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Falleció Francisco Wichter, el sobreviviente de la Shoá salvado por Schindler que vivía en la Argentina

Por IG
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Itongadol.- Falleció Francisco Wichter, el sobreviviente de la Shoá salvado por Oskar Schindler que vivía en la Argentina.

Faivel era su nombre en ídish y era un hombre de mediana estatura, ojos claros y una asombrosa memoria, que se expresaba en un tono afable y quedo.

Llegó a la Argentina con su esposa Hinda en 1947 y era padre, abuelo y bisabuelo. Siempre permaneció fiel a lo que llamaba “el undécimo mandamiento”, tal el título del libro que publicó hace años, en el que narra su experiencia de vida. ¿Cuál es el undécimo mandamiento? “Sobrevivirás”.

Eso y contar la historia fue el mandato que recibió de su madre antes que se la llevaran los nazis, junto a otros parientes, en la ciudad de Belzitz (Polonia) en 1943, tiempo después del levantamiento del gueto de Varsovia.

Wichter tuvo un largo peregrinaje por campos de concentración, al primero de los cuales ingresó cuando tenía 17 años, en 1943. Budzin, Mielez, Poniatov, Gros-Rosen, Plaszow y finalmente Brunnlitz fueron, entre otros, los nombres de ese itinerario.

Hasta que llegó el día de la libertad, el 8 de mayo de 1945, día de la rendición alemana y del fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa. Wichter y otros 1.200 prisioneros del campo sobrevivieron gracias a Oskar y Emile Schindler. Eran los integrantes de la “Lista de Schindler”, que la literatura y el cine hicieron conocer al gran público décadas después.

Uno de los últimos campos en los que estuvo Wichter fue el de Plaszow. Y una de las tareas que les encomendaron a los internos fue desenterrar y quemar cientos de cadáveres de víctimas de los nazis que habían sido enterrados en el fondo del cementerio judío de Cracovia. El final de la guerra se avecinaba y no había que dejar huellas. Corrían los últimos meses de 1944.

De pronto el destino cambió. Un empresario alemán residente en Cracovia, Oskar Schindler, ante la inminencia de la entrada de los rusos, decidió trasladar su fábrica de ollas enlozadas a Brunnlitz, al norte de Checoslovaquia, cerca de la frontera con Polonia, pero reconvertida en fábrica de balas antitanques.

Como Wichter y la mayoría de sus compañeros que provenían del campo de Budzin eran catalogados como obreros metalúrgicos, fueron trasladados a la fábrica de Schindler, que estaba bajo severa vigilancia de los alemanes. Era una situación nueva. Schindler era un hombre audaz y astuto, extravagante, bebedor y mujeriego. Era una especie de doble agente, que sabía jugar a dos puntas y ganar mucho dinero en ese juego. Trabajaba para el contraespionaje alemán, pero se dice que se entrevistó y negoció con representantes de una organización judía de ultramar. Trató bien a los 1.200 judíos de Brunnlitz, y además los salvó y dejó libres.

Todos sabían que la guerra estaba terminando y Schindler, que era un maestro en el arte del soborno, logró que los controles alemanes se aflojaran. Incluso convenció al comandante del campo de Plaszow de que huyera antes de que llegaran los rusos.

Wichter contó que ese día amaneció celeste y que era un lindo día de primavera. Todos se dieron cuenta de que algo estaba por pasar. La fábrica estaba cerrada y en el patio del campo habían colocado una tarima. Alrededor de las 11 de la mañana, Oskar y Emilie Schindler subieron a ella y ordenaron que a través de los altoparlantes se transmitiera un noticiero de la radio. Se escuchó la voz de Winston Churchill, que dijo en inglés “algo que no entendimos” y a continuación la voz del almirante Karl Doenitz, que dijo en alemán que Alemania se rendía incondicionalmente a los Aliados.

Schindler dio un paso adelante y les agradeció a todos el esfuerzo que habían hecho para sostener su fábrica y les anunció que ella se cerraba y todos quedaban libres. Lo único que les pidió es que no hubiera desbordes ni venganzas. Después, los Schindler se retiraron.

Al día siguiente, 9 de mayo, llegaron los rusos. Un soldado del Ejército Rojo, montado a caballo, se acercó a la puerta del campo y entró solemnemente. Fue recibido por los miembros del comité y vivado como un héroe. Les dijo que habían sido liberados por el heroico pueblo ruso y gracias al camarada Stalin. Hubo festejos, cantos y risas.

Wichter no entendía tanta algarabía. Después de todo, eran judíos que lo habían perdido todo. “Éramos los fantasmas de un pueblo asesinado en pleno –escribió–, éramos un error en la máquina de Hitler, que se había puesto en funcionamiento con el explícito guiño cómplice del camarada Stalin.”

Ya en libertad, Witcher volvió a Cracovia, y de ahí inició una larga marcha hasta Roma en interminables viajes en tren, pasando por Checoslovaquia, Hungría, Rumania, otra vez Austria y finalmente Italia, siempre con la ayuda de organizaciones judías de apoyo a refugiados y ex prisioneros.

En Roma tenía que decidir su destino final: Estados Unidos, la Tierra de Israel o Argentina, donde Faivel tenía una tía, hermana de su madre.

Eligió la Argentina, pero no vino solo. En Roma había conocido a una joven, Hinda Rubenfeldh, también judeopolaca, que había llegado a Italia siguiendo casi el mismo itinerario que Wichter.

Oskar y Emilie Schindler también se radicaron en la Argentina, pero Oskar regresó a Alemania unos años después y murió en 1974. Sus restos descansan en un cementerio israelí, en Jerusalem.

Emilie siguió viviendo en Buenos Aires, muy humildemente, hasta 2000. Murió en Alemania, en octubre de 2001.

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