Hasta que el Presidente desmintió su versión sobre el hallazgo de las escuchas a sospechosos de la masacre, Kaul era un aliado preferencial del Gobierno, en el marco de unas complejas relaciones con la dividida dirigencia judía. El titular de la AMIA tenía línea directa con el jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Al punto que, días antes del acto, el funcionario lo recibió en su despacho y le prometió reforzar con 15 investigadores la unidad especial para el caso AMIA.
Kaul evitó chocar en público con Kirchner. Pero el último viernes ratificó en Tribunales que escuchó al Presidente decir que se encontraron 46 de las 66 grabaciones perdidas. En la AMIA creen que pagaron los platos rotos de una disputa entre la SIDE y la Policía Federal. Y admiten también que los puentes tendidos con la Casa Rosada saltaron por los aires.
El dato no es menor, teniendo en cuenta el manifiesto interés de Kirchner en conservar las buenas migas que cultivó con la colectividad desde que declaró a la investigación del atentado como «una cuestión de Estado».
Maestro de hebreo, psicólogo y empresario, Kaul se perfiló como contrapeso de sectores comunitarios distantes del Gobierno. Fue el primero en exigir renuncias en la DAIA —representación política de la comunidad— cuando sus dirigentes se opusieron en mayo a que Kirchner recibiera una distinción del Comité Judío Americano en Washington.
Desde entonces, el titular de la AMIA se lanzó a ocupar los vacíos políticos que venía dejando la DAIA en su desgastante puja de poder. Gesto que nunca intentaron sus antecesores en la mutual, corazón comunitario en áreas sociales y educativas.
La AMIA, con más de 20 mil asociados, es el bastión histórico de la filial del laborismo israelí, que en 1991 fue desplazado del control de la DAIA con la llegada de Rubén Beraja, de la mano de corrientes moderadas.
Beraja fue cuestionado por las buenas migas que hizo con el menemismo mientras el caso AMIA iba a la deriva. Ahora está preso por presunto fraude bancario (y desde la cárcel acaba de insistir en que «no hubo encubrimientos» en la investigación) , pero sus continuadores ocupan puestos clave de la DAIA.
Hace un año llegó a la presidencia un dirigente opositor, Gilbert Lewi. Pero primero por enfermedad y más tarde por no obtener apoyo a su pedido de autocrítica por falta de firmeza en el caso AMIA, se tomó licencia. Quedó al frente el vice primero, Jorge Kirszenbaum, un ex sionista de izquierda que hizo carrera aliándose al «berajismo». Fue quien coordinó al equipo de abogados que apoyó la investigación a la conexión local y que va hacia un posible fracaso en el juicio oral de inminente definición.
La primera reacción de Kirszenbaum, tras el escándalo de las grabaciones, fue poner en duda la versión de Kaul. Pero enseguida se reacomodó y pidió una reunión con el Gobierno, exigiendo «racionalidad». Sabe que es su oportunidad de volver al centro de la escena comunitaria, del que quedó desplazado cuando le impidieron hablar en el 10º aniversario del ataque a la AMIA y tuvo que presenciar el acto mezclado entre el público.
Después del traspié, el Gobierno deberá desandar un tortuoso camino para reconstruir los puentes con la vapuleada colectividad judía.
Clarin.-Marcelo Helfgot