Por Moshé Korin.-“Se rompió, estamos rotos, se romperá, ya no habrá voz.
Instantes nulos, siempre nulos…pero instantes que cuentan, la cuenta está hecha y la historia cerrada.
Viejo final de partida perdido…”.
(Samuel Beckett, “Fin de partida”)
Este fin de semana fui con mi señora a ver la obra teatral “Fin de partida” (estrenada en 1957), de Samuel Beckett, en el Centro Cultural de la Cooperación. El excelente espectáculo está dirigido por los talentosos Lorenzo Quinteros y Pompeyo Audivert, quienes también actúan. Los acompañan en el elenco dos actores con mayúscula: Max Berliner y Pochi Ducasse.
Sobre el contenido, la puesta y la actuación de dicha obra escribiré próximamente, pues me parece indispensable comentar previamente sobre la vida y la obra de este gran dramaturgo que en el 2009 se cumplen 20 años de su fallecimiento.
Sin duda, Samuel Beckett, fue un escritor y dramaturgo, cuyas piezas cambiaron el teatro moderno, y su prosa, la literatura. Como autor de “Esperando a Godot”, Beckett entró en la historia como un misántropo, a quien nunca faltó el humor negro irlandés… Él nació en Dublín, Irlanda, el 13 de Abril de 1906 “A la misma hora en que Cristo gritó de viva voz y se fue”, tal como el escritor había agregado en alguna parte de su biografía, citando al evangelio (Mateo, 27:50).
Había estudiado en la escuela donde otrora se graduara el escritor Oscar Wilde- la prestigiosa Protora Royal School- y en el año 1923 comenzó a estudiar en el famoso Trinity College, donde ya 200 años antes había empezado a adquirir conocimientos Jonathan Swift, autor de “Los viajes de Gulliver”. Allí estudió Beckett Lenguas Romances, y en el año 1928 viajó a Paris, donde impartió clases de inglés en la célebre Ecole Normale Superieure. Después de algún tiempo comenzó a frecuentar un estrecho y elitista círculo de personas que solía asistir, cada cual a su manera, al escritor James Joyce en su trabajo en el libro “Finnegans Wake” (El velorio de Finnegan). En 1939 Beckett publica una recopilación de poemas “Whoroscope”, sobre la cual años más tarde haría el siguiente comentario: “un hombre joven no tiene qué decir, sin embargo algo quiere decir”.
Con respecto a Joyce, Beckett- más allá de la opinión generalizada- no fue un secretario literario; solía sin embargo visitar con frecuencia a su mundialmente célebre compatriota, a quien reverenciaba de veras; fumaba los cigarros con los mismos manierismos que aquél, bebía las mismas bebidas e incluso calzaba los mismos modelos de zapatos.
Fue precisamente entonces cuando quedó prendada de él la psíquicamente inestable Lucia, hija de Joyce. Nora, la mujer de Joyce, deseaba intensamente destinar a la muchacha para Beckett, de modo que éste se vio obligado más tarde a interrumpir sus visitas a la casa de los Joyce. Ni bien le fue diagnosticada a Lucia una ´esquizofrenia´, se intentó curarla con el famoso Carl Jung, pero finalmente se la internó en un hospital para enfermos mentales, donde vivió hasta 1982. La totalidad de su correspondencia con Lucia fue destruida por Beckett poco antes de su muerte, exceptuando una fotografía de la muchacha en una danza alocada.
Tras un largo viaje por Europa, en 1937 Beckett se estableció en Paris. Por aquella época él ya demostraba ser el favorito de la conocida mecenas americana Peggy Guggenheim, la cual solía llamarlo “Oblomov”, el personaje principal del libro de Ivan Goncharov de igual título. A propósito, el mismo Beckett tenía una cierta inclinación por Rusia. El había solicitado, por ejemplo, en el año 1939, a dos directores cinematográficos soviéticos- Eisenstein y Pudovkin- que se lo admitiera como estudiante en el Instituto de Cine de Moscú; la carta que les dirigió, empero, no cayó en las manos adecuadas, y todo el asunto quedó en la nada.
