Desde la muerte de Albert Einstein en 1955, el mundo ha tratado vanamente de explicarse el secreto de su genialidad.
El camino más extraño, sin duda, fue el que eligió el patólogo Thomas Harvey, que removió, sin permiso, el cerebro de Einstein antes del que el cuerpo fuera enviado a cremación, y lo conservó en un frasco de formol durante más de 30 años. Cada tanto, Harvey seccionaba una porción del tejido del cerebro y la enviaba a algún investigador con la esperanza de que se pudiera determinar de qué manera se diferenciaba de los demás ejemplares de la especie.
Walter Isaacson, ex editor de la revista Time y autor de populares biografías de Benjamín Franklin y Henry Kissinger, busca explicar a Einstein de una manera menos extravagante.
«Einstein fue diferente de la mayoría de los grandes científicos de su tiempo. De hecho, algunos fueron probablemente más inteligentes que él en áreas como la matemática pura, gente como Henri Poincaré o Max Plant. Pero lo que Einstein tenía era la capacidad de pensar de manera no convencional. Pensaba, en verdad, diferente de todos ellos y aplicaba su creatividad», dice.
Su descripción coincide con lo que el propio Einstein pensaba acerca de su método inductivo. «La imaginación es más importante que el conocimiento», proclamó en una oportunidad.
Isaacson, que acaba de publicar la más reciente y completa biografía del inventor de la teoría de la Relatividad, tuvo acceso a la correspondencia y archivos privados de Einstein, una bonanza informativa que hasta apenas unos meses atrás permanecía inaccesible al público.
Así, la mayor novedad que aporta Einstein: su vida y universo (Einstein His Life and Universe por Walter Isaacson; Simon & Schuster.) está referida a aspectos de la vida íntima de Einstein, que resultó ser tan variada e inesperada como sus teorías.
En un solo año, 1905, bautizado el Annus Mirabilis (el año extraordinario) Einstein realizó lo imposible: en una serie de ensayos que aparecieron uno tras otro, diseñó la revolucionaria teoría cuántica de la luz; estableció la existencia tangible de los átomos; explicó el movimiento de las partículas; reformuló el concepto de espacio y tiempo y, por si fuera poco, formuló la ecuación más célebre del mundo moderno, E=MC², la energía es igual a la masa por la velocidad de la luz al cuadrado. Tenía apenas 26 años.
Para entonces, llevaba dos años de casado con la serbia Mileva Maric, una compañera de estudios del Politécnico de Zurich a quien había conocido en 1898 y de la que se había enamorado perdidamente.
La relación con Mileva es la historia de un amor intenso que termina agriándose. En 1902 tuvieron una hija, Lieserl, a la que decidieron dar en adopción en vista de que aún no estaban casados. Años más tarde, ya radicado en los Estados Unidos, Einstein emprendió la búsqueda de Lieserl sin suerte.
Con Mileva tuvo dos hijos más, pero la relación se fue deteriorando al punto de que Einstein le exigió en un momento dado que se abstuviera de hablarle y de cualquier intercambio íntimo.
Propuesta extraordinaria
Corría el año 1914 y Einstein ya había iniciado su romance con su prima Elsa Löwenthal. Para convencer a Mileva de que le concediera el divorcio, le hizo una extraordinaria propuesta. Convencido de que en algún momento ganaría el Premio Nobel, le propuso darle todo el dinero del premio a cambio del divorcio.
Mileva lo pensó durante una semana y finalmente aceptó. Todavía tendría que esperar hasta 1922 para colectar lo prometido.
El ascenso de Hitler al poder, en 1933, sorprendió a Einstein en los Estados Unidos y decidió no regresar a Alemania («La ciega fe en la autoridad es el primer enemigo de la verdad», afirmará.)
Pero la vida en los Estados Unidos nunca terminó de satisfacerlo. «Aparte de un puñado de muy buenos científicos, ésta es una sociedad tan aburrida y estéril que te haría temblar», le escribió a un amigo europeo.
A pesar de sus numerosas aventuras amorosas, el Einstein que surge de las páginas de Isaacson se revela como un hombre capaz de amar a la humanidad entera pero incapaz de amar sostenidamente a alguien en particular.
Admitía profesar ideas socialistas (el FBI acumuló un dossier de 1427 páginas) pero era demasiado individualista para tolerar la noción de un Estado centralista.
Sus teorías cambiaron para siempre la percepción del universo y la noción del tiempo y el espacio, pero su complejidad es tal que la mayor parte de la humanidad sigue viviendo y pensando como si nunca hubieran sido formuladas.
La Nacion