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El museo del Holocausto estudia nombrar a Juan Pablo II ‘justo entre las naciones’

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Berger era un huérfano que perdió a sus padres en los campos de concentración. Cuando tenía dos años, sus padres, antes de morir, lograron entregarlo a unos amigos católicos polacos. La madre biológica huyó del gueto de Cracovia y consiguió entregar a la pareja el niño y tres cartas: una para los padres adoptivos, pidiéndoles que educaran a Stanley como judío; la segunda, dirigida al niño, explicándole su historia; y la tercera a la cuñada de la abuela, que vivía en Washington, rogándole que si nadie sobrevivía a la guerra adoptara al niño y se preocupara por su educación.

Berger pasó su primera infancia convencido de que era cristiano, ya que sus padres adoptivos no le contaron la historia real. Al final de la guerra, la pareja le llevó a un joven cura en Cracovia, de nombre Karol Wojtyla, el futuro Juan Pablo II. Querían bautizar al niño, que ya tenía seis años. El futuro Papa preguntó a la mujer: «¿Qué cree usted que pretendía la madre cuando entregó el niño a su cuidado?». El joven cura Wojtyla se negó a bautizarle, y la decisión aceleró el reencuentro del niño con su familia en EE.UU.

Ante la comisión de Yad Vashem, el estamento que tendrá que decidir, hay otros testimonios históricos que confirman el caso. La comisión, encabezada por el juez Yaakov Metlz, pretende darle máxima prioridad al tema.

La prensa israelí ha ilustrado con otros testimonios la actitud hacia los judíos del Papa fallecido. Uno de ellos es el de un íntimo amigo de la infancia del futuro Juan Pablo II: Yosef Binenstok, de 85 años, que desde los tres años estudió en Wadowice con su vecino Karol. Según declaró a La Vanguardia, su amigo era un genio que a veces corregía a sus propios profesores. «Para mí era muy cómodo», recuerda en su casa de Ramat Poleg, en Israel. «No tenía que esforzarme en el colegio ya que copiaba de Karol todos los trabajos y deberes». Toda la familia de Yosef murió en un solo día en Auschwitz. Cuarenta años más tarde, Karol y Yosef volvieron a reunirse y desde entonces intercambiaron decenas de cartas que el amigo judío guarda como un tesoro.

«Cuando era un niño y un joven ya se veía que Karolik era un hombre bueno», dice Binenstock. «Siempre fue un amigo del alma, de los judíos y de Israel, que salvó a muchas víctimas durante la guerra, incluso trasportándoles a sus espaldas». Binenstok publicó una carta en el diario Yedihot Ahronot,en la que dice: «Estoy triste por la muerte de un gran Papa, amigo del pueblo judío, pero ante todo estoy triste por tu muerte Karol, mi querido amigo del parvulario y del colegio».

Fte LVD
HENRIQUE CYMERMAN

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