(EFE).- Por Elías L. Benarroch .- Millones de judíos en todo el mundo observan, entre hoy y mañana, una jornada de luto con la que conmemoran la destrucción de los templos bíblicos de Jerusalén, y otras desgracias nacionales ocurridas en el fatídico 9 del mes hebreo de Av.
La jornada de luto comenzará hoy lunes al atardecer con un estricto ayuno que se prolongará durante 26 horas, y que concluirá mañana al anochecer con la aparición de las tres primeras estrellas.
Los judíos observantes acuden en masa a las sinagogas con zapatos de tela en señal de humildad y duelo, y en Jerusalén, miles de fieles oran ante el Muro de los Lamentos, último vestigio del segundo de los templos.
El primer Templo, levantado por el rey Salomón, fue destruido por el rey asirio Nabucodonosor en el 586 a.C.
El segundo -erróneamente llamado el de Herodes-, fue incendiado en el año 70 d.C. por las tropas del general romano Tito.
Desde entonces, la jornada conocida en hebreo como «Tishá Be-Av» (9 de Av), se ha convertido en símbolo de malos presagios, porque en esta fecha se vinieron a sumar hechos tan dramáticos como la expulsión de los judíos de varios países europeos, entre ellos, de España en 1492.
Además del significado religioso de la fecha, en la que los judíos perdieron su centro espiritual, la destrucción de los ambos templos significó el destierro para los israelitas.
«La destrucción de cada Templo simboliza el fin de la vida nacional del pueblo judío, la pérdida de su patria, el cese de la independencia política y el comienzo del exilio», dijo a EFE el rabino Yaacov Peleg.
«La creación del Estado de Israel en 1948 y el comienzo de una nueva independencia política hizo que algunos dudasen de la necesidad de una jornada de luto con semejante intensidad, pero círculos ortodoxos optaron por mantenerla», explica el rabino.
Y es que los más ultraortodoxos consideran que el 9 de Av sólo podrá ser derogado cuando llegue el Mesías y reconstruya el Templo de Jerusalén.
Fue un judío sefardí, Maimónides (1135-1204), quien estableció la relación entre ambos hechos, al escribir que la persona que clame ser el Mesías deberá demostrarlo mediante la reconstrucción del venerado Templo.
Según la tradición judía y los restos arqueológicos, ambos templos estaban ubicados en el lugar en el que hoy se erigen las mezquitas de Al-Aksa y Omar (el Domo de la Roca), lo que hace imposible su restauración.
Para el doctor Shalom Raez, docente en el seminario rabínico del kibutz Ein Tzurim, «incluso si no estuvieran allí las mezquitas sería imposible levantar el templo, porque no tenemos ni instrucciones, ni mapas, ni nada».
«A pesar de que tenemos memoria escrita de los procedimientos y ritos que se hacían entonces -refirió-, no sabemos lo que tendríamos que hacer ahora, y el mismo Maimónides sentenció que no habrá más sacrificios».
Según la Biblia, los varones israelitas tenían la obligación de peregrinar al menos tres veces al año al Templo «para ver y dejarse ver», así como para presentar sus ofrendas y sacrificios a Dios.
Ahora, los más ortodoxos rechazan cualquier intervención humana en la reconstrucción del Templo, y consideran que ello sólo será posible por designio divino.
No obstante, algunos se niegan a esperar a la llegada del Mesías y en el Instituto del Templo de Jerusalén preparan ya el instrumental para el acontecimiento, como vestimentas y otros pertrechos que usaban los sumos sacerdotes.
Mientras tanto, millones de judíos en todo el mundo leerán a partir de esta noche, de forma ininterrumpida y sentados en el suelo, una compilación de «Lamentaciones» que recuerdan las desgracias que ha padecido su pueblo desde hace 2.000 años.
«En ellas se recuerdan todas las desgracias, generación por generación, en una jornada de perspectiva histórica y de esperanza para ver la reconstrucción del tercer templo», afirma Raez.
Y quizás con esa esperanza, el rabino Peleg recuerda una vieja leyenda judía sobre Napoleón Bonaparte, quien habiendo pasado ante una sinagoga parisina en una noche como hoy, se sorprendió tanto de las exclamaciones de dolor que oyó, que se interesó por el motivo que afligía a sus súbditos judíos.
Al oír sobre los templos de Jerusalén, Napoleón respondió: «Estoy seguro de que un pueblo que sabe hacer duelo y recordar durante 1.800 años, verá su templo realizado».