Israel lucha aún por cerrar las heridas del conflicto que hace un año le enfrentó a la milicia libanesa Hizbulá y cuya onda expansiva puso al borde de la dimisión al primer ministro, Ehud Olmert, y en pie de guerra a los padres de las víctimas.
Fueron 34 días de combate para un país curtido en batallas, pero dejaron el sabor amargo de la ‘derrota’ -o al menos no el de la victoria- y una sucesión de polémicas y protestas vinculadas al conflicto, en el que murieron más de 150 israelíes y de 1.000 libaneses, en su mayoría civiles.
El Ejército considera que la operación fue un éxito porque su frontera norte es ahora segura, aunque algunos mandos militares y expertos académicos reconocen que Hizbulá es actualmente más fuerte que hace un año.
‘Israel no ha acabado el trabajo en Líbano. Hizbulá planea desde hace mucho tomar Líbano y no va a cejar en su empeño’, aseguró a Efe el teniente coronel en la reserva Mordejai Kedar, quien abogó por lanzar una operación terrestre para incautarse de las armas de la milicia, ‘que es más fuerte ahora que antes de la guerra’.
La atención de Israel se centra ahora en la vecina Siria. El tono de las amenazas entre ambas capitales ha ido subiendo en los últimos meses y en medios militares se da por seguro que Damasco lanzará este verano una ofensiva para recuperar los Altos del Golán, ocupados por el Estado judío en la guerra de los Seis Días de 1967.
‘Siria es el problema, no Hizbulá’, pero el régimen de Bachar Al Asad ‘no está interesado en lanzar una guerra’ en la que ‘Irán no le apoyaría de forma directa’ para no tensar aún más sus relaciones con la comunidad internacional, agregó Kedar, profesor del Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos de la Universidad Bar Ilán.
Para Gerald Steinberg, experto en política de Defensa israelí, Olmert se enfrenta ante todo a la ‘impredicibilidad’ del Gobierno sirio.
El jefe del Ejecutivo israelí fue precisamente el primer ‘daño colateral’ del conflicto con Hizbulá, cuando en abril una comisión lo consideró responsable de la deficiente gestión de la guerra, junto con los entonces ministro de Defensa, el laborista Amir Peretz, y jefe del Estado Mayor, Dan Halutz.
Las pesquisas de la Comisión, que aún tiene que presentar un informe final (el primero fue sobre el comienzo de la guerra), causaron un terremoto político en el país: unas 200.000 personas se manifestaron en Tel Aviv para pedir dimisiones y la propia ministra de Exteriores, Tzipi Livni, pidió a Olmert que renunciara.
El primer ministro aguantó el tipo y, aunque tres meses después sus tasas de popularidad siguen bajo mínimos, la polémica en torno a la gestión de la guerra ha desaparecido de las páginas de los diarios israelíes.
Por el contrario, la guerra sigue muy presente en las mentes de los familiares y amigos de las víctimas del conflicto, que no han cesado de manifestarse para pedir que rueden cabezas y lograron que la contienda recibiera la denominación oficial de guerra.
El pasado día 2 y sin esperar a los actos oficiales, los allegados de los caídos organizaron una marcha por los principales puntos del conflicto en Israel a la que Olmert no asistió, pese a que había sido invitado.
Cuatro meses antes, los manifestantes habían ganado una particular ‘guerra de epitafios’ al lograr que el Ejecutivo cambiase las lápidas de las víctimas para inscribir ‘Muertos en la Segunda Guerra del Líbano’ donde hasta entonces sólo ponía ‘Caídos en combate en el sur de Líbano’.
Los familiares acusaban al Gobierno de tratar con el uso de eufemismos de minimizar el alcance de la contienda.
En este sentido, persiste la incógnita del paradero y la suerte de los dos soldados israelíes, Eldad Regev y Ehud Goldwasser, cuya captura por Hizbulá desencadenó el conflicto y de los que la milicia chií no ha aportado desde entonces señal alguna de vida.
La guerra también reabrió el debate sobre la fidelidad al Estado judío de la minoría árabe-israelí, después de que un tribunal acusara al diputado árabe Azmi Bishara de alta traición y espionaje por haber supuestamente ayudado a Hizbulá durante el conflicto.
Bishara, quien niega las acusaciones, se encuentra fuera de su país desde marzo, aunque ha asegurado que regresara a Israel ‘algún día’, cuando ‘se calmen las aguas’ y deje de ser considerado un prófugo.
Son, todas ellas, víctimas posteriores de un conflicto que, según Steinberg, ‘acabó en tablas’, pero que un año después mantiene muchos flancos abiertos en el propio campo de Israel.