El célebre pianista y director de orquesta argentino-israelí Daniel Barenboim recibió el domingo amenazas de muerte, según informó en su edición de Internet el diario israelí Haaretz, por lo que la policía de Jerusalén debió reforzar su custodia.
Según las autoridades policiales, el origen de las amenazas a Barenboim estaría en ciertos grupos ultraortodoxos, que no toleran la oposición del músico a la política de mano dura contra los palestinos puesta en práctica por el gobierno de Ariel Sharon. A pesar de las amenazas, Barenboim concretó ayer un pequeño concierto que había sido frustrado en marzo, cuando el ejército israelí no lo dejó llegar a Ra mallah, en Cisjordania.
Barenboim pudo tocar durante media hora en la «Friends School» de esa ciudad, una escuela donde desde hace 100 años conviven niños musulmanes y cristianos. «Toco con la esperanza de que olviden por un momento el conflicto y vean que también hay israelíes buenos», dijo el artista.
Unos doscientos chicos palestinos escucharon al gran maestro tocar la sonata Claro de Luna, de Beethoven, una de las piezas que el público argentino pudo escuchar durante la serie de conciertos que Barenboim brindó en Buenos Aires en julio último, cuando logró llenar ocho veces la sala del Teatro Colón.
La semana pasada, Barenboim y el intelectual palestino residente en EE. UU. Edward Said recibieron en España el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, por su proyecto «West Eastern Divan», una orquesta de jóvenes músicos árabes e israelíes. Sobre este proyecto, nacido en 1999, Barenboim dijo alguna vez que prefería no hablar de tolerancia. «Creo que ésta no es la palabra justa, porque tolerar a alguien quiere decir que se lo acepta a pesar de . Lo que hace falta es la igualdad. Y esa igualdad es la que nos da la música: ante la Quinta Sinfonía de Beethoven somos todos iguales, seamos israelíes, palestinos, árabes, cristianos o judíos.»
En marzo, Barenboim —un hombre acostumbrado a hacerse oír no sólo en el piano— se vio obligado a desistir de su viaje a Ramallah, cuando el ejército israelí le advirtió que no podía garantizarle seguridad. Luego de una prolongada conversación telefónica con su amigo Shimon Peres, canciller israelí, Barenboim decidió no viajar. Pero aclaró que su proyecto no quedaba cancelado «sino aplazado».
Ese día volvió a repetir lo que piensa en relación al conflicto palestino-israelí: «No hay ninguna solución militar; más tarde o más temprano tendremos que convivir, y cuanto antes lo hagamos, mejor». Desde siempre, Barenboim maneja su agenda musical como un librepensador. Así conmovió los cimientos israelíes el año último, cuando se atrevió a tocar Wagner en Jerusalén, a pesar de que sectores ultraconservadores habían reaccionado públicamente en contra de esa posibilidad.
Ayer, en esa escuela de Ramallah que lo esperaba desde hacía seis meses, Barenboim no sólo se dio un gusto, también sembró confianza. «No soy un político, no tengo soluciones: sólo trato de abrir los corazones», les dijo el músico a quienes lo fueron a escuchar. Luego, el director de la Opera estatal de Berlín dio a conocer su credo intelectual. «En esta época se trata de que cada individuo se comprometa. No alcanza con la confianza en los políticos», explicó. Y siguió: «Esa es la enseñanza que me deja el siglo XX. Cada uno de nosotros debe estar activo».
La escuela estaba llena de periodistas, que no dejaban de preguntarse de qué manera consiguió Barenboim llegar hasta la capital administrativa de Cisjordania, una ciudad absolutamente vigilada. Desde la Oficina de representación de intereses alemanes trascendió que el director de orquesta llegó a Ramallah por vías informales. Esto quiere decir que optó por presentar en la frontera su pasaporte argentino. «Y el soldado —dijeron los alemanes— evidentemente no sabía nada de música…»
Fte Clarin