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Dos grandes envíos fueron consignados entre octubre y noviembre, justamente «cuando en el mercado israelí escaseaba el cemento»

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Si se hacen las cuentas, se llevan 5,6 millones de dólares. Claramente, exentos de impuestos. Mientras los camiones pasaban por la aduana, nadie recordó pagar el 1,7 millón de dólares de impuestos para las arcas de Ramallah.

¿Entonces, todo el cemento es para el muro? Parece que no. El informe sin embargo advierte coincidencias asombrosas: por ejemplo, que dos grandes envíos fueron consignados entre octubre y noviembre, justamente «cuando en el mercado israelí escaseaba el cemento»

En una carta del 11 de septiembre de 2001, el jefe de la oficina de control del gobierno, Jarar Al Qidweh, escribió al líder: «Excelencia, hermano presidente, el hermano Maher Al Masri, ministro de economía, ha firmado un permiso para importar 20 mil toneladas de cemento de Egipto. Nuestros hermanos egipcios nos han transmitido su sospecha de que el cemento pueda llegar a otra parte. Hemos descubierto que el cemento llega al paso de Oja. Allí la carga es transferida a nombre de un hombre de negocios israelí y llevada de inmediato a las áreas de la Línea Verde. Hemos descubierto que el cemento tiene una composición por la que puede ser utilizado para las placas de cemento del muro de seguridad israelí».

¿Qué hizo Arafat al respecto? Le dijo a Abu Ala, según Al Qidweh, que investigara.

Mientras tanto, el 23 de febrero, mientras en Aja se montaba el proceso en contra del muro, el ministro entregaba un nuevo permiso para una cargamento egipcio.

Gran hotel Ramallah

Ramallah, Gran Hotel Park. Hassan Kreishe, diputado que durante siete meses luchó para que se conociera el escándalo, entrega, un domingo de fines de junio, cuatro folios rojos y azules a dos hombres. Esos dos hombres son los asistentes del procurador general.

«No tenía confianza -le confesó Kreishe al Corriere della sera-. Le hemos confiado el material reunido al premier Abu Ala, para que lo traspase al juez. Pero algunos videos se han perdido en el camino, así que los llevé yo personalmente».

Kreishe sabe que su batalla puede prestarse a juegos políticos. «Me han amenazado. Pero no creo que mi vida esté en peligro -afirma-. Alcanzan otros métodos para detenerme».

No es un ingenuo, menos todavía un santo. «Piense -dice con una sonrisa- que mientras nadie movía un dedo contra los capitalistas palestinos, hemos arrestado a pobres que trabajaban de jornaleros a los pies del muro. Y además los llamamos colaboracionistas.»
Fte La NAcion

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