Itongadol.- Cuando faltan pocas horas para juntarnos con nuestros seres queridos para celebrar la llegada de un nuevo año judío, siento una profunda tristeza que me lleva a escribir estas líneas. Seria mas lógico no hacerlo para no transmitir esa sensación a quienes las lean pero siento que es un deber ético y moral no callar ante un hecho repudiable del que me enteré en forma casual.
En el brindis de Rosh Hashaná realizado por el Congreso Judío Latinoamericano celebrado hace unas horas, uno de los invitados fue el Doctor Daniel Rafecas. Siento vergüenza ajena por la decisión del Congreso de haber invitado a esa persona, de la cual sabemos cual fue su comportamiento cuando le tocó actuar como Juez de la Nación.
Todos sabemos lo que decidió y el insultó a nuestra comunidad que representaron sus fallos y su comportamiento. También sabemos que a raíz de su conducta, en su foja de servicios tiene una sanción del Consejo de la Magistratura, lo que ratifica a nivel institucional del país, cual fue su actuación como juez. No escuché ninguna explicación de las autoridades del Congreso intentando explicar esa invitación.
Señores dirigentes del Congreso Judío Latinoamericano: No intenten pedir disculpas, nadie les va a creer. Con lo que hicieron demostraron que no están a la altura de ejercer la representación que sus cargos le confieren, y cuando eso sucede, deben darse cuenta que la Institución está por encima de quienes la dirigen. Tampoco es explicable que las autoridades de las Instituciones Centrales de la Comunidad no hayan tomado la decisión de retirarse ante esa situación. Sólo una persona, que no es dirigente comunitario, tomó la decisión de retirarse. Poco no? Señores dirigentes: la ética que debe primar en su comportamiento como representantes de la Comunidad organizada está por encima del protocolo. Ustedes actuaron como si fuese a la inversa. La Comunidad Judía Argentina necesita sentir alegría al celebrar la llegada de un nuevo año. Con la conducta que tuvieron, ustedes transmitieron que junto con esa alegría nos invada también una decepción y una pena que no merecemos.