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Itongadol.- El lenguaje de confrontación de los últimos días traduce su intención de evitar los temas y los símbolos irritantes que caracterizaron la historia del FN -racismo, violencia, xenofobia, antisemitismo- y, por otro lado, estructurar el duelo en torno del supuesto carácter antipopular de Macron. Ese esfuerzo se vio frustrado en gran parte cuando declaró que el Estado francés no fue responsable de la deportación de 13.000 judíos, entre ellos un tercio de chicos, reunidos en un velódromo parisiense por la policía francesa en 1942, responsabilidad reconocida por el ex presidente Jacques Chirac.
PARÍS.- Consciente de sus escasas posibilidades de ganar mañana la elección presidencial en Francia y con los ojos puestos en las legislativas de junio, la candidata del Frente Nacional (FN), Marine Le Pen, intenta forzar el destino transformando la campaña en un auténtico remake de la lucha de clases. El vertiginoso aumento de su electorado demuestra que existe algo de verdad.
Cada vez más en los últimos días, Le Pen elevó el tono de su discurso presentándose como "abanderada de los desposeídos" frente a un Emmanuel Macron definido como "representante de la oligarquía". La candidata del FN intensificó esa estrategia hasta la caricatura durante el debate televisado de esta semana, que terminó para ella en una estrepitosa derrota, que ya le hizo perder al menos 2,5 puntos frente a su adversario (el 62% para Macron contra el 38% para ella, según casi todos los institutos).
Macron, candidato social-liberal que entre 2008 y 2012 trabajó en el banco de negocios Rothschild, es presentando por Le Pen como "representante de las altas finanzas" y "marioneta del gran capital". A fin de profundizar el abismo socioeconómico que separa a ambos como a sus electorados, Le Pen ha planteado la elección en términos de enfrentamiento: patriotas vs. internacionalistas; nacionalismo vs. cosmopolitismo; pueblo vs. elites; proteccionismo vs. globalización; patriotismo vs. liberalismo; Francia vs. Europa; franco vs. euro, y pobreza vs. opulencia.
Su objetivo consiste en consolidar el apoyo de los tres sectores que le permitieron reunir 7,6 millones de votos (21,3%) en la primera vuelta: 29,9% de los desempleados, 39,7% de los obreros y 30% de los empleados. Ahora, el 60% de los obreros se apresta a votar por Le Pen, según los sondeos, mientras que en las otras dos categorías la progresión será igualmente importante.
El lenguaje de confrontación de los últimos días traduce su intención de evitar los temas y los símbolos irritantes que caracterizaron la historia del FN -racismo, violencia, xenofobia, antisemitismo- y, por otro lado, estructurar el duelo en torno del supuesto carácter antipopular de Macron. Ese esfuerzo se vio frustrado en gran parte cuando declaró que el Estado francés no fue responsable de la deportación de 13.000 judíos, entre ellos un tercio de chicos, reunidos en un velódromo parisiense por la policía francesa en 1942, responsabilidad reconocida por el ex presidente Jacques Chirac.
"Después de tantos esfuerzos de desdiabolización, con ese error y la violencia que utilizó en el debate Le Pen volvió a los fundamentales del Frente Nacional", señaló el politólogo Pascal Perrineau.
Pero si bien su estrategia de división no consiguió suscitar gran entusiasmo -el 60% de la opinión pública considera "inquietante" el giro que imprimió a su campaña-, su vertiginoso avance en las clases populares traduce una preocupante realidad: por un lado, la transformación de la vida política francesa; por el otro, el abismo cada vez más grande que separa a los ganadores y a los perdedores de la globalización.
"A la tradicional oposición entre izquierda y derecha se superpone ahora un nuevo enfrentamiento entre un polo identitario y un polo liberal", conjeturó el sociólogo Jérôme Sainte-Marie, autor del libro El nuevo orden democrático. Presidente de la encuestadora PollingVox, Sainte-Marie afirma que se está produciendo "el rápido nacimiento de un nuevo orden" político y lo que hace dos años era "una construcción teórica se ha convertido en realidad".
Desde el derrumbe del comunismo en la década de 1990, Francia nunca había asistido a "un voto clasista de tanta intensidad", dice Perrineau. La explicación reside en la profunda modificación del tejido social, sobre todo después de la crisis de 2008. El conflicto de intereses entre ganadores y perdedores de la mundialización, y de la revolución tecnológica no es una pugna de ideas o de mentalidad entre optimistas y pesimistas, como afirman los defensores de Macron. O entre nacionalistas y cosmopolitas, como argumenta Le Pen.
"Se trata ante todo de un conflicto económico y social entre aquellos que están bien dotados de capital financiero y humano (educación, instrucción, etcétera), y aquellos que no lo tienen y se ven rechazados, marginados o explotados", explica el economista Marc Fluerbaey, profesor de la Universidad de Princeton. Reducir esa fractura será, sin duda, el enorme desafío que espera al futuro presidente francés.