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En busca de reconciliación, una judía belga se fue a vivir a la ciudad de Auschwitz

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En 1939, los judíos eran el 58 por ciento de la población de la ciudad polaca de Oswiecim (Auschwitz, para los alemanes). Al finalizar la Segunda Guerra Mundial habían sido exterminados. Pero una judía belga, Chantal Maas, quiso que la presencia hebrea perdurara y que sirviera para reconciliar a la ciudad con su historia. «Es como vivir junto a los fantasmas, pero cada momento en esa ciudad, como judía, es una victoria contra el olvido», dijo serena y bajo la mirada atenta del alcalde de la ciudad, Janusz Marszalek, durante un visita al Parlamento Europeo hace unas semanas.

Aunque tiene pasaporte belga, se define como una judía húngara de Transilvania —de ahí procede su familia— que decidió enfrentarse directamente al pasado de su comunidad viviendo a pocos metros del campo de exterminio que simboliza los horrores del nazismo, el mismo lugar donde los nazis mataron a su abuela.

Cuando las tropas de Hitler invadieron Oswiecim —al sur de Cracovia y a pocos kilómetros de la entonces Checoslovaquia—, mataron o deportaron a la totalidad de los judíos de la ciudad.

La mayoría fueron enviados a guetos antes de ser exterminados en el campo de Belzec, cerca de la frontera soviética. A Belzec llega ron 434.510 judíos, la mayoría de Polonia, Ucrania y Rusia. Sobrevivieron dos.

Acusados de haber mirado ha cia otro lado mientras los nazis mataban a 1,3 millones de personas a pocos cientos de metros de sus casas, los habitantes de la pequeña Oswiecim (43.000 habitantes) se enfrentan cada día desde 1945 a su pasado.

Según Marszalek, «no podemos olvidar, tenemos que conocer la historia y mantener el campo para que el mundo pueda saber lo que pasó allí. Esa es nuestra responsabilidad y nuestro deber con las víctimas». Aunque la tarea no es difícil, pues la ciudad se encuentra entre los campos de exterminio de Auschwitz y Birkenau y el de trabajo de IG Farben.

Chantal Maas, una fotógrafa de 50 años, explicó que su presencia en Oswiecim ha sido bien recibida, que no ha tenido ningún problema con sus vecinos y que incluso la prensa local le ha dedicado algunos artículos elogiosos.

Ahora, para dar un paso más en su objetivo, se plantea la creación de una Casa Judía «abierta a todos, un lugar de recuerdo y reconciliación, pero que no banalizará el Holocausto uniéndolo, por ejemplo, con los homenajes a los prisioneros políticos polacos», que fueron los primeros asesinados en Auschwitz.

Pero no todo fue siempre así. El alcalde reconoció que, «aunque vivimos con normalidad desde la caída del régimen comunista, en 1989, los judíos nunca han podido recuperar sus propiedades, sus casas y sus comercios del centro de la ciudad», donde la mayoría vivía antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial.

Las viviendas fueron requisadas tras la guerra por los comunistas y redistribuidas entre refugiados polacos.

En 1998 se restauró una sinagoga. Pero Marszalek contó que hasta hace pocos años hubo desencuentros.

El anterior alcalde quiso instalar, a pocos metros del campo de concentración, un convento de Carmelitas, luego un supermercado y, finalmente, ¡una discoteca! Pero este hombre tiene otra sensibilidad.

Por estos meses está embarcado en el proyecto de construir un montículo para el recuerdo a partir de una idea del escenógrafo polaco Jozef Szajna, antiguo prisionero político de Auschwitz. Dice Chantal que cada mañana, desde la ventana de su departamento, ve la evolución de las obras. Y que se enorgullece ahora de poder decir que es «una judía de Auschwitz».
Clarin

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