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Entrevista

Imre Kertesz
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. Es una persona que ha sabido hacer arte literaria y cultura en donde otros sólo pueden encontrar desolación y neurosis. Su sonrisa es un continuo alarde de voluntad de conciliación con un mundo que a él en ningún momento podría engañarle. Y su amabilidad parece una bondadosa venganza en contra de las crueldades y miserias que tan bien conoce. Tiene la misma mirada limpia que pocos años antes de su muerte mostraba otro gran hombre, Marek Edelmann, otro judío, otro superviviente de la mayor tragedia habida nunca para la civilización, el holocausto, la brillante planificación nazi para el exterminio total de los judíos en Europa.

Edelmann fue un héroe de la resistencia en el gueto de Varsovia, y no sólo allí. Kertesz, casi un niño entonces, es un héroe de la memoria y el relato reflexivo de historias sobre quienes mataban y morían. Edelmann era un soldado que ayudó a organizar una tropa de autodefensa contra el crimen donde apenas había mimbres para ello. Kertesz es la versión más genuina del individualista de rebeldía serena que uno pueda imaginar. Nunca fue soldado. Su labor ha sido, tal como la define él, ‘escribir en el humo y cavar con la pluma su fosa en las nubes’, recordando los versos de Paul Celan, víctima a su vez y a su manera del holocausto, en los que cantaba a los judíos de Auschwitz ‘subiréis como humo en el aire, luego tendréis una fosa en las nubes, donde no existen estrecheces’. Paul Celan se quitó la vida. Edelmann murió en la ciudad polaca de Lodz, octogenario, con toda la dignidad que había caracterizado su vida. Kertesz vive -contra todo pronóstico inicial y después de saber a qué huele la carne humana quemada y el humo que se llevaba hacia el cielo por las chimeneas a hombres, mujeres y niños-. Escribe y recuerda en Budapest. Sus éxitos literarios en Europa son enormes desde que fue descubierto por editores alemanes y desde que la censura comunista y la ignorancia occidental sobre el Este ya no constituyen un muro virtual para la literatura centroeuropea no exiliada en Occidente. Su novela Sin destino, ya publicada en castellano por el Círculo de Lectores, es un libro imprescindible por su fuerza y emoción carentes de sentimentalismo. Con cierto contenido autobiográfico, es para muchos la mejor novela jamás escrita sobre el holocausto y una de las más grandes obras europeas de la segunda mitad del siglo XX. Con un lenguaje que, como dice el autor, es producto de dictaduras del siglo europeo, el joven judío de Budapest Köves va descubriendo el mundo del terror en los campos de exterminio y recreando continuamente la realidad en los mismos, al tiempo que se transforma él, con su mirada lúcida, tan lejana del cinismo como del sentimentalismo . Kertesz detesta el sentimentalismo que tanto prolifera en obras sobre el genocidio nazi y destaca especialmente al director norteamericano Steven Spielberg, cuya Lista de Schindler considera el mejor ejemplo de cómo no hay que tratar esta cuestión. ‘Spielberg no tiene ni idea de lo que fue aquello y sólo confunde. Con lágrimas en los ojos se ve muy mal’, dice en la Residencia de Estudiantes, mientras observa satisfecho la portada del último libro suyo traducido al castellano, Kadish por el hijo no nacido, que acaba de publicar la editorial Acantilado en Barcelona.

