Era una noticia de las habituales, ya, en las radios israelíes: la información sobre el último atentado suicida. Sobre la muerte, nuevamente, cabalgando por las calles de Israel. Pero esta vez, la voz de los locutores puso en estado de shock a la nutrida comunidad argentina de este país: las víctimas del ataque, el lunes, en un shopping de la ciudad de Kfar Saba, 20 kilómetros al noreste de Tel Aviv, eran dos de ellos. Dos argentinos.
Los dos habían dejado el país hacía muy poco tiempo. Se conocían. Uno, el misionero Julio Magrán, de 51 años, era custodio del shopping. El otro, Gastón Perpiñal, un cordobés de apenas 15 años, había pasado por ahí y se acercó a saludar a Julio a quien había conocido hace unos meses. Los unía la nacionalidad, la condición de inmigrantes y también esperanzas parecidas, a pesar de la diferencia de edad: un futuro que su país les estaba negando. Pero todo —el pasado, el presente, las esperanzas— estalló junto al atacante suicida, cargado con un cinturón explosivo de 20 kilos de muerte, en cuestión de segundos.
Eran las 18.20 del lunes. Gastón saludó a Julio. Pero los ojos de Julio —que estaba haciendo dos horas extras en ese lugar— estaban puestos en cientos de personas que pasaban a su lado y a los que debía revisar en el horario crítico en el que el shopping se llena de jóvenes y familias. De repente, Magrán clavó la vista en Nawil Sawalja, el palestino de 20 años cargado de explosivos. «¡Pigúa, pigúa! (¡Atentado!), escapen todos!», llegó a gritar y se lanzó sobre el joven militante de la Jihad Islámica. Así, con su cuerpo, salvó la vida de decenas de personas que estaban allí.
Julio y Gastón eran dos más de entre los cerca de cinco mil argentinos que llegaron en el último año a Israel. Cientos de comerciantes, empleados, profesionales y sus familias, que fueron empujados por la situación económica y también por otra explosión: la del 20 de diciembre que acabó con el gobierno de Fernando de la Rúa y potenció la crisis.
El año pasado, Julio, que había hecho una importante carrera en la Argentina como gerente de una empresa exportadora de granos, quiso independizarse y montó una empresa de turismo en Misiones que quebró al poco tiempo, al igual que el país. Entonces, partió a Israel, donde residen su madre y su hermana y donde, además, encontró pareja: una neuquina que también escapó de la crisis y trabajaba en el mismo shopping que fue escenario de su muerte. Tomó clases de hebreo y, al poco tiempo, consiguió, con la ayuda de la Organización de Latinoamericanos en Israel (OLEI) su trabajo como guardia de seguridad. La vida parecía sonreírle. En setiembre, se comunicó con su prima Hilda, que vive en Posadas. «Me dijo que hacía muchos años que no sentía esa paz», le cuenta en Misiones a Clarín la mujer, que todavía no logra reponerse de la noticia.
Curioso. Dijo haber encontrado la paz en medio de la guerra, al igual que miles de judíos argentinos a quienes Israel les abrió sus puertas ofreciéndoles beneficios económicos y la posibilidad cierta de planear un futuro (Ver Allá…).
Otro de sus primos, Luis, contó ayer en Misiones: «Murió de manera heroica. No me resulta extraño que haya puesto todo de su parte y su deber en su trabajo». También recordó que «hace unas semanas hubo un simulacro de atentado en ese centro comercial y Julio identificó rápidamente al policía que hacía de suicida».
Al igual que Julio, Gastón también estaba feliz. Córdoba ya había quedado muy lejos de su presente. El lunes, camino al fatídico shopping, se había cruzado con una vecina. Le contó la alegría de su familia: en una semana dejarían el Centro de Absorción de Raanana, donde fueron recibidos en abril por el gobierno de Israel, e irían a vivir a una casa que sus padres —Carlos, un arquitecto que trabaja en una estación de servicio y Celia, decoradora— habían alquilado. También le habló de lo contento que estaba con los nuevos amigos de la escuela Ostrovsky en la que estudiaba. Del equipo de básquet al que se integró —en Córdoba jugaba en el Macabi Noar— y de la satisfacción por haber convencido a sus padres de venir a Israel.
«Les había dicho: ‘O nos vamos juntos o me voy solo'», le comentó a Clarín un primo de Gastón. Acto seguido, describió la tragedia que sacude a su familia: «Era hijo único y los padres concentraban en él todo su amor. Por él vinieron a Israel. Para tratar de ofrecerle un futuro que no encontraban en Córdoba ni en la Argentina».
Diamela es el nombre de una amiga de Gastón que vive en Córdoba. También es su vecina. «Hace poco escribió un mail y contaba que estaba juntando plata para venir a visitar a la familia y decía que por ahora estaba bien», cuenta angustiada.
Dada la magnitud de la explosión, hasta ayer a la noche, a más de 30 horas del atentado, era imposible reconocer el cuerpo de Julio, lo que impedía su identificación, aunque no quedaban dudas más que formales de su identidad y los titulares de los diarios locales ya lo anunciaban como «el héroe de Kfar Saba».
Ilan Arjitecter, el director del Centro de Absorción de Raanana donde vivía Gastón y había vivido Julio, comparte con ellos el origen argentino, y con sus familias y el resto de los inmigrantes, el dolor por estas muertes. El lunes a la noche acompañó a los familiares de los muertos a la morgue para apoyarlos en el momento en que fracasaron en su intento por identificar los restos desfigurados de Julio y Gastón.
A las 3 de la mañana de ayer, retornó al Centro de Absorción. Lo esperaban más de 200 inmigrantes. «Los hice pasar al salón de actos, les pedí que hablaran porque eso era lo que necesitaban. El ambiente era duro, depresivo, lleno de ansiedad, de miedo, pero fue cortado por una familia que llegó de la Argentina hace sólo cuatro días. El jefe de la familia de cuatro chicos pidió hablar y dijo: ‘El dolor es grande, es difícil superarlo, pero estamos en nuestro lugar y no podemos dejar que esto nos quiebre'», cuenta Arjitecter.
Psicólogos y trabajadores sociales intentaron durante toda la jornada de ayer aliviar las tensiones de los habitantes del golpeado Centro. La Organización Latinoamericana en Israel, la Agencia Judía que trajo a los inmigrantes y la Embajada argentina ofrecieron su ayuda. De poco sirvió, sobre todo cuando a última hora de ayer los padres de Gastón recibieron la confirmación de que los restos del joven encontrados en el lugar del atentado eran los de aquel adolescente para el que soñaron un futuro mejor, en este verdadero volcán en erupción llamado Israel.
INFORMES: ERNESTO AZARKEVICH (POSADAS)
Y FABIAN GARCIA (CORDOBA)