Muy buenas noches a todos. Cuando hace unas semanas atrás el Presidente Kirchner retornó a la Argentina, luego de un viaje aquí a Venezuela, para firmar convenios en Puerto Ordaz, y me transmitió la invitación que la CAIV, a través de su Presidente, Freddy Pressner, me había formulado para que fuera precisamente la oradora de orden en este día particular de los cuarenta años de su conformación, quiero decirles que no solamente no dudé ni siquiera un instante en tomar la decisión de venir; sino que, además, sentí como ciudadana argentina un inmenso honor nacional y, también, debo confesarles, cierto grado de orgullo personal. Lo tomo como un reconocimiento que la CAIV y la comunidad judía venezolana me hace, y quiero decirle, señor Presidente, que nunca lo voy a olvidar.
Fueron varias las razones. La primera, siempre he admirado, casi les diría que he envidiado, la terquedad histórica orgullosa del Pueblo Judío, por el honor que hacen a la memoria, la verdad y la justicia. Tradición altamente envidiable, porque no todas las sociedades hacen de la memoria, hacen de la justicia, una tradición.
Hoy, 24 de marzo, se cumplen cuarenta años de la CAIV, pero también hay para los argentinos otro aniversario. Hoy, hace treinta y un años, se producía el golpe de Estado más sangriento de toda nuestra historia, donde se instaló una dictadura militar que violó en forma sistemática, organizada y planificada, como está demostrado científica y judicialmente, la persecución y la muerte de miles de ciudadanos argentinos. Por eso esa tradición, ese defender la memoria, la verdad, la justicia, el derecho a vivir que caracteriza a la cultura judía, es algo no solamente que debe ser reconocido, sino que debe ser premiado; y es reconocido con gestos, estar aquí presente hoy junto a ustedes para acompañarlos en este momento. Pero también me movilizó el hecho de que sabía que aquí también se iba a realizar el encuentro de la Comunidad Judía Latinoamericana. Es muy importante para nosotros Latinoamérica, lo será siempre, pero lo es más aún en estos momentos.
Yo escuché atentamente las palabras de Freddy Pressner y sus temores. Quiero hacerme eco de sus temores, Presidente, pero quiero también decirle que los destierre, que no tenga miedo, que esta Latinoamérica tiene una larga tradición de respeto y de convivencia absoluta entre distintas nacionalidades, entre distintas religiones, porque nuestra historia fue también una historia, nuestra propia historia como región, de sufrimiento, de persecución.
Usted hablaba de la historia de los judíos en Venezuela. Yo no puedo olvidar a Joseph Díaz Pimienta, judío venezolano, perseguido por la Inquisición, encarcelado por ser judío. Ejecutado, él y su familia, en el Viejo Continente. Porque el horror, la persecución al otro, la intolerancia ha sido, desgraciadamente, Freddy, un signo de la condición humana. Sería fácil para todos y cada uno de nosotros imaginar que los que hicieron las atrocidades del Holocausto eran monstruos horribles y, entonces, sería fácil identificarlos, y separarlos del resto de la Humanidad. Pero, muchas veces, quienes cometieron los más horribles crímenes eran padres de familia. Luego de torturar, de perseguir, iban y saludaban a sus hijos, a su familia y le daban un beso. Esto es el horror de la violación a los derechos humanos; y, en esto, todos tenemos que tener muy claro que ha habido una historia de intolerancia, de no respeto al otro, de no respeto a la diversidad, que ha signado a la condición humana. Pero debo decir, como ciudadana latinoamericana que, afortunadamente, no son los problemas étnicos ni religiosos los que sacuden a nuestra región. Tenemos otras vergüenzas, terribles para cualquier religión. Ser el continente más injusto entre la brecha entre pobres y ricos. No la pobreza, la brecha entre pobres y ricos, es la más profunda de todos los continentes.
Y hay, amigos y amigas, una generación de nuevos dirigentes en América Latina, cada uno con sus particularidades y sus diferencias. Alguien me preguntaba, hace pocos días en mi viaje a Francia, ¿qué pasaba en Latinoamérica desde el punto de vista de las perspectivas políticas? Y yo le decía que, nunca como ahora, los gobernantes en América Latina se han parecido a sus gobernados. Tenga usted la certeza que, todos y cada uno de los hombres que tenemos responsabilidades institucionales en Latinoamérica, levantaremos no solamente nuestra voz, sino nuestra acción concreta ante cualquier signo o tipo de antisemitismo. No estamos dispuestos a regalar lo que es una tradición histórica en América Latina.
Tradición histórica de la que Venezuela tiene múltiples ejemplos. Usted hablaba, y quien me precedió también en el uso de la palabra, de aquel judío, aquel abogado judío que acogió al Libertador Simón Bolívar en su casa y que también lo financió como otros miembros de la comunidad judía; pero también los judíos que pelearon junto al Libertador. Porque ser judío, aquí en Venezuela o en mi país, la República Argentina, o en cualquier otro país del mundo, significa también estar enraizado con la historia y los intereses de cada una de nuestras comunidades.
