Itongadol.- (Mark Regev* – The Jerusalem Post) El aniversario de esta semana de la Guerra de los Seis Días de 1967 (5 a 10 de junio) ofrece una oportunidad para reflexionar sobre aquella victoria militar trascendental y sus implicaciones para Israel hoy en día.
La ansiedad previa a la guerra, hoy olvidada
El triunfo en el campo de batalla de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) –que implicó la conquista de Jerusalem Este y Cisjordania a Jordania, la Franja de Gaza y el Sinaí a Egipto, y los Altos del Golán a Siria– en ocasiones oscurece el recuerdo del temor y la ansiedad generalizada que se vivió en Israel en las semanas previas al conflicto.
En ese momento, muchos israelíes dudaban seriamente de la capacidad del país para resistir el ataque coordinado que se esperaba de los Estados árabes vecinos. Incluso quienes confiaban en la victoria anticipaban que esta tendría un costo humano terrible. Ejemplo de la ansiedad generalizada fue la preparación de fosas comunes ante las bajas masivas esperadas.
Esas sombrías previsiones no se materializaron, probablemente porque las IDF decidieron atacar primero y tomaron por sorpresa a los ejércitos árabes, más allá de que este ataque preventivo permitió que los enemigos de Israel lo acusaran de ser el agresor.
Las líneas anteriores a 1967
Antes de la victoria de 1967, los israelíes veían a su país como expuesto y vulnerable. Rodeado en tres frentes por Estados árabes hostiles, el Estado judío carecía de profundidad estratégica: su capital era una ciudad fronteriza, y en su punto más estrecho el país tenía apenas 15 kilómetros de ancho.
Además, las fronteras anteriores a 1967 estaban lejos de ser pacíficas. Se basaban en los Acuerdos de Armisticio de 1949 firmados al final de la Guerra de Independencia, acuerdos de alto el fuego en lugar de tratados de paz.
Los Estados árabes, por su parte, negaban obstinadamente el derecho de Israel a existir, imponían bloqueos económicos, permitían o fomentaban ataques transfronterizos y amenazaban públicamente con relanzar una guerra total en el momento que eligieran.
Al igual que los Estados árabes, los palestinos también rechazaban a Israel en sus fronteras anteriores a 1967. El movimiento Fatah de Yasser Arafat fue fundado en 1959 y la Liga Árabe creó la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en 1964 -ambas organizaciones promovían la destrucción de la “entidad sionista”-.
Aunque la Guerra de los Seis Días comenzó en el sur, contra Egipto, la cadena de eventos que la desencadenó empezó en el norte. Allí, el régimen baazista de Siria promovía la “lucha armada popular” de los guerrilleros palestinos. En 1966 hubo decenas de infiltraciones terroristas, lo que llevó a intensas represalias de las IDF.
Finalmente, la escalada de violencia hizo que el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser iniciara la crisis de 1967 en nombre de sus aliados árabes.
Es decir, si al final de la guerra los palestinos de Cisjordania y Gaza quedaron bajo control israelí, fue porque Fatah y la OLP también contribuyeron a crear esa nueva realidad.
Curiosamente, incluso las potencias occidentales no veían inicialmente las líneas anteriores a 1967 como sagradas. En la década de 1950, Londres y Washington propusieron que Jerusalem cediera partes del Néguev a Egipto y Jordania para avanzar hacia una paz integral. Esta iniciativa diplomática secreta se conoció como “Operación Alfa”.
Las Naciones Unidas
Tras su victoria militar en la Campaña del Sinaí de 1956, y bajo presión del presidente estadounidense Dwight Eisenhower, Israel aceptó retirarse del Sinaí y Gaza. Se acordó entonces que la Fuerza de Emergencia de las Naciones Unidas (UNEF) se desplegara en los territorios evacuados como fuerza intermedia entre los ejércitos israelí y egipcio.
Sin embargo, en mayo de 1967, mientras aumentaban las tensiones, Nasser exigió la retirada de la UNEF del Sinaí. El secretario general de la ONU, U Thant, evacuó rápidamente a toda la fuerza, argumentando que sus cascos azules sólo podían mantenerse con el consentimiento del país anfitrión.