En 1938 Beckett publica su primera novela, “Murphy”, escrita en inglés; posteriormente él escribiría casi todas sus obras en francés. Murphy, el personaje principal, va a trabajar- con tal de no casarse- a un hospicio, y cada tanto juega allí al ajedrez con un paciente. Es el mismo sinsentido, la misma situación absurda la que entusiasma y estimula a Murphy…
Pero por un absurdo semejante atravesará el mismísimo Beckett, cuando en aquel año es gravemente herido con un cuchillo por un proxeneta parisino. Una vez fuera del hospital, Beckett se encuentra en alguna parte con su atacante y le pregunta cuál fue la razón para apuñalarlo. Y el malviviente le responde: “Monsieur, yo mismo no lo sé, pero sepa disculparme”. Beckett retiró su denuncia de la policía. Precisamente en aquel hospital fue donde Beckett conoció a Suzanne Descheveaux-Dumesnil, de 37 años, quien se convirtió en su esposa y con la cual vivió muchos años, y a la cual sobrevivió en sólo algunos meses.
Durante los años de la guerra, Beckett, en tanto ciudadano de un país neutral, Irlanda, permaneció en Paris. Pero comenzó a ayudar a la célula de la resistencia “Gloria”, traduciendo al inglés informes para los británicos. Tras la caída de “Gloria” debió escapar, junto a Suzanne, hacia Roussillon, una aldea en el sur de Francia. Allí escribe la novela “Watt” (palabras del tiempo), aparecida en 1953 y ayuda en lo que puede a los antifascistas locales.
Tras la guerra regresa a París y escribe su trilogía “Molloy”, “Malone muere” y “El innombrable”, publicadas en 1951/53, donde narra la progresiva degradación del yo; los personajes, que tienden a la inmovilidad y al silencio, se reducen gradualmente a la condición de objetos. Sin duda sus novelas exploran la impotencia y enajenación de la conciencia individual contemporánea.
En 1946 envía al periódico “Les Temps Modernes”, para ser entregado al escritor Jean-Paul Sartre, el relato “El fin”, del cual se imprime allí, por error, únicamente la primera mitad. Cuando el malentendido queda en evidencia, sin embargo la coeditora y pareja de Sartre, Simone de Beauvoir, se niega a imprimir la segunda mitad.
Beckett se volvió famoso después de “Esperando a Godot”. La réplica de un personaje “nada pasa, nadie viene, nadie se va, ¡es horrible!” se convirtió en la tarjeta de presentación de Beckett. El famoso escritor francés Jean Anouilh señaló entonces después de la première de la obra como “la más importante de los últimos 40 años”. Y el dramaturgo y novelista inglés Harold Pinter sostiene que “Godot” cambió para siempre el teatro. Sin temor a exagerar podríamos afirmar que “Esperando a Godot” , es una pieza maestra del teatro del absurdo.
En “Godot” se puede apreciar la esencia de Beckett: de la tristeza y horror de la existencia humana brota la ironía salvadora. Los únicos dos personajes de la pieza, Estragón y Vladimir, quienes permanecen unidos esperando a Godot, sólo que él no aparece, recuerdan a los hermanos Marx, los dos grandes cómicos del cine mudo. Beckett también gustaba de Carlitos Chaplin y de Buster Keaton.
Después de Godot, Beckett escribió las piezas ahora famosas “Fin de partida” (1957), “La última cinta” (“Krapp´s Last Tape”, 1958), “Días felices” (1960), así como también su texto “radical” “Como es” (1964).
En 1969 le fue conferido a Beckett el Premio Nobel. Su mujer Suzanne, al leer el telegrama del editor, soltó un alarido: “!es una catástrofe!”. Ella simplemente temió que toda la alharaca destruyese su vida apacible de pareja mayor. Si bien Beckett agradeció de corazón a la Academia Sueca, él mismo no estuvo presente en la ceremonia: se ocultó de sus fervientes admiradores en algún lugar de Portugal. Uno de ellos, un habitante de Paris llamado Jacques Godot, sin embargo, sí intentó contactarlo mediante una carta en la cual “pedía perdón” por haber dejado al autor esperando durante tanto tiempo…La carta movió a Beckett hasta las lágrimas.
En los años ´70 y ´80 del siglo XX, Beckett escribió poco, todo breve y hermético. En una conversación con su biógrafo, hablando sobre Joyce, se expresó de la siguiente manera: “El fue un ´sintetizador´, trataba de meter en el texto la mayor cantidad de cosas posible. Yo soy un ´analizador´, me esfuerzo por dejar afuera la mayor cantidad de cosas posible”.
Samuel Beckett, quien falleciera el 22 de diciembre de 1989 y su mujer Suzanne (17 de julio de 1989), están enterrados en el cementerio parisino de Montparnasse. Junto a la simple piedra que yace sobre su sepulcro crece un árbol solitario, tal cual como en la pieza “Esperando a Godot”.
Podríamos finalizar esta nota afirmando que su escritura se afirma en un lenguaje fragmentario, de tono irónico y distanciado. ¡Un grande de la dramaturgia!
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