También hablaba usted, y creo que esto es tal vez lo más importante, usted y quien también lo siguió en el uso de la palabra, de la necesidad de construir la paz. Porque cada vez, cada vez que ha habido interrupción de los sistemas democráticos por golpes de Estado aquí en América Latina o en el mundo, siempre son las minorías, siempre son los menos los que tienen que pagar. Miren, yo lo comentaba con dirigentes de la Comunidad Judía de Argentina con quienes estuvimos reunidos antes de venir aquí hoy por la tarde, en el hotel donde me alojo. Quiero contarle a usted, y a todos los que no lo saben, que en ese feroz golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 en mi país, donde desaparecieron treinta mil argentinos, los testimonios de los sobrevivientes de los campos de concentración en que estaban internados revelaban que si alguien, además de disidente político, era judío, recibía el doble de torturas y castigo. La condición de judío, solamente eso, era motivo para ser aún más vejado, más torturado. Construir la paz, construir democracia, es la garantía de que el horror y los horrores que ha vivido la humanidad en las últimas centurias, no vuelvan a repetirse.
Y aquí, en este construir la paz en el mundo, hay distintas responsabilidades. Nosotros, quienes tenemos responsabilidades institucionales producto del voto popular en los distintos países, tenemos la obligación de volver a reconstruir en el mundo la multilateralidad; que Naciones Unidas sea el ámbito que nos contempla y nos contenga a todos, que sus decisiones sean respetadas cuando nos son favorables como país y cuando no nos son favorables también; porque la única garantía que tenemos de que no vuelvan a suceder conflictos que finalmente devienen en tragedias de la Humanidad es, precisamente, retornar a casa, al seno común que nació luego del horror en los campos de guerra de Europa. Es necesario, además, que todos y cada uno de nosotros, el ciudadano común que no tiene responsabilidad institucional, que no decide en los gobiernos, que no vota en los Parlamentos, que no puede dar discursos para ser escuchado por el resto de sus compatriotas, tenga también el compromiso de alzar su voz ante la violación de cualquier derecho humano; porque también muchas veces en nombre de presuntas falsas defensas de nacionalismos, hemos tolerado cosas que no las debíamos tolerar.
Miren, quiero contarles algo. Cuando en mi país se violaban los derechos humanos, cuando muchísimos argentinos habían marchado al exilio, cuando el país era también un inmenso exilio interno, muchos de los que denunciaban en los foros internacionales, las feroces violaciones eran denunciadas en mi país como que atentaban contra el Estado Nacional. Y me acuerdo de que se había acuñado una frase vergonzante: «Los argentinos somos derechos y humanos». Y recuerdo al rabino Marshall Meier, que tuvo que huir de la Argentina porque su vida corría peligro. Tuve oportunidad de estar con él. Perdón, con su mujer y con su hija en la casa del doctor Sergio Epstein, en Nueva York. Justamente el día que el presidente Kirchner anunciaba que transferiría la Escuela de Mecánica de la Armada, la ESMA, un lugar donde habían tenido un campo de concentración, donde habían tenido lugar brutales torturas y desapariciones forzadas de personas. Y ahí me contó una anécdota la hija del rabino y me dijo: «Un día los argentinos deberán enfrentarse con la vergüenza de saber que, a escasas cuadras de donde gritaban los goles del Mundial, se asesinaba y desaparecía a compatriotas, a conciudadanos. Y se había acuñado una frase donde se decía: los argentinos somos derechos y humanos, frase de la vergüenza».
Y también en otras etapas. Alguien señaló recién, en uno de los discursos que me precedieron, ¿por qué, por qué no se pudo impedir desde las grandes potencias, antes que acaeciera lo de 1939, por qué no pararon antes al monstruo? Y, seguramente, algunos podrán decirles que había razones de Estado, pero siempre en algún momento, antes de desatarse la tragedia, y aún desatada ésta, otros prefirieron mirar hacia otro lado, abandonando al hermano que sufría y que era perseguido.
Por eso, es muy importante que cada uno de nosotros tome el compromiso personal, como aquella Antígona de Sófocles cuando no le permitían enterrar a su hermano, porque el tirano decía que había combatido contra los intereses de Atenas, ella dijo: «No hay razón de Estado, no hay razón más importante que me obligue a mí a hacer lo que debo hacer y que está en el derecho natural». Porque hay un derecho sobre el de los Estados y es el derecho del hombre a la dignidad, a ser respetado en su diversidad, en sus diferencias. Ésta es la clave para evitar otras tragedias, la tolerancia, el respeto a la diversidad, la organización democrática de la sociedad.
Por eso y, para finalizar, quiero agradecer a la CAIV esta invitación, pero no es una invitación protocolar y, mucho menos el mío, un agradecimiento protocolar. Mi país fue sacudido por dos terribles atentados. Hace pocos días estuvimos presentes en la Embajada. Allí todavía está el hueco, en la Embajada de Israel en la ciudad de Buenos Aires; y más tarde, el 24, fue la AMIA. Algunos dijeron que fue un atentado antisemita. No es cierto, fue un atentado contra la República Argentina. Así lo vivimos los argentinos. Y porque conocimos el horror en nuestra propia casa es que estamos dispuestos a defender en todos y cada uno de los espacios que tengamos esta actitud, esta idea, este sistema de ideas que pasa, esencialmente, por el respeto a la condición humana. Porque yo les voy a repetir aquel famoso verso, del poema de Bertold Brecht: «Estuve en Dachau, el primer campo de concentración en la Provincia de Baviera y, allí pude ver que el primer campo de concentración no había sido para perseguidos religiosos. Los primeros que fueron, fueron los disidentes políticos, los que eran contrarios al Partido Nacional Socialista. Allí fueron a parar, fueron los que inauguraron el campo de prisioneros de Dachau».
Por eso, en nombre y por la condición humana es que, hoy aquí, invito a todos y cada uno de nosotros, a este compromiso de ciudadanía universal. Muchísimas gracias. Muy feliz aniversario. Gracias.
Nuevo mundo israelita