A Israel se le pidió en reiteradas ocasiones que confíe en las fuerzas internacionales para vigilar ceses del fuego y tratados de paz. Pero estos despliegues extranjeros están lejos de ser una solución mágica, y los hechos de mayo de 1967 ayudan a explicar el escepticismo profundamente arraigado en Jerusalem sobre basar su seguridad en tales propuestas.
La Gran Israel
Muchos israelíes lamentaban la pérdida de la Ciudad Vieja de Jerusalem y Cisjordania tras la Guerra de Independencia, pero entre 1949 y 1967 el Estado judío demostró que podía prosperar dentro de las líneas del armisticio. Y si los enemigos de Israel lo acusaron de haber librado una guerra expansionista en 1967, ignoraron los esfuerzos sinceros del gobierno del primer ministro Levi Eshkol para evitar las hostilidades.
Claro que había quienes anhelaban recuperar toda la Tierra de Israel. La manifestación política más evidente de esta postura se encontraba en el partido Herut de Menachem Begin, cuyo logotipo incluía el mapa del Hogar Nacional Judío tal como fue ratificado por la Liga de las Naciones en San Remo en 1920 (que abarca el actual Israel, Cisjordania, Gaza y Jordania).
Pero la derecha nacionalista israelí no estaba sola en estos sentimientos. En la izquierda socialista, el partido Ahdut HaAvoda, vinculado al movimiento kibutziano (comunas agrícolas), también defendía una postura territorial maximalista.
En realidad, antes de 1967 ni Herut ni Ahdut HaAvoda lograban grandes resultados en las urnas. El mejor desempeño de Herut como partido independiente fue en las elecciones de 1959 y 1961, con 17 escaños en ambas; Ahdut HaAvoda, por su parte, alcanzó su pico en 1955 con 10 diputados.
Sin embargo, aunque ambos partidos creían en el derecho del pueblo judío a toda su tierra ancestral, no promovían iniciar una guerra para liberarla.
No obstante, una vez capturado un territorio en la guerra, se oponían a retirarse. Ambos partidos protestaron la decisión del primer ministro David Ben-Gurión de retirarse del Sinaí y Gaza tras la Campaña del Sinaí.
Relaciones entre Estados Unidos e Israel
Existe una narrativa según la cual la alianza entre Estados Unidos e Israel comenzó en mayo de 1948, cuando el presidente Harry Truman fue el primer líder mundial en otorgar reconocimiento de facto al recién nacido Estado judío.
Pero aunque Israel celebró ese reconocimiento, lo que Truman ofrecía era apoyo moral, no una alianza. Su administración impuso un embargo de armas tanto a Israel como a los Estados árabes, lo que, aunque parecía neutral, reforzaba la ventaja numérica ya existente de los árabes. Al final, fue el armamento checoslovaco -y no el estadounidense- lo que dio a las IDF la ventaja en la Guerra de Independencia.
Durante la década de 1950, el embargo estadounidense continuó en gran medida. En 1962, el presidente John Kennedy rompió con ese precedente y accedió a vender armas defensivas a Israel -en especial los misiles antiaéreos Haw-k. Aun así, cuando las IDF entraron en combate en 1967, su fuerza aérea consistía en aviones de combate franceses Mirage, Mystère y Ouragan.
Israel podía ser el único país de Medio Oriente con un gobierno democráticamente elegido y un poder judicial independiente, pero antes de la Guerra de los Seis Días, Washington consideraba que sus intereses estratégicos en la Guerra Fría se alineaban principalmente con los Estados árabes. Solo después de que las IDF demostraran su capacidad militar, la relación entre Estados Unidos e Israel entró en una nueva fase de fortalecimiento.
*El autor del artículo preside el Instituto Abba Eban para la Diplomacia en la Universidad Reichman de Israel. Entre 2007 y 2016, Regev fue el portavoz internacional del Primer Ministro de Israel.