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Si no fuese por los guerrilleros de Hezbollah, los israelíes harían lo que les viniera en gana.

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Chebaa es un pintoresco pueblo en el abrupto paisaje del sur de diez mil habitantes, sobre todo musulmanes suníes, en las estribaciones del monte Hermón -que los árabes llaman Yebel Sheij- y próximo a los altos del Golán sirios, ocupados por Israel. Si no hubiese sido porque en su ejido se encuentran sus granjas, las granjas de Chebaa conquistadas en 1967 por el ejército israelí en su guerra con Siria, en las que aún siguen sus posiciones militares, nadie se hubiese acordado en Beirut de esta remota localidad. La reivindicación por parte del Gobierno libanés y, en primer lugar, por Hezbollah, como parte de su territorio nacional, así como las periódicas escaramuzas armadas, lo han convertido en un lugar a menudo citado en las informaciones internacionales.

«Si no fuese por los guerrilleros de Hezbollah -cuenta Ayman, un joven del pueblo que trabaja como peluquero en Dubai-, los israelíes harían lo que les viniera en gana. Ahora los vecinos de Chebaa duermen tranquilos porque están seguros de su protección.No son los soldados libaneses, que no pueden medir sus fuerzas con los israelíes, los que nos protegen, sino los hombres de Hezbollah con su resistencia islámica. Están por todas partes, pero son invisibles, se mueven como fantasmas en medio de estas montañas. Si dejase ahora su teléfono móvil en la orilla de este camino, lo encontraría en el mismo lugar dentro de una semana».

En este paraje, los guerrilleros del Hezbollah atravesaron la línea de alambradas y capturaron en el 2001 a tres soldados israelíes de la guarnición de las granjas. Un gran cartel recuerda aquella arriesgada acción guerrillera. El pueblo de Chebaa vive bajo las posiciones militares israelíes que dominan las cimas de la montaña. Hace unas semanas dispararon una vivienda del caserío, a sólo un tiro de piedra. Hace un par de años los vecinos eran sorprendidos con las potentes iluminaciones de los proyectores que, súbitamente, se encendían de noche.

Aunque Chebaa es un pueblo suní, su muktar o alcalde de barrio, sus notables -algunos, con fincas enclavadas en la zona ocupada de las granjas de alrededor de veinte kilómetros de superficie- afirman que apoyan sin reservas a Hezbollah. Han sido sus ambulancias, sus médicos, sus servicios de urgencia los que les han proporcionado ayuda cuando lo han necesitado.

En Chebaa, como en casi todos estos pueblos del sur, evacuados por los militares israelíes en la primavera de hace cinco años, la Administración del Estado, el ejército o la Gen-darmería apenas son visibles. Muy cerca de la Puerta de Fátima, el acceso fronterizo entre Líbano e Israel, clausurado con alambradas y muros de cemento, donde se congregaron, eufóricos, libaneses y árabes en los días de la evacuación arrojando desafiantes piedras al otro lado de la infranqueable línea divisoria, no hay soldados ni policías. Sólo vi a un par de cabos del ejército que, sin armas, paseaban más que patrullaban a lo largo de las alambradas y las garitas.

Pero junto a la Puerta de Fátima, Hezbollah mantiene una suerte de centro de servicios benéficos y ha dispuesto varias huchas pra recoger óbolos y ayudas. Sus banderas amarillas -hay también las verdes banderas de Amal, la otra organización chií muy arraigada en estas tierras del sur- ondean por dosobre quier. ¿Estamos en Líbano o en la República Islámica de Irán? Por las carreteritas del sur apenas se ven enseñas nacionales. Hay una profusión de carteles con retratos de barbados ayatolás persas, con medallones de Nabih Berri, presidente del Parlamento libanés, y de su grupo Amal, protegido por Siria y desprovisto del acentuado carácter religioso militante de Hezbollah.

Son estas dos influyentes fuerzas políticas las que comparten el dominio de esta zona fronteriza en la que sus candidatos consolidarán, sin duda, su hegemonía en las elecciones legislativas del domingo. Hezbollah es la organización más destacada en estos pueblos de mayoría de habitantes chiíes, aunque también hay localidades suníes, cristianas y drusas.
LVD.-TOMÁS ALCOVERRO

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