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DEL IDISH AL HEBREO

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. Una prueba de esa diversidad y unidad se halla al comparar autores de mundos tan diversos y al mismo tiempo tan hondamente judíos como Kafka, Bernard Malamud, Ashevis Singer o Amós Oz. Kafka, escribiendo en alemán en Praga, y Malamud haciéndolo en inglés, son reconocidos como parte de una cultura judía dado que expresan su judaicidad de manera sutilmente explícita. Otra cosa es cuando una obra literaria es creada en el líquido amniótico de una lengua judía; entonces es la lengua misma por donde circula su esencia más allá del sentido literal de las palabras. Es el caso de Singer escribiendo en idish, o de Oz en sus narraciones en hebreo. Una de las expresiones más originales de la creatividad judía en sus dos milenios de diáspora fue la creación de una serie de idiomas singulares, a partir del idioma hebreo. Se conocen dieciséis lenguas judías —se cree que fueron más—, algunas de existencia muy efímera y casi todas creadas respondiendo a ciertas pautas comunes, como ser su uso del alfabeto hebreo para la escritura, y su desarrollo de un léxico conformado por palabras de la vida diaria y de intercambio con el medio no judío, articuladas con términos hebreo-arameos de las plegarias y la vida religiosa judía. Algunas de estas lenguas fueron el italkian o judeo-italiano, el shuadit o judeo-provenzal, el catalanic, y por supuesto, el judezmo, ladino o judeo-español y el idish, surgido como una suerte de judeo-alemán.

En sus diez siglos de vida, el idish fue protagonista de un fascinante desarrollo a medida que sus hablantes eran empujados —por las cruzadas y otras calamidades— desde la cuna de esa lengua, en la frontera franco-germana, hasta Europa oriental. Allí, en tierras polacas, rumanas, rusas, el idish primitivo absorbió el sabroso léxico y folclore eslavo, ablandando la solemnidad de sus componentes germánicos y hebreos. El resultado de esa singular amalgama es el idish moderno, locuaz, tierno, expresivo, íntimo, embebido de humor, que llegó a estar en boca de muchos millones de hablantes y que desplegó en el último siglo y medio una multifacética cultura y una amplísima y brillante literatura, poco conocida en nuestra lengua. Entre sus pioneros, sus autores más renombrados posiblemente sean Sholem Aleijem, el autor de El violinista sobre el tejado, y de entre los contemporáneos, Isaac Bashevis Singer, Premio Nobel de Literatura y autor de numerosas novelas. Menos difundida aun que la literatura en idish es la narrativa israelí escrita en hebreo, de la que acaba de editarse una breve antología de relatos, Lengua de tierra, entre ellos David Grossman, de quien se consiguen en castellano Presencias ausentes (Tusquets) y Llévame contigo (Seix Barral).

Israel se constituyó como Estado alrededor de la lengua hebrea. Fue resultado de un proceso ideológico complejo, y frustrante y doloroso para los enamorados del idish. Esta lengua y su cultura acababan de sufrir la pérdida de la mayor parte de sus hablantes y creadores durante el Holocausto. El hebreo, idioma de las Escrituras, se impuso en Israel como lengua franca del pueblo judío y como una alusión al vínculo entre éste y la tierra donde se había hablado 2000 años antes. Llama la atención que habiendo sido laicos la mayoría de sus pioneros tomaran el hebreo como idioma nacional del Estado judío en ciernes por tratarse de la lengua de la Biblia. De hecho, el escritor israelí Aarón Megued, de quien el volumen recién editado recoge un cuento, escribe en su ensayo «Reflexiones sobre dos lenguas»: «Hay momentos en que miro por la ventana hacia la calle y juego con una idea: ¿qué hubiese ocurrido si toda esta gente en Tel Aviv y en el resto de Israel, los dueños de los negocios, los conductores de taxis y ómnibus, los policías, los soldados, los niños bronceados que vuelven de la playa, los hombres jóvenes en shorts, los niños que juegan a la pelota, los empleados de bancos y correos, si todos ellos hablaran idish en vez de hebreo en la calle, en sus casas, en el ejército, en el campo, en la fábrica? No dudo de que todo sería distinto; el carácter de esta gente sería distinto, sus conceptos, sus modales, sus relaciones, sus actitudes hacia el país, sus actitudes hacia una cantidad de valores. Porque si es cierto que la gente moldea su idioma, es igualmente cierto que un idioma moldea a la gente que lo habla.»

Así, la actual poesía hebrea y la literatura israelí en general, casi totalmente escrita por creadores seculares, está atravesada por alusiones bíblicas. Iehuda Amijai, poeta jerosolimitano recientemente fallecido, solía incluir en sus textos un versículo bíblico cambiándole una palabra, con lo que multiplicaba su sentido y creaba una complicidad con el lector, dando por supuesto que comparten el conocimiento del Libro de los Libros.

Vale la pena sumergirse en esta Lengua de tierra editada por Adriana Hidalgo. En el relato de Amós Oz incluido en ella, «Las tierras del chacal», en el que se puede leer el intenso encuentro entre este hebreo renovado y la dura tierra de la Biblia.Fte Clarin

Toker es poeta, traductor del idish y del hebreo y especialista en literatura judía.

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