La idea es concentrar los esfuerzos y los fondos occidentales en Cisjordania, controlada por el presidente palestino, Mahmoud Abbas, y por su facción, Al-Fatah, con la intención de convertirla en el brillante modelo de una nueva Palestina que de alguna manera logre hacer entrar en razones y poner límites y condiciones al grupo islámico extremista Hamas.
Según dijo el primer ministro israelí, Ehud Olmert, que llegó ayer a Estados Unidos, un gobierno de Al-Fatah, liberado de Hamas, «puede significar un nuevo comienzo».
Pero, al igual que todas las soluciones aparentemente elegantes que se han planteado para esta región, ésta presenta muchos escollos. No está nada claro si Hamas se quedará inmóvil durante el período que dure ese esfuerzo, si Abbas estará dispuesto a ignorar al millón y medio de residentes de Gaza o si la estrategia de separación tendrá el crucial apoyo del mundo árabe.
Tal como afirma Daniel Levy, de la Century Foundation y de la New America Foundation de Washington, es difícil imaginar cómo Abbas podría usar los ingresos fiscales que Israel ha estado reteniendo sólo para beneficio de los cisjordanos y no entregarlos al gobierno de Hamas. Los palestinos de Gaza y de la diáspora no lo soportarían, y Al-Fatah podría perder popularidad.
Tanto Estados Unidos como Israel intentan recuperarse del rápido e ignominioso colapso sufrido por Al-Fatah en Gaza, a pesar de las significativas inyecciones de ayuda política y militar que le prestó Washington.
No hay duda de que, después de la victoria en Gaza de Hamas, Abbas y Al-Fatah deben recibir rápidamente apoyo para sobrevivir. El futuro de la solución de dos Estados -una Palestina independiente viviendo en relativa paz con un Israel independiente- parece estar cada vez más amenazado.
Estados Unidos e Israel desean limitar el impacto regional de la última victoria del islamismo radical sobre fuerzas seculares respaldadas por Occidente. Incluso se habla de impulsar a Israel a negociar con Abbas para crear un Estado palestino con fronteras provisorias en gran parte de Cisjordania y el este de Jerusalén, dejando la incorporación de Gaza para otro momento.
Para Olmert y para Israel, la política de tratar a los dos entidades separadamente también sería una manera de justificar el aislamiento, por razones de seguridad, de Gaza respecto de Cisjordania, para impedir así la transferencia de equipos militares y entrenamiento. Y también liberaría de presión a Israel, que ya no tendría por qué levantar las restricciones de seguridad impuestas en la frontera con Gaza ni actuar con rapidez para retirar más colonos y soldados de Cisjordania, por no hablar de iniciar negociaciones con Hamas.
Pero es muy improbable que Abbas, elegido presidente de todos los palestinos, dé marcha atrás en su negativa a aceptar la constitución de un Estado con fronteras provisorias, o que acceda a abandonar a su suerte a todos los residentes de Gaza -muchos de los cuales votarían por Al-Fatah si se les diera la oportunidad-. Eso significa que continuarán los intentos de alcanzar un consenso político compartido, porque es evidente que Hamas no se retirará.
Traducción: Mirta Rosenberg
La Nacion