúmulo de dificultades son las que más preocupan a los recién llegados. Sin embargo, están decididos a resistir.
«Lo que me decidió a irme de la Argentina fue la situación económica, pero opté por Israel ya que no quería ser un chicano en EE.UU., un «sudaca» en España o un extranjero en otra parte», dice Selisnoff.
«La situación aquí no es nada fácil. Hay dificultades por el idioma tan diferente, la violencia y la situación económica afectada por el conflicto. Además, Israel ya no ofrece las oportunidades de hace unos años», comenta Alejandro, que abandonó su departamento de Almagro por uno alquilado en Kfar Sava, cerca de Tel Aviv.
Silvia Dukelsvy, de 45 años se radicó en abril pasado. Ahora trabaja como mediadora entre las instituciones israelíes y los recién llegados argentinos.
«Muchos inmigrantes se hallan a punto de terminar el subsidio de sobrevivencia que otorga el gobierno y aún no han conseguido trabajo. Y esto pese a la ayuda que las instituciones israelíes ofrecen a los empleadores de nuevos inmigrantes, subvencionando hasta la mitad del sueldo para igualar sus posibilidades frente a las de los otros trabajadores israelíes», afirma.
La ayuda a los nuevos inmigrantes se extiende habitualmente por siete meses. Los montos son diferentes según el tipo de familia y la edad de los chicos. Una pareja sola recibe 550 dólares al llegar a Israel y 450 por mes. Por cada hijo menor de 4 años 220 dólares y mayores de esa edad 110 dólares. También un apoyo de 1.100 dólares para la mudanza.
Silvia llegó a Israel como maestra de historia judía y con un excelente manejo del hebreo pudo revalidar rápidamente sus títulos. Mientras Mauricio, su marido, se esforzaba en aprender la lengua, ella consiguió su trabajo y junto a sus dos hijos se incorporaron a un programa de «absorción directa» de la ciudad de Beer Sheva, centro de recepción de argentinos.
La inmigración de argentinos fue apoyada por el gobierno ante el agravamiento de la situación económica de la colectividad judía en Argentina, una de las mayores de la diáspora. El programa de ayuda comandado por la Agencia Judía incluye beneficios especiales como exención de pago de impuestos de aduanas, subsidios de supervivencia y a los empleadores, cursos de capacitación laboral y de idioma hebreo, facilidades para una hipoteca y otras ofertas especiales concedidas por un año.
La colonia argentina en Israel —que abarca unas 70.000 personas— saltó a los titulares la semana pasada luego de que dos recién inmigrados murieran en un atentado palestino en el shopping de Kfar Sava. Uno de ellos, el misionero Luis Magram es reverenciado como héroe debido a que como guardia de seguridad de un supermercado, impidió que el ataque se transformara en una masacre arrojándose al cuerpo del suicida.
Cuando Alejandro Selisnoff y su mujer, Lidia, llegaron a Israel lo hicieron al «Centro de Absorción» de Raanana, al norte de Israel. Allí conocieron a Magram.
El «Centro de Absorción» es una mezcla de barrio y country con unas 150 viviendas dispuestas en edificios de tres pisos. Tiene canchas de deportes y salas de recreación, ofrece cursos de hebreo y otorga servicios más domésticos como lavaderos automáticos.
«El Centro fue clave para nuestra integración. Estuvimos 10 meses antes de alquilar en Kfar Sava», dice Alejandro.
«Yo conseguí un trabajo en un depósito donde empecé cargando mercadería y hoy estoy encargado de preparar los envíos que otros cargan. En la Argentina dirigía un negocio mayorista. Sólo pagando el derecho de piso puedo integrarme», cuenta.
Cuando se le pregunta cuál es su mayor preocupación, además de la seguridad, responde: «El problema es que la economía empeoró este año».
Magram, el guardia muerto en el shopping, lo sabía. Había aceptado uno de los miles de puestos de trabajo en seguridad abiertos tras la intensificación de la ola terrorista. Un sueldo mínimo de US$ 600 dólares, sin horas extras y en tareas que solo estudiantes o nuevos inmigrantes sin idioma y sin oficio suelen aceptar. La precariedad laboral de Magram se repite en otras experiencias de argentinos sin profesión y sin suficiente nivel en el manejo del idioma, en puestos como operarios industriales o personal de ayuda a ancianos. Fte Clarin