Itongadol/AJN.- La Agencia Judía de Noticias ingresó en lo profundo del desierto del Arava en Israel de la mano del Keren Kayemet que realiza una importante tarea en la zona. Este desierto es uno de los más grandes de Israel y tiene una historia tan profunda e interesante como sus paisajes y las personas que en ella se encuentran, como Amos Aviran, un agricultor y granjero nacido en Naanan, uno de los primeros moshavim de Israel. Él, junto a su esposa Shuli, ha vivido en la Arava por más de cuatro décadas, donde se dedican a cultivar palmeras datileras, y confesó que el desierto provoca algo particular que logra atraer a las personas.
"Tiene algo que te atrae como un imán, una fuerza. Cuando vas al norte de Israel y ves todo verde y hermoso te sorprendés durante un día, dos días, después ya entendiste la idea. Acá hay algo que te sigue atrayendo, que te interioriza. Puedo volver al mismo lugar decenas de veces y me sigue emocionando como si fuera la primera vez", comentó.
El Keren Kayemet LeIsrael participó e impulsó importantes proyectos en la Aravá en los últimos años, permitiendo la realización de actividades agrícolas en una de las zonas más hostiles del país convirtiéndola en lo que es hoy en día. Entre los proyectos que apadrinó el KKL en la Aravá se encuentra el Centro de Investigación y Desarrollo de la Aravá Central del Keren Kayemet Leisrael, que investiga la manera de cultivar vegetales y flores de la zona, el proyecto de la Aquapónica, entre otros.
En Aravá se reúnen investigadores de distintas partes del país, diversas áreas de especialización e incluso profesionales del extranjero para trabajar a diario, mejorar la calidad de vida de los residentes de la zona y lograr que las actividades agrícolas sean un puntapié para elevar la economía local gracias al soporte del KKL.
Una de las grandes historias del Arava es que por miles de años fue la ruta donde transitaron los comerciantes nabateos, que llevaban inciensos y perfumes hasta los romanos. Este era un antiguo pueblo cuya actividad se desarrolló al sur y al este de Palestina, y su capital fue Petra, que está situada al sudeste del mar Muerto. Los romanos, según contó Amos, les cobraban un impuesto para que pudieran pasar por los territorios ocupados por el Imperio y llegar hasta el sur de Arabia. Todos los viajes se hacían sobre camellos y podían demorar desde 4 hasta 60 días en cruzar el desierto.
"Había zonas que los romanos no controlaban, no llegaban al sur de Yemen, Arabia Saudita o al este de Jordania. Al principio, los nabateos eran nómadas, no tenían casas, no plantaban árboles hasta que comenzaron a construir ciudades como Petra, que se convirtió en su capital", explicó Amos.
Otra de las historias escondidas en la arena es la de los pozos de agua y la pregunta de si hubo alguna vez agua en el desierto. Amos contó que en noviembre de 1995 o 1996 hubo un gran sismo en la zona del Mar Rojo. Unos meses antes un equipo de arqueólogos había descubierto una pileta de agua. La antigua cisterna se destapó como consecuencia del sismo y después se secó por completo. En la zona sólo quedó el hueco donde antes estaba la fuente de agua.
"En la época antigua hubo varias fuentes de agua, no una sola, pero se secaron por diferentes motivos. El primero fue porque hubo cada vez menos precipitaciones y el segundo fue por que las tareas agrícolas retenían al agua. Eso no ayudó para nada. Sabemos que hace miles de años hubo mucha agua", sostuvo Amos.
El desierto también alberga especies de flores exóticas que durante el verano se secan para conservar el agua y diversos tipos de serpientes venenosas y no venenosas. Pero también alberga una relación especial con Amos y su familia.
"Mi conexión con el desierto se fortalece año a año. Hace 40 años, cuando llegue acá, no tenía conexión alguna con el desierto. Me tomó un par de años acostumbrarme y un par más para empezar a enamorarme. Hoy, esa conexión, se fortalece todo el tiempo. Como mi relación con Shuli, mi esposa. Lo que se siente (por el desierto) no se puede explicar con palabras, tiene que ver con una sensación interna y no todas las personas responden a eso", remarcó.
Además recordó una anécdota de un grupo de gente joven al que tuvo que llevar a recorrer adentrándose en el desierto: "Hace unos cuantos años tuve un grupo de gente que trabajaba con tecnología. Había una chica joven que me dijo antes del recorrido: \’Amos, el desierto no es para mí\’. A lo que yo le contesté: \’¿Sabés qué? Cuando terminemos el recorrido hablamos, vamos a ver si seguís pensando lo mismo\’. Al finalizar me dijo: ‘Pensé que no me iba a gustar pero ahora estoy completamente segura, no me gusta para nada el desierto\’. No hay nada que hacer al respecto. Hay gente que no le gusta, no es para todo el mundo".
La conexión de Amos con el Arava empezó cuando decidió que no quería vivir en Ramat HaGolan o en el Sinai. Se mudó para conocer algo nuevo en el Estado de Israel y allí fue donde conoció a su esposa y tuvo a sus cuatro hijos. "Los primeros años trabajamos desde la mañana hasta las medianoche. Nos levantábamos temprano de madrugada y salíamos al campo. Hacíamos pausas para darles de comer a los chicos, llevarlos al jardín, pero no teníamos tiempo para nada, ni siquiera para conectarnos con el desierto. Con el paso de los años, cuando pudimos despegarnos un poco de las preocupaciones financieras ahí empecé a conocer el desierto y como dije, es algo muy fuerte y difícil de explicar", manifestó.
Amos tiene una camioneta con la que lleva a todo aquel que quiere conocer el desierto. Sus paseos en la profundidad del desierto están llenos de magia y mucho amor por su trabajo. Cuando el recorrido va llegando a su fin, detiene su camioneta enciende un fuego precario, calienta agua y prepara un riquísimo café especiado, que disfrutamos al atardecer sentados en las piedras. Después de 40 años en el desierto Amos es como el Moisés contemporáneo de la Arava.
www.facebook.com/Comunidadjudiaenaccion/