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¿Por qué no hay hoy más chicos Einstein?

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Alemania, con su canciller federal al frente, ha inaugurado los actos del «Año de Einstein», a fin de recuperar el espíritu aventurado y prodigioso de aquel joven profesor particular emigrado a Suiza que, sin doctorado ni otra relación académica que las revistas científicas del momento, armado sólo con una fabulosa intuición para la física, llegó a poner del revés el mundo, doblándolo por los goznes del espacio y el tiempo.

Ningún científico, antes o después, ha influido tanto en la ciencia, la política, la cultura y la sociedad de su tiempo, en el rearme global y el pacifismo pop, ni ha sido tan reverenciado en vida.

Como se sabe, Einstein puso, entre otras, las bases de la ciencia nuclear, alertó a las naciones contra el nazismo, fue calificado como «muy sexy» nada menos que por Marilyn Monroe, Andy Warhol lo elevó a icono pop y él, como es fama, un día en Nueva York, al bajar de un coche a los 72 años, sacaría la lengua a los fotógrafos y con ello a ese mundo que lo idolatraba como una estrella nada convencional sin apenas comprender una palabra de una sola de sus teorías.

Ciertamente, pocas ecuaciones serán tan bellas, concisas y públicamente citadas como la lengedaria E=mc², al tiempo que tan generalmente incomprensibles salvo para un puñado de superdotados. Pues de este inusitado tirón mediático del siempre humorado genio de los pelos blancos pretende hacer uso la Unesco, para llamar a los escolares y estudiantes del mundo al Año Mundial de la Física.

En busca del anhelo perdido

En la inauguración de los actos en Berlín, el canciller Schröder quiso ligar el centenario de la Teoría de la Relatividad y el cincuentenario de la muerte de Einstein con una recuperación del espíritu innovador que hizo de los alemanes devotos investigadores, hasta dar en una notable cantera de premios Nobel. «Einstein simboliza mucho de lo que este país viene necesitando: el anhelo por devanar la realidad y descubrir cosas», comenta en un editorial el Süddeutsche Zeitung de Múnich, sede de buena parte de la ciencia alemana.

Berlín desea recuperar una figura universal, una vez más de fe judía, y que vergonzosamente para Alemania abandonó su país y su nacionalidad para no volver nunca; el Gobierno desea proponerlo como icono y ejemplo de compromiso y riesgo en un país que siempre se ha enorgullecido de la grandeza de sus pensadores y científicos, pero cuya Universidad languidece ahora bajo un correoso corsé estatalista, con una creciente huida de cerebros a EE.UU.

Lo más célebre inventado por un instituto alemán en la última década ha sido el revolucionario formato musical Mp3 (del Fraunhofer Institut), un descenso de nivel con respecto a la revolución lanzada por Einstein en 1905 y que amenaza los cimientos de la tercera economía del mundo.

Protagonista de una ópera

Lectura de cartas de Einstein por celebridades y el estreno de una ópera de Philip Glass, «Einstein en la playa», así como visitas y giras, una gran conferencia científica y una exposición especial sobre el genio pretenden recuperar en 2005 a los jóvenes científicos europeos para la innovación y el debate político en la estela de Einstein.

«Su pensamiento revolucionó la ciencia y cambió el mundo, y a la vez se convirtió en figura de culto para la juventud por su incorruptibilidad moral» y su ardiente defensa de la democracia, dijo el canciller durante la inauguración en el Museo de la Historia de Berlín, urgiendo a la investigación alemana a seguir el ejemplo.

En sus más famosas teorías, Einstein formula la hipótesis de la composición de la luz por partículas o fotones, aplica el cálculo probabilístico al movimiento browniano y sienta las bases de la relatividad restringida, luego general. Einstein partía de un mundo rodeado entonces genéricamente por el «éter», según el vago concepto científico de su tiempo, y transforma éste en un contenido donde energía, materia, gravedad, tiempo, espacio y luz tienen su domicilio y sus leyes.

