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«No le tengo miedo a las bombas, aquí perdí todo»

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Una tarde, hace unos meses, con el diario en la mano y matando el tiempo en la remisería bonaerense donde trabaja, Tulio Fadon hizo una muy singular comparación: el día anterior ocho personas habían muerto en Israel en un atentado suicida palestino, mientras que la suma de los muertos en Argentina por hechos violentos, el mismo día, le daba 10.

De ancestros italianos, con más de 50 años, Fadon partirá en diciembre hacia Israel en una emigración factible por los orígenes judíos de su esposa, Marta Jurkevich. El matrimonio se va con Mirna y Carolina, dos de sus tres hijos, que han pedido enrolarse como médicas en el ejército israelí. «Estoy trabajando en el típico laburo del desempleo. No he sido ni político ni ladrón. Me siento estafado y violado en mi propio país», concluye Tulio.

Es evidente que la guerra de Oriente Medio amedrenta cada vez menos a los miembros de la colectividad judía que, afectados por la violencia económica y social que está expulsando de su país a los argentinos, se lanzan a Israel tentados por la llamada «Ley de Retorno». Esta considera que todo judío puede inmigrar a Israel, derecho que le transfiere a hijos y nietos, a la pareja y a la pareja de sus hijos y nietos.

Reparando la diáspora, pero con claros objetivos demográficos, Israel brinda cantidad de beneficios a los «olim» («nuevos inmigrantes», en hebreo), que van desde el derecho a la nacionalidad, a la ayuda económica, vivienda y servicio médico. Además, Argentina «goza» este año del estatuto de «país en crisis», lo que se traduce en beneficios adicionales.

En lo que representa un aumento del 500% respecto al 2000, entre enero y octubre se fueron 4.500 argentinos a Israel y se espera que otros 1.000 lo hagan hasta fines de año, indicó la Agencia Judía.

«Argentina tuvo una importante emigración judía a Israel de características ideológicas en los 50, 60 y 70, mientras que la de ahora es principalmente socioeconómica», comentó a Clarín Jorge Katz, director de Tzavta, un centro comunitario fundado por el movimiento kibutziano. Katz mismo es un argentino que vive en un kibutz israelí desde 1976 y por unos meses más estará en el país.

Los judíos argentinos padecen el deterioro generalizado del país. Se estima que la mitad de los miembros de dicha colectividad —que suma unas 200.000 personas— están viviendo en la pobreza.

A los 29 años, Duvilia Schteimberg es una de ellos. Su familia vive gracias a unos ticket-canasta que recibe de CADOSS, una de las instituciones judías que combaten el actual estado de emergencia. Duvilia se irá a Israel en enero con el pasaje gratis que le han dado. Y allá recibirá un refuerzo económico. «Lo importante no es el dinero, sino que me aceptan como un miembro más de la sociedad israelí… Aquí me robaron el futuro», apunta Duvilia, que prepara su viaje tomando clases de hebreo, gratuitas, en Tzatvta.

Duvilia se lleva sólo una valija. Aquí se quedan sus padres, que no se van y tampoco quiere hacerlo su hermano, de 33 años. El joven no quiere ni irse ni vivir en medio de la guerra de Oriente Medio. Es un caso repetido entre muchas familias que emigran, y que quedan fracturadas.

También Jaime Undank dice haber perdido sus esperanzas. Tiene 65 años y al llegar a Israel comenzará a recibir los beneficios de una jubilación —sin haber hecho aportes— más servicio de salud gratuita. Es contador público y licenciado en administración de empresas. «Si me tengo que poner de un lado, estoy con los pacifistas israelíes, que son muchos. Pero no les tengo miedo a las bombas. Aquí perdí todo lo que tenía, los clientes, los ahorros. Quiero empezar una vida nueva», señala. Divorciado y con cuatro hijos, Jaime dice estar contento y cuenta que son tres los miembros de la familia que «se lanzaron al mundo como Cristóbal Colón». Un hijo economista trabaja para un banco en Holanda. Una hija está emigrando a Estados Unidos, y él, a Israel. «Al que le vaya mejor se lleva al resto de la familia», remata.

Delia y Marcelo vendieron la casa y el remís que trabajaba él. El 25 de noviembre parten a Israel con los padres de ella, de 91 y 85 años. Allá los espera una de sus hijas, una nieta, y un departamento a pocos kilómetros del Mediterráneo. «Tiene 140 metros, con vista a unas palmeras. Jamás en la vida viví en un lugar así y en total no pagaremos más de 200 dólares de alquiler», dice Delia, imaginando un futuro ideal. Marcelo apunta: «Mi hija Marina no entiende que nos estemos yendo a Israel.»

Padres e hija difieren del conflicto en Oriente Medio. Para Marcelo los palestinos «son educados desde niños para matar judíos». Marina considera a Israel un Estado que usa su fuerza para una ocupación ilegal sobre las tierras palestinas.

Un sobrino de Marcelo murió en un atentado, pero eso no los asusta. Delia apunta: «Trabajé 22 años hasta hace unos días en un colegio judío que brinda ayuda social. ¿Sabés lo que es ver a matrimonios de nuestra edad viniendo con vergüenza a pedir comida? Yo no quiero esperar a estar en esa situación.».

Fte Clarin.Natasha Niebieskikwiat

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