‘Sí, tiene usted razón cuando dice que el Kadish es una oración. Es una oración de un judío no creyente’. Es una bellísima oración de un superviviente que sabe de su finiquitud, no se siente capaz de amar, pero mantiene una denodada lucha interna con la idea de la trascendencia simbolizada en ‘una niña de ojos negros y pequitas pálidas esparcidas por la nariz y un niño travieso de ojos de color azul grisáceo, alegres y duros como guijarros’. Es un libro breve y sencillamente memorable, de virtuosismo literario y reflexión lucidísima. Hace unos días, Imre Kertesz estuvo en Madrid para presentar su obra, por desgracia, aún tan desconocida en este país, tanto tiempo en la inopia respecto a lo sucedido en Centroeuropa desde los años en los que la prensa española jaleaba los éxitos de la Wehrmacht y las SS en tierras conquistadas y calcinadas. Kertesz vino a la Residencia de Estudiantes de Madrid con la mujer a la que encontró ya muy avanzada la vida, una húngara que huyó a Estados Unidos con sus padres durante otro de los terribles capítulos de la historia de su pueblo, el levantamiento de 1956 y el aplastamiento del mismo. Ella volvió cuando la pesadilla de la ocupación soviética -conviene llamar a todo por su nombre- había acabado. Se vieron y hoy Kertesz está, a sus 72 años, más reconciliado con la vida que nunca, en gran parte por su obra, en grandísima parte por la compañía de la que goza como una especie de gloriosa compensación por todo lo sufrido y pensado.

Vino Imre Kertesz a Madrid a hablar de Europa central, de la de ayer y la de hoy, pero sus palabras y su literatura son mucho más que análisis político o resultado de situaciones actuales. Rezuman memoria viva. Viene a hablar de Europa central. ¿Me puede decir usted, que tanto ha vivido esta realidad, qué es realmente la cultura de la llamada Mitteleuropa? ‘Es una pregunta compleja. En realidad, en Centroeuropa convivimos países muy diferentes. Nos une ante todo lo que nos ha separado durante tanto tiempo de Europa occidental. El Occidente es para nosotros el símbolo de la Ilustración y de los derechos humanos, de los derechos individuales. Mientras, nosotros permanecíamos durante tanto tiempo en dictaduras de diverso signo’.

LA REVOLUCIÓN DE OCCIDENTE

Preguntado Kertesz si no comparte la opinión de otros intelectuales centroeuropeos, muchos de ellos húngaros, que sostienen que, frente a la americanización de Europa occidental, es precisamente la Mitteleuropa la que mantiene más vivas las esencias de la cultura europea, el escritor húngaro se rebela. ‘Eso lo puede decir probablemente Konrad , pero yo, en todo caso, no lo diría. ¿Qué es eso de la sustancia europea? Yo creo que es precisamente la referida Ilustración y la democracia que proceden de países como Inglaterra, Holanda y todo el norte de Europa occidental; es una evolución muy diferente. Es el avance de la burguesía, de la civilidad. Este proceso no se produjo nunca en países como Hungría, si exceptuamos quizás los momentos inmediatos después de 1867 (año del llamado Ausgleich, en el que Austria y Hungría se reconcilian oficialmente y forman el imperio bicéfalo). Hungría siempre ha sido dominada por fuerzas extranjeras y por una pequeña aristocracia. Es una evolución muy diferente a la habida en Occidente, donde existió una gran reconciliación social después de las revoluciones’. No es usted uno de esos nostálgicos de la Mitteleuropa.