Con la teoría especial de la relatividad, demostró cómo una pequeña cantidad de materia podría desencadenar enormes volúmenes de energía, abriendo la vía hacia la energía nuclear y hacia cálculos y predicciones espaciales hasta entonces inéditas.

Paradójicamente, el pequeño Albert Einstein tardó mucho en andar y sus padres llegaron a creer que tenía alguna tara mental; pero cuando empezó a hablar lo hacía ya con frases completas. Pronto abandonó el colegio, donde solía ser calificado abiertamente de memo. Y, sin embargo, forma también parte de la filosofía del siglo XX: por sus concepciones se encontraba próximo a las ideas de Spinoza, era un idealista vital y rechazaba el «positivismo lógico».

Aunque no participó en la construcción de la bomba atómica, siempre se sintió tocado por su sombra letal, y al comienzo de la carrera armamentista advirtió que, de progresar la carrera atómica, «la próxima guerra mundial la haremos con piedras», no sin subrayar que «la suerte de la Humanidad es, generalmente, la que se merece».

Además de establecer la existencia de los átomos y determinar su tamaño, estableciendo las bases de la teoría cuántica, el físico se hizo respetar por su compromiso contra el fascismo y el comunismo y en pro de la democracia liberal. La inestable situación en Alemania y el antisemitismo en aumento le habían hecho renunciar a su ciudadanía alemana, aunque trabajaría en el dinámico Berlín de los años veinte antes de emigrar a EE.UU. un mes antes de la llegada de Hitler a la cancillería.

Sin dejar de advertir a Occidente sobre el peligro del nacional-socialismo alemán, entendió que «lo único bueno de Hitler es que, en el poder, será capaz de cometer suficientes estupideces como para concitar al mundo en su contra».

Un filósofo con sentido del humor

Este verano hará cien años que un absoluto desconocido publicara cinco artículos que, a finales de ese mismo año, conmocionaron a los más altos cenáculos científicos y a él lo convirtieron en la figura estelar del siglo, según lo reconoció en portada el «Time Magazin» al cerrar el siglo y el milenio.

Aunque todo lo contrario a la soberbia mediática y suficiencia que iban a alcanzar científicos y académicos décadas después, Einstein se hizo mundialmente conocido por sus reflexiones y sentencias sobre la guerra y la paz, sobre la ciencia y Dios, y especialmente por su sentido del humor.

Con su eterno rostro amable de perrillo de aguas, canosa mata despeinada y trajes arrugados, como de su primo mayor, su imagen de ancianidad contrasta con una persona que a los 42 años había desarrollado la mayor parte de sus investigaciones y recibía el premio Nobel. Sobre sus devaneos científicos posteriores, que incluso le llevaron a negar la existencia de la tectónica de placas, en 1979, el científico Charles Percy Snow escribió que «sus colegas siempre pensaron que había desperdiciado la segunda parte de su vida». Los últimos veinte años trabajó denodadamente, pero sin éxito, sobre una «Teoría del todo», el santo grial de la ciencia.

Pero pudo faltarle una pieza hoy esencial: la energía nuclear, entonces demasiado desconocida y limitada sólo a la bomba atómica. Hoy, sin embargo, las más innovadoras teorías del todo reivindican incluso esos avances de Einstein.

Murió hace cincuenta años en Princeton (Nueva Jersey), en cuya universidad había enseñado, el 18 de abril de 1955. El médico de guardia en el hospital universitario, Dr. Thomas Harvey, decidió por su cuenta y riesgo extraer su cerebro y conservarlo para la ciencia en 240 láminas.

Después se ha demostrado que determinadas partes del cerebro, responsables de la capacidad de cálculo, poseían un mayor grado de interconexión de lo normal. Su «otro cerebro», el reunido en 55.000 documentos, fue donado por Einstein a la Universidad Hebrea de Jerusalén. Temprano sionista en los años 20, rehusó sin embargo la ofrecida jefatura del Estado de Israel, en 1952, alegando falta de aptitudes.

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