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Itongadol/AJN.- Cortarse el pelo es una de las actividades del ser humano para las cuales normalmente se elige a un profesional especializado, con quien se mantiene una especial relación, que se mantiene a lo largo de los años.
En pleno barrio del Once, en Ecuador casi esquina San Luis, la Agencia Judía de Noticias (AJN) encontró una peluquería que llama la atención porque en una pequeña repisa hay tres textos de Halajá (Ley judía) en hebreo: dos tomos del Kitzur Shulján Aruj y Ben Ish jai.
Denominada “Salón de cortes”, con el agregado de “caballeros y niños”, este local alberga dos sillones frente a un amplio espejo, que como es tradicional apoya en un estante donde se ubican los elementos que el peluquero utiliza para realizar su labor: máquinas para el corte del cabello, tijeras, peines, cepillos, alguna navaja, frascos de acondicionadores, etc.
El resto del mobiliario lo componen cómodos sillones destinados a que los clientes esperen a que les llegue su turno, un par de silloncitos para el corte de pelo a niños pequeños, varias plantas y cuadros.
Entre estos últimos llama la atención uno de la Fragata Libertad, y otro de una pareja bailando un tango a la luz de un farol.
Tampoco faltan la mesita con las clásicas revistas, un perchero de pie, el ventilador de techo y un teléfono semipúblico colgado de una de las paredes.
Excepto esos tres libros, nada distingue a este “salón de cortes” de otros similares, pero al conversar con su dueño, Ernesto, de 71 años y quien hace 22 se instaló en este local, puede entenderse qué la distingue y por qué muchos la denominan como “la peluquería de los religiosos”.
“Para mí, la peluquería es un templo; aquí vienen personas del barrio, algunos de la colectividad judía y otros que no, más religiosos que no religiosos, y algunos rabinos”, e incluso “a uno de ellos, que no puede venir, le voy a cortar a la casa”, contó a AJN antes de develar el misterio: “Vienen muchos muchachos jóvenes, que fueron quienes hace muchos años trajeron esos libros, que leen mientras esperan a que los atienda”.
“Hablo muy poco con los judíos religiosos que se cortan porque no estoy a su nivel; lo más que les digo es: ‘¡Mirá cómo pasó el tiempo: te corté el pelo cuando usabas pantalón corto y hoy venís con tu hijo…!’”, admitió quien nació en Quines, una localidad del norte de la provincia de San Luis, y hoy tiene tres hijos y tres nietos.
Es que “los traía el padre y hoy vienen con sus hijos; tengo clientes a los que les corto al padre, a los hijos y a los nietos”, enfatizó.
“No tengo horario: estoy desde las 9 de la mañana hasta las 9 de la noche, pero a veces viene alguno cuando ya cerré y le digo: ‘Bueno, entrá’”, confesó Ernesto, quien aseveró que “los días de más trabajo son los miércoles y los viernes, por Shabat”, aunque también abre los domingos “cuando vienen las fiestas de la colectividad”.
“Me doy cuenta de que soy reconocido por la colectividad y tengo mi agradecimiento hacia ella”, así que “cuando me dicen que necesitan que venga un domingo, feriado o lunes, vengo” porque, en definitiva, “en mi peluquería estoy mejor que en mi casa”, proclamó.
“Gracias a D’s salí del servicio militar con una profesión, y hombre con profesión vale doble”, tras lo cual “corté el pelo en muchos lugares de la Argentina antes de venir aquí” hace unos 30 años, recordó Ernesto, quien tiene desarrollada toda una teoría sobre su oficio: “El corte de cabello es parte de la autoestima; al sentarse en el sillón automáticamente se desbloquea y se entrega por un tiempo lo más íntimo del ser humano a esa persona que lo tiene que dejar bien; si no, no vuelve”.