‘No, desde luego que no soy un nostálgico de Mitteleuropa. Creo que fue una evolución inmensamente malsana, una construcción enfermiza que hasta hoy tiene efectos en unas sociedades muy poco equilibradas. Por supuesto, juegan un gran papel los 40 años de ocupación soviética. Pero el retraso era enorme respecto a Occidente. No debe olvidar usted que reformas básicas como la de la tierra no se hicieron en Hungría hasta después de la Segunda Guerra Mundial’. Vayamos a lo que es la persona de Imre Kertesz, y con él, a su obra. Sus libros, que considero inolvidables, tienen todos algo en común. Usted parte de una experiencia fundamental para toda su obra, que es la cautividad, y que no se circunscribe a la certeza de su propia existencia en Auschwitz, Buchenwald y el campo de Zeitz, sino que va más allá y reflexiona sobre la existencia de ese fenómeno que fue la inmensa maquinaria industrial de muerte de Auschwitz y los campos de exterminio en general. En este sentido, hoy se está produciendo, sobre todo en Europa y Estados Unidos, un gran debate sobre el holocausto que se refleja en centenares, si no miles, de libros y publicaciones, demandas de compensaciones para las víctimas, etcétera. Ha escrito usted hace poco que cuanto más se habla de Auschwitz, menos se entiende y más se ritualiza e instrumentaliza. ¿Cómo percibe usted esta polémica? ‘Es difícil de contestar. Existe ahora un libro muy polémico de Finkelstein llamado La industria del holocausto. No lo he leído, pero ahora estoy leyendo uno de Peter Novick titulado Tras el holocausto. Es éste un libro muy serio de un historiador muy serio, profesor en Chicago, y en él describe cómo en los años cuarenta, inmediatamente después del holocausto, no existían prácticamente ni debate ni información sobre el genocidio, por diferentes razones políticas. También los judíos supervivientes que llegaban callaron, y lo hicieron también las grandes organizaciones judías. Después, éstas utilizaron el genocidio para otros fines, sobre todo para la creación del Estado de Israel’. ‘El holocausto como tema de debate resurge después en los años setenta, treinta años después de los hechos, y se convierte en un trauma, aunque el autor duda de si es un trauma verdadero. Todo ello es muy típico en este debate, en el que sin duda hay muchos intereses, muchas falsedades y muchas manipulaciones y distorsión de la realidad, como es, por ejemplo, La lista de Schindler, de Spielberg, con ese sentimentalismo que no ayuda en nada al debate esencial, que es lo que le sucedió a la cultura europea en Auschwitz, con Auschwitz y por Auschwitz’.

¿Qué fue en su opinión? ‘Yo creo que Auschwitz, pero también las dictaduras que ha sufrido Europa en el siglo XX, ha producido un profundo cambio en la cultura europea y también en las formas de vida’. Dice en alguno de sus textos que Auschwitz acabó tan sólo porque cambió la suerte de la guerra, pero que nunca ha habido nada que pueda considerarse una negación fundamental de lo que fue y supuso Auschwitz. ‘Exactamente, yo creo que Auschwitz y las dictaduras europeas han tenido un profundísimo efecto sobre las conductas también en aquellos países que no las sufrieron, como Estados Unidos o Escandinavia. En Alemania se comenzó con una toma del poder por parte del nazismo, una dinámica que aspiraba a arrastrar a toda la sociedad y que de hecho lo consiguió. Esta dinámica creó una maquinaria que tenía como un objetivo capital la aniquilación de los judíos. Y en la dinámica generada por los nazis, la gente sólo podía sobrevivir integrada en esa maquinaria. Es un ejemplo de lo que esta dinámica de poder e industria pueden lograr. Yo creo que también hoy vivimos en una dinámica que, por supuesto, no es la de Hitler y Auschwitz, pero sí una dinámica que obliga a las gentes y a los países a integrarse en una forma de vida que nos es presentada por los medios y que se han convertido en lugares comunes. Todavía no está bien estudiado el grado de sumisión y adaptación que exigen, por ejemplo, los grandes consorcios multinacionales a sus empleados. Hay muchos ejemplos de cómo la libertad que existía en el siglo pasado para vivir con privacidad e intimidad está en peligro’. ¿Cree realmente que el hombre del siglo XIX era más libre que el actual? ‘No, pero no había posibilidades de dominar totalmente al hombre, y hoy, sin embargo, los medios para hacerlo están disponibles. Y son las dictaduras y Auschwitz las que generaron en el siglo pasado las dinámicas para que esta total dominación del hombre, de sus conceptos, informaciones, conductas y formas de pensar se haya hecho posible’.

