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Abre sus puertas la muestra más ambiciosa del arte surrealista

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Si la muestra de dadá y el surrealismo, que se inaugurará mañana, a las 19, en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), resulta una oportunidad para ampliar nuestro horizonte intelectual y estético, se habrá cumplido el deseo de Albert Schwarz, un coleccionista milanés de origen judío que donó en 1998 su colección al Museo de Jerusalén para celebrar los 50 años de la creación del Estado de Israel.
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«Soñando con los ojos abiertos» se llama la exposición que ocupa el segundo piso del Malba. En compañía de la curadora Tammy Manor Friedman, las 220 piezas llegan procedentes del museo de Ontario, Canadá. Se cumple, así, el ambicioso programa itinerante acordado por el Museo de Israel, en Jerusalén, considerado un referente de dadá y el surrealismo. La muestra se habilitará al público pasado mañana, en Figueroa Alcorta 3415.
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El primer gran impacto que recibe el visitante al ingresar en las salas del Malba es descubrir allí mismo, sobre una tarima blanca, obras emblemáticas, como el mingitorio, rebautizado con el título de Fuente por Marcel Duchamp, o la rueda de bicicleta, dos de sus más celebrados «ready mades». Estas obras son iconos definitivos cuando se intenta establecer el umbral del arte contemporáneo.
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La colección de Albert Schwarz combina una visión personal del surrealismo con la sólida base teórica y didáctica que supone una biblioteca de casi mil piezas. Librero primero y galerista después, Schwarz atesoró más de 700 obras que son parte del patrimonio del Museo de Jerusalén. En el prólogo del catálogo, el empresario Eduardo Costantini celebra la generosidad de Schwarz, que a los 21 años inició el camino del coleccionismo sin otra ambición que el genuino amor al arte y el respeto por los artistas.
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Tammy Manor Friedman, la curadora invitada, cree que el diseño de la exposición, realizado por Gustavo Vázquez Ocampo para el Malba, potencia los valores de la colección. Para el público en general, será un hecho inédito encontrarse con el mayor conjunto de obras de Marcel Duchamp que se hayan visto en Buenos Aires. Esta colección de «ready mades» data de 1964 y forma parte de una edición de trece.
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Obras de André Breton, Man Ray, Jean Arp, Max Ernst, Picabia e Yves Tanguy, entre otros, se alternan con fotografías y textos. Hay una toma de 1955 que no tiene desperdicio: Arturo Schwarz y Marcel Duchamp juegan un partido de ajedrez en Montecarlo.
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Camino al mundo
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Con esta exposición, el museo fundado por el empresario Eduardo Costantini retoma su inserción internacional, luego de la crisis de fines de 2001, que obligó a cambiar de estrategia y aceleró el cambio de autoridades de la casa. Se fue el mexicano Agustín Arteaga y asumió Marcelo Pacheco, actual director. Docente, investigador y crítico, Pacheco hizo sus primeras armas en el Museo Nacional de Bellas Artes, cuando era director el platense Daniel Martínez.
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Parte del desafío de la gestión actual es dotar a las muestras de un contenido didáctico, fortalecido por las visitas guiadas, los estudios preliminares en el catálogo y, en este caso, un programa de extensión cultural que comenzará pasado mañana, cuando la curadora Tammy Manor Friedman dialogue con el público, en el auditorio del museo, a partir de las 18.
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En un espacio aparte se exhibe un conjunto de trabajos presurrealistas. Locuras visuales, como las creadas por Arcimboldo varios siglos atrás, ayudan a entender en qué estaba pensando André Breton cuando, «soñando con los ojos abiertos», alentó a sus contemporáneos a practicar «el automatismo psíquico».
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La muestra de la colección Schwarz servirá para potenciar las obras surrealistas de artistas latinoamericanos que forman parte de la colección permanente del museo. Berni, Agustín Lazo, el chileno Matta y el cubano Wifredo Lam hicieron suyas las premisas de André Breton, que consideraba a Frida Kahlo -la conoció en México en 1938- una surrealista «avant la lettre».
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La colección Schwarz es la culminación del ideario del coleccionista milanés, que nació en Alejandría en 1924 y debió exiliarse en Milán por su militancia política. Donar su colección privada fue el gesto cumbre de quien imaginaba un destino público para ella.
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Por Alicia de Arteaga
De la Redacción de LA NACION
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