Itongadol/AJN.- (Por Roxana Levinson. Especial para AJN desde Israel). La situación en Líbano es crítica: miles de personas salieron a las calles a protestar por la falta de servicios básicos, principalmente la recolección de residuos en las calles de Beirut. El país no tiene presidente desde hace más de un año y el primer ministro amenaza con renunciar. Hezbollah busca sacar provecho de la situación, y por tanto, también se beneficia Irán.
La acumulación de residuos en las calles de Beirut parece ser “la gota que colmó el vaso” de un gobierno al que el pueblo casi por completo acusa de corrupto, ineficiente e inmóvil. Los medios libaneses reflejan testimonios de habitantes de la capital del país que – en pleno verano y con las agobiantes temperaturas de Medio Oriente – no pueden encender el aire acondicionado o un ventilador, por falta de energía eléctrica, ni abrir las ventanas por el hedor de las montañas de basura. Ni siquiera refrescarse con agua fría, porque el agua corriente es un bien escaso. Pero éstos son los testimonios más simples, están los ancianos, enfermos, niños, quienes pierden empresas y comercios que han levantado con gran esfuerzo, y una realidad que el pueblo libanés ya no parece dispuesto a soportar.
La “crisis de la basura” comenzó el 17 de julio pasado, con la decisión de cerrar el principal vertedero, receptor de desperdicios de la capital, sin presentar una alternativa. Más allá de los detalles técnicos, lo cierto es que la gente salió a las calles, a protestar, a expresar enojo y hartazgo, exigiendo la renuncia inmediata del gobierno. La campaña que comenzaron lleva el lema “Ustedes apestan”, como para no dejar lugar a dudas de lo que piensan sobre sus funcionarios y políticos.
El gran problema – además de la represión a los manifestantes – es que no hay gobierno, no hay a quién exigir, o a quién reclamar.
El Líbano y el vacío de poder
Al primer ministro libanés, Tamam Salam, le llevó diez meses formar una coalición de gobierno. En febrero de 2014 inició sus funciones, y desde entonces este gabinete ha sido incapaz de tomar decisiones, aprobar leyes e incluso recoger la basura.
Desde que terminara el mandato presidencial de Michel Sleiman, en mayo de 2014, el parlamento se reunió 27 veces para tratar de
elegir un nuevo presidente, pero los legisladores de algunos partidos – encabezados por los de Hezbollah – se retiraban del recinto para impedir que se reuniera el quórum necesario.
El Líbano se rige todavía por una ley anacrónica que establece que el presidente debe ser cristiano, el primer ministro sunita y el presidente del parlamento, chiita. Este sistema no responde hoy en día a la división demográfica del país, y genera enfrentamientos y conflictos que tienen a las instituciones de gobierno completamente paralizadas desde hace más de un año. En la práctica, esta división es la que traba todas las decisiones importantes para el país, y las deja en el limbo de las pulseadas políticas.
A todo ello se debe sumar una gigantesca deuda externa e idéntica deuda interna, desocupación, y el flujo de millones de refugiados que huyen de la muerte, el hambre y la crueldad en Siria.
La política-basura
Mientras tanto, el primer ministro Tamam Salam realiza reuniones de emergencia, intentando que los ministros de su gabinete se pongan de acuerdo y logren tomar alguna decisión sobre la inmundicia que inunda las calles de Beirut. Por el momento, Hezbollah y sus aliados del Movimiento Patriótico Libre del político cristiano Michel Aoun lograron boicotear todos y cada uno de esos intentos. O bien se ausentan o se reitran en medio de las discusiones.
Faisal Abbas, editor jefe del diario Al Arabiya, advierte esta semana en su columna de opinión que el único y gran perdedor en esta situación es el ciudadano común, e invita a los lectores a imaginar cómo sería estar en su lugar. “Este ciudadano libanés es victima de décadas de corrupción y de politicos egoístas, un clima asquerosamente sectario, una guerra civil devastadora, la difusión de la ideología extremist, y el gobierno de facto que ejerce una milicia como Hezbollah, que matiene a todo el país cautivo de su agenda pro-iraní”, enfatiza Abbas.
El analista señala también que “lo único bueno de esta situación es que los libaneses se han dado cuenta de que es el momento de sacar la basura, y con ello me refiero a las políticas sectarias que han destruido el país y a los politicos que se han beneficiado de este colapso”. Faisal Abbas insiste en su artículo con que “la mayoría de las funciones estatales clave – como la inteligencia, seguridad y política exterior – están totalmente controladas o fuertemente influenciadas por el partido Hezbollah”, o sea por Irán.
¿Qué opción le queda al primer ministro Salam? No puede dimitir, porque entonces el país quedaría sin presidente, ni primer ministro, con un parlamento cojo y un ejército tuerto… Y, como suele suceder, los espacios de poder vacíos en el Líbano los ocupa Hezbollah.
En Israel se sigue con atención el desarrollo de los acontecimientos, ya que la organización Hezbollah no es más que una extensión de Irán, que ahora sale del aislamiento, se fortalece y cuenta con un renovado flujo de dinero. Para Israel, la acefalía en El Líbano implica la posibilidad de tener – en un futuro no muy lejano – una gran y acaudalada sucursal de Irán, en su frontera norte. Una situación para la que, sin duda alguna, el ejército y la inteligencia israelí están preparados, pero a la que nadie quisiera llegar.