Por Jonathan Lemcovich*
Más de 100 días pasaron desde el atentado terrorista perpetrado por Hamas contra la población de Israel. Kfir, rehén argentino-israelí, cumplió un año el miércoles 17 de enero, mientras permanece secuestrado. Dos datos, dos titulares, dos números que culturalmente son bisagras y que no hacen más que visibilizar el paso del tiempo. Como comunidad judía en Argentina, es esencial pronunciarnos con convicción y demandar que las instituciones asuman un rol activo y comprometido. La tolerancia hacia el antisemitismo y el intento de apaciguar a aquellos que nos menosprecian solo ha llevado a horrores como el del 7 de octubre pasado, un día marcado por la tragedia y la indiferencia mundial ante la clara amenaza de aniquilación que enfrentamos como pueblo.
Esta es una cuestión de valores fundamentales, que reside en el corazón de nuestra comunidad. Preferimos muchas veces agachar la cabeza, pasar desapercibidos e ignoramos el peso de nuestras acciones y la riqueza de nuestra historia. En cambio, debemos valorarnos, llevar la frente en alto, resaltar nuestras contribuciones a la sociedad y enfrentar con valentía temas complejos y significativos, para así ayudar y liderar el camino que nos lleve a tener un mundo mejor para las próximas generaciones. Ser humanos, por sobre todo; entender que el humanismo, primero, es con las víctimas, con los deudos, con la sociedad que sufren el flagelo del terrorismo y no olvidar a aquellos que siguen esperando la vuelta a casa de los seres queridos.
El humanismo actual no es justicia. Pedir justicia es reclamar el retorno de los rehenes secuestrados por Hamas, es cuidar a las familias de los 1500 asesinados y de aquellos que permanecen en cautiverio. Reclamar a Israel que envíe ayuda humanitaria a Gaza o pedir un alto al fuego de Israel, sin exigir la devolución inmediata y sin condiciones de los rehenes, es antisemitismo y cinismo puro. ¡Basta de dobles estandartes!
Es inaceptable que permitamos a los antisemitas circular por nuestras instituciones, como si su presencia en sí misma fuese una forma de educación. Tal actitud es un error grave. Somos testigos de cómo las universidades americanas más prestigiosas permiten la proliferación del discurso de odio y también vemos a dónde nos ha llevado eso. El mundo actual en el que vivimos aceptó el antisemitismo y el apoyo al terrorismo, disfrazándolo en una falsa libertad de expresión. Estamos sufriendo los frutos del progresismo sembrado en el mundo occidental durante las últimas dos décadas.
En la Parasha Bo –porción de la Torá– de esta semana, Dios nos insta a dejar atrás Egipto, a liberarnos de las cadenas que nos atan y nos impiden ser verdaderamente libres. A través de las ocho plagas, Dios demostró su poder, nos alentó a creer en Él y a liberarnos. Nos recuerda que tenemos valía y que poseemos los valores necesarios para ser una luz entre las naciones. Salir de Egipto significa dejar atrás lo que internamente nos esclaviza, nuestra estrechez, nuestra zona de confort. ¡Es hora de salir de nuestro propio Egipto!
Los invito a que comprendamos y abracemos esta enseñanza de una vez por todas.
¡Am Israel Jai! (¡El pueblo de Israel vive!)
*El autor es el presidente de la Sociedad Hebraica Argentina.
Fuente: Infobae