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30 años de democracia. Discurso del presidente de la AMIA

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 Buenas tardes:

 
Antes que nada quisiera expresarles que considero un verdadero privilegio participar hoy de este acto. 
 
Hace pocos meses, a muy escaso tiempo de haber asumido la presidencia de AMIA tuve el inmenso honor de recibir a una delegación de “Familiares de Desaparecidos Judíos en la Argentina (AFDJA)”
 
Creo que fue el encuentro más emotivo que viví en estos cinco meses de gestión. Escuché relatos tremendos y conocí a personas que supieron hacer del horror vivido un motivo para seguir luchando por un mundo mejor.
 
Recuerdo especialmente el relato de la Sra. Sara Rus, sobreviviente de Auschwitz y madre de un hijo desaparecido durante la perversa dictadura que asoló a nuestro país entre los años 1976 y 1983.
 
Muchas veces, desde entonces, me he preguntado a mí mismo sobre ese trágico nexo que vincula, en la vida de una familia común, a la barbarie Nazi y a la dictadura argentina.    
Y a este propósito recordé un párrafo del comediógrafo latino Tito Macio Plauto  que vivió en el siglo III antes de la era común  y que,  en su obra Asinaria, expresa “Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro”
 
Este desconocimiento del otro al que acabo de referirme es tal vez la causa de la mayoría de los males que aquejan a la sociedad desde que el mundo es mundo. El ser humano se degrada de su condición de tal cuando desconoce la realidad de quien tiene enfrente y, por el contrario, es la posibilidad de reconocerse en el otro lo que hace de él un hombre verdadero.
 
No en vano nuestra Torah nos dice que “no juzguemos a nuestro prójimo hasta ponernos en su lugar”
No en vano nuestra Torá nos ordena “amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos”
No en vano nuestra Torah nos manda a practicar virtudes tan esenciales como la misericordia, la bondad y la tzedaká.
No en vano, en fin, una buena parte del cuerpo normativo de la Torah está dedicado a regular las relaciones “ben adam lejaveró”, vale decir, entre un hombre y su compañero.
 
Este último punto es singularmente importante porque de él se desprende que, si bien debemos trabajar sobre nosotros mismos a fin de ser mejores personas, también es real que la estructura de una sociedad no puede basarse sobre la buena voluntad de las personas que la conforman sino que, además, debe haber un cuerpo normativo que, basado en los más nobles ideales, legisle en las relaciones entre los hombres y proteja a los más débiles, como está escrito: al extranjero, al huérfano y a la viuda. Esto es lo que llamamos justicia.
 
Desde esta perspectiva, y volviendo al origen de estas reflexiones, quisiera expresar que tanto el régimen nazi como la dictadura militar se caracterizaron por una flagrante violación de este concepto de justicia o, lo que es peor, crearon una justicia invertida conformada por anti-valores y cuya consecuencia, tal como ocurrió, no podía ser otra que el horror al que nos estamos refiriendo.
 
Es por ello que en esta ocasión quisiera reivindicar el concepto de República que en su sentido amplio, y cito del diccionario, “es el sistema político que se fundamenta en el imperio de la ley  y la igualdad ante la ley como la forma de frenar los posibles abusos de las personas que tienen mayor poder, del gobierno y de las mayorías, con el objeto de proteger los derechos fundamentales y las libertades civiles de los ciudadanos, de los que no puede sustraerse nunca un gobierno legítimo.” 
 
No es una casualidad que los regímenes que aborrecen el concepto de derechos humanos hagan tanto por deslegitimar la idea de república, por desmontar sus instituciones y por crear tristes caricaturas de las mismas. Tal vez aquí encontremos un nexo importante entre  el régimen nazi y la dictadura que asoló a nuestro país en aquellos años de plomo.
 
Y en este sentido, y a modo de breve digresión quisiera decir que, a lo largo de la historia, es sorprendente ver a muchos pretendidos y enfáticos defensores de los “derechos humanos” cuyo discurso prescinde de la defensa de los valores republicanos y de las instituciones que los hacen posibles.
 
No quisiera concluir estas breves reflexiones sin dejar de mencionar el marcado carácter antisemita de la última dictadura que, sugerentemente, parece ser una constante de todos los regímenes totalitarios. Me atrevería a conjeturar que tal vez en el odio antisemita haya una percepción inconsciente de que en el pueblo judío, en su historia y en sus valores hay una barrera infranqueable que siempre se opondrá a permitir que “el hombre sea el lobo del hombre”.   
 
De este modo, hoy estamos acá reunidos para evocar, recordar y honrar la memoria de todos y cada uno de los integrantes de la comunidad judía que fueron “víctimas propiciatorias” del terrorismo de Estado debido a la “abyecta concepción antisemita” de los represores y su apelación “sin reservas” a la simbología nazi en el marco de las torturas. 
 
Que la memoria de nuestros 1.900 hermanos desaparecidos nos acompañe e ilumine nuestro hacer para evitar y alejar los peligros que amenazan a nuestras sociedades.
 
Que este acto de homenaje a los desaparecidos y este momento de memoria de los 30 años de democracia recuperada sean el marco propicio para renovar nuestro compromiso con los más altos ideales de Tikun Olam, reparación del mundo.
 
 

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