En su obra Yo, el otro (que pronto será publicado en castellano), usted reflexiona con el protagonista que, después de sus sufrimientos como víctima precisamente de una dinámica como la referida, es incapaz o se niega a cualquier integración y adaptación, precisamente por su repulsión a poner la más mínima duda a su individualidad. ¿Coincide con su protagonista? ‘Sí, yo me niego a adaptarme e integrarme. Siempre, desde un principio, ha sido una de mis máximas aspiraciones mantenerme al margen de la sociedad húngara o, digamos, de la sociedad que me rodeaba en Hungría. Yo tenía que desarrollar una forma independiente de pensamiento para escribir las novelas que quería escribir. A finales de los cincuenta y principios de los sesenta, con la dictadura también de valores, fueron muchos los intelectuales que se adaptaron y se generó una inmensa mentira en los círculos intelectuales, una autocensura en el escribir. Y yo no podía participar en aquello, porque primero tenía que ver muy claro para poder escribir sobre mi destino. Por eso siempre estuve lejos de todo el mundo literario de publicar pequeñas piezas, ingresar en la asociación de escritores’.

UN EXTRAÑO EN EL NACIONALISMO

¿Cuándo se decidió a escribir? ‘Comencé con diecinueve, como periodista en la prensa húngara en la que aún no se había impuesto la censura absoluta comunista, lo que acabó ocurriendo en 1948. Después escribí un poco de todo lo que podía, como guiones de radio y vodeviles. En casa se acumularon muchos otros escritos que quedaron sin publicar. Después comencé a escribir sobre mis experiencias en los campos. Es Sin destino, que llegaría a publicarse en 1975, pero que no tuvo ninguna repercusión, porque su existencia fue callada por la censura’. ¿Y el Kadish? ‘El Kadish lo escribí durante unos años de terrible desesperanza bajo Kadar y Breznev. Aquella sociedad me era absolutamente ajena. Y yo había trabajado siempre por cultivar en mí una forma de pensar totalmente propia. Lo escribí en aquellos años, pero fue publicada ya después de Kadar, en 1988. Y después de 1989 fue la editorial Rowohlt la que descubrió mi obra. Desde entonces, todo ha cambiado mucho para mí, para bien, desde luego. Pero tengo que decirle que he sobrevivido ahora diez años del proceso de la sociedad húngara y me siento igual de extraño. Yo no puedo sino serlo en una sociedad nacionalista’. Cuenta que el narrador de Kadish está inspirado en un hombre que se hundió bajo el peso de su pasado en los campos de exterminio y su presente en la dictadura comunista, y que fracasa en el último esfuerzo de redimirse en un matrimonio para demostrarse de alguna forma a sí mismo que aún es capaz de querer. Usted no se ha hundido, pero ha pasado toda su vida en la reflexión y el recuerdo del sufrimiento. Esto no hace fácil la vida.

‘¿Quién dice que yo jamás quisiera hacerme fácil la vida? Mi obra es un compromiso conmigo mismo, con la memoria y con la humanidad. Mi judaísmo es muy problemático. Ya le he dicho que yo no soy un judío creyente. Pero como judío me llevaron a Auschwitz y como judío estuve en los campos de exterminio, y como judío vivo ahora en una sociedad a la que no le gustan los judíos, con un gran antisemitismo. Yo siempre he tenido la sensación de que me obligaban a ser judío. Lo soy, y lo asumo, pero en gran parte es cierto que se debe a una imposición’. Kertesz está escribiendo una nueva novela, que será una continuación de Kadish. Será, sin duda, una nueva obra que haga realidad estas palabras del escritor húngaro: ‘En la profundidad de grandes revelaciones, incluidas las que surgen de tragedias insuperables, siempre hay un momento de libertad, un momento que confiere un algo más, un enriquecimiento de nuestras vidas y que nos hace conscientes de la auténtica realidad de nuestra existencia y nuestra responsabilidad para con ella. Por eso, cuando reflexiono sobre los efectos traumáticos de Auschwitz, reflexiono paradójicamente más sobre el futuro que sobre el pasado’.

HERMANN TERSTCH
El